Contador a cero

Lo del sudor no nos ha impedido poner aire acondicionado en nuestras oficinas, ni lo del dolor ha sido freno para procurar partos sin dolor.

De igual manera lo del deseo y el dominio ha de ser un estímulo para luchar contra los malos tratos y, en especial, contra los asesinatos de mujeres; incidir en lo que es para aproximarnos a lo que debe ser.

Y aquí estamos, después de veinte siglos de cristianismo y no sé cuantos desde Génesis a la primera Navidad, con el problema vivo y coleando.

Produce sonrojo ver como aún hoy se mencionan los accidentes laborales, las reyertas entre homosexuales o las agresiones que puedan producir las mujeres como cortina de humo para no enfrentar este sangrante problema.

Todavía es peor ver la derivación de la culpa bajo el interesado comentario de que las leyes actuales provocan y fomentan los crímenes porque no dejan al asesino otra salida.

¡Vergonzoso! Como si otras manifestaciones de agresividad o la imperfección de las leyes hicieran la violencia doméstica, de género, machista o como se llame más leve, más justificable o algo que casi no existe pero que magnifican los medios de comunicación.

No podemos poner el contador a cero cada año y conformarnos con los indicios positivos -o negativos- de las estadísticas.

Nos entretenemos con porcentajes sobre asesinatos de nacionales o inmigradas, jugamos con los segmentos de edad de las personas implicadas y comparamos el presente ejercicio con el anterior para ver las desviaciones en más o en menos. Habrá que ocuparse de que el machito sienta con fuerza el rechazo social; y eso nos implica a todos.

Las propias mujeres, sus familiares y allegados así como la sociedad en general tendrán que dejar de minimizar y relativizar el grave riesgo que representa la más leve manifestación de este tipo de violencia.

Como dice Isabel Pavón en su artículo de esta semana ¿Es que todavía no podemos hacer algo más para acabar con esta enfermedad infecciosa que se expande por el mundo desde tiempos ancestrales?