Antón Lavey nació en Chicago en 1930 y falleció en California en 1999. Su abuela procedía de la Transilvania rumana, donde se sitúa la leyenda de Drácula. Siendo niño se trasladó con sus padres a California, la tierra de promisión de miles de norteamericanos. Allí se dio a la lectura de todo libro sobre ocultismo que llegaba a sus manos. Se hizo amigo de escritores que pertenecían a un elenco diabólico. Los rusos Rasputín y Zabaroff, envueltos en el mundo de las tinieblas, cautivaron su imaginación. Abandonó el Instituto para trabajar en un circo, actividad que realizó durante varios años. Solía decir que por esa época conoció y tuvo un romance con Marilyn Monroe.
En 1956 compró una casa de estilo victoriano en San Francisco. Tenía pasadizos secretos que a Lavey le vinieron de perlas para sus actividades ocultistas. Pintó de negro toda la casa. Su habilidad con el piano le granjeó muchas amistades. De entre ellos
Lavey escogió un grupo al que denominó el “Círculo Mágico”. Los miembros compartían su interés por todo lo diabólico. Así nació la Iglesia satánica. En 1968 lanzó un disco, que pronto se hizo famoso, con el nombre de “La Misa Satánica”. En un viaje que realicé a California en 1987 visité en Los Ángeles una Iglesia compuesta sólo por homosexuales y lesbianas y en San Francisco: la iglesia satánica. En aquella “misa” había unas 70 personas. Aguanté los ritos iniciales y lecturas de la Biblia satánica. Pero no pude resistir cuando los congregados, puestos en pie, los brazos abiertos, extendidas las palmas de las manos, unas veces hacia arriba y otras hasta las rodillas, en un ejercicio de genuflexión, gritaban a coro en idioma inglés: “Gloria por siempre a la carne, gloria por siempre a la carne”. El ambiente era tan tenso, tan poderoso, influía tanto en las emociones, que conseguí escaparme antes de que yo también glorificara la carne y renegara del espíritu.
A finales de 1969, cuando los adoradores de Satán tenían centros en todos los estados del país y sus seguidores se contaban por miles, Lavey quiso darles un libro–guía. Recopiló pensamientos de otros autores oscurantistas, de filósofos y comunicadores ateos, y compuso “La Biblia Satánica”, que hoy todos los seguidores de este embrollo llevan bajo el brazo cuando acuden a las sesiones de desvarío. Llaman a Lavey el
Papa Negro.
Según se deduce por la ficha técnica del libro en primera página, “La Biblia Satánica” no ha sido traducida a idioma alguno. Ahora la Editorial Martínez Roca la ha publicado en español. Tal vez los editores han tenido en cuenta que España es el único país del mundo donde existe un monumento al diablo. Está en el Parque del Retiro, en Madrid, simbolizando al ángel caído.
- “Satán representa la complacencia en vez de la abstinencia”.
- “Satán representa la sabiduría vital en vez de las quimeras espirituales.”
- “Satán representa la sabiduría inmaculada en vez del autoengaño hipócrita”.
- “Satán representa la amabilidad hacia quienes la merecen, en vez del amor malgastado con ingratos.”
- “Satán representa la venganza en vez de ofrecer la otra mejilla.”
- “Satán representa la responsabilidad hacia quien la merece en vez de la preocupación por los vampiros psíquicos.”
- “Satán representa al hombre como otro animal, en ocasiones, mejor, pero la mayoría de las veces peor que los de cuatro patas que, debido a su “divino” desarrollo espiritual e intelectual, se ha convertido en el más depravado de todos.”
- “Satán representa los denominados pecados, pues todos ellos conducen a la gratificación física, mental o emocional.”
- “Satán ha sido el mejor amigo que la Iglesia ha tenido nunca, puesto que la ha mantenido viva durante todos estos años”.
Tal cúmulo de elogios proporcionará a Satán una satisfacción tan grande como su capacidad para el mal.
En otro lugar del libro Lavey habla del amor de Satán hacia las criaturas de Dios. Pero si Satán fuera capaz de amar dejaría de ser diablo.
Después de todo,
“La Biblia Satánica” nos hace un favor a los cristianos al recordarnos la realidad del maligno. José María Souvirón dice en EL PRÍNCIPE DE ESTE SIGLO que
“el mal de nuestro mundo no reside solamente en que se haya dejado de creer en Dios, sino, indirectamente, también en que se ha dejado de creer en el demonio”. El satanista Antón Lavey nos recuerda que su señor existe, proyectado hacia nosotros, ángel caído pero ángel capaz de transformarse en luz para cegarnos con su fulgor de azufre.
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