No soy un experto analista, ni pretendo hacer un examen exhaustivo de la actual crisis económica en la que estamos inmersos, pero sí desearía expresar mi humilde opinión como cristiano que soy, y trabajador de una empresa del sector industrial. Creo que la causa y motivos de esta grave crisis económica que estamos padeciendo se halla escrita en la Biblia, y más concretamente en la epístola del apóstol Santiago. Leamos lo que él escribe sobre el particular:
“¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia” (St 5:1-6).- Crisis financiera; provocada por la avaricia especulativa, el fraude y la falta de regulación por parte de los gobiernos.
- Subida espectacular de los precios del petróleo, alimentos y materias primas, también originados por la especulación y el control de las grandes cadenas y multinacionales
- Crisis inmobiliaria; muchos se han forrado miserablemente incrementando los precios de la vivienda y como consecuencia se ha producido un excesivo endeudamiento de las familias.
- Desaceleración económica; lo que no significa que las empresas pierdan dinero, sino que no ganan todo lo que tenían previsto ganar.
Ahora, que estamos en crisis, se nos pide a los trabajadores que seamos solidarios y nos “apretemos el cinturón”. Nos solicitan que no reclamemos mejoras laborales ni salariales y comprendamos además que debemos de sacrificarnos en estos tiempos difíciles y contemplemos la ERE o el paro como un mal no deseado pero necesario hasta que todo se solucione.
Sin embargo, durante los últimos años, las empresas han anunciado enormes y pingues beneficios, mientras la clase trabajadora ha visto como sus salarios han ido perdiendo peso por la carestía de la vida ( bien es verdad que algunos no teniendo mucho han derrochado todo). Ahora, los poderosos pretenden que aceptemos sus medidas anti-crisis que no son otras que reducir los impuestos que debe pagar el empresariado, encargar la realización de grandes infraestructuras a las empresas o subvencionarlas con nuestro dinero, e inyectar dinero público a los bancos privados, mientras a su vez, recortan el gasto social. En una palabra, los beneficios para los ricos, pero cuando tienen perdidas, que las paguemos entre todos. Creo que tiene razón un conocido sindicato que hablando sobre los poderosos dice: “esta es su crisis, que la paguen ellos”
Además de esto, nos meten el miedo en el cuerpo agrandando “el monstruo de la crisis”, a fin de que los obreros seamos quienes paguemos más consecuencias: nueva rebaja de derechos laborales como abaratar el despido, aumentar la flexibilidad laboral, bajada o congelación de salarios, despidos de trabajadores eventuales y también fijos, aumento de la subcontratación...
Ahora el grupo de los G-20 busca con urgencia un cambio mundial del modelo económico, social y político; tarea arduo difícil. Que pena que estos gobiernos poderosos no sepan que lo que debe de cambiar no son fundamentalmente las estructuras económicas de la sociedad sino la estructuras morales del ser humano.
Si al conocimiento de los expertos en economía, se añadiera el conocimiento de lo que significa ser un nuevo hombre en Cristo, las cosas mejorarían por añadidura: las riquezas se repartirían de forma justa y la economía se planificaría para servir a las personas y no servirse de ellas.
No es pecado ser rico, ni tampoco ser empresario; pero se necesitan ricos y empresarios que tengan una visión para servir al prójimo con su dinero y no enriquecerse con él. Ya lo dijo el apóstol Pablo:
“raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Ti 6:10). Esta crisis, es la crisis de “la avaricia que ha roto el saco”. Pero, ¿qué podemos hacer ante esto?, ¿cómo afrontar como cristianos esta crisis? El mismo Santiago nos da la respuesta más abajo:
“Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y tardía. Tened también vosotros paciencia y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca.” (St 5:7-8)
Si salimos de esta crisis será por la misericordia de Dios, y no solo por los esfuerzos, muchas veces estériles, de los políticos; pero también debemos de plantearnos la posibilidad de que las cosas empeoren y esto apresure la venida del Señor.
Sea como fuere, nuestra actitud, según Santiago, debe ser de paciencia y firmeza. Paciencia, para soportar la injusticia y el desempleo motivados por la avaricia de los “ricos opresores”- como dice el epígrafe de la epístola. Y firmeza, para no dejar de orar y perseverar en Dios (él único que puede controlar y usar esta crisis para beneficio de su pueblo) y continuar haciendo el bien, especialmente a aquellos que perdieron el trabajo y viven angustiados por su situación económica.
Nuestro amor cristiano se probará en estas situaciones, para ver si somos capaces de compartir el evangelio, el dinero y la empatía con el que ahora tiene necesidad. Nuestra esperanza también será probada, porque así sabremos mejor si el cielo es nuestra verdadera patria o si hacemos de la tierra nuestra patria permanente.
Siempre podremos hacer algo para mejorar el mundo, como luchar legal y pacíficamente por la defensa de las causas sociales, pero no olvidemos que Dios no ha prometido que va a solucionar todas las crisis. El mundo solo tendrá paz, bienestar y justicia completas cuando Cristo venga a reinar. Por eso deseamos que venga pronto el Señor.
“Ciertamente vengo en breve. Amen; sí, ven, Señor Jesús” (Ap 22:20).
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