Miguel de Unamuno, a quien leo constantemente y cito con mucha frecuencia, dejó escrito que en nosotros nacen y mueren a cada instante oscuros recuerdos, y este nacer y morir de ellos constituye nuestra vida. A veces –no se con cuánta frecuencia- la vida nos proporciona sorpresas que ni siquiera intuimos.
Algo así me ha ocurrido hace un par de meses.
Acabando los años 50 llegó a Tánger, en Marruecos, donde yo entonces vivía, un joven fraile franciscano llamado Constancio Cabezón Marín. Había sido enviado allí por el fundador de la maquiavélica “Fe Católica”, Sánchez de León, que tenía su sede en el número 1 de la madrileña calle Maldonado. “Fe Católica” era obra de los jesuitas. Su misión principal, casi única, consistía en combatir al protestantismo en España. Escribía boletines y libros sobre los protestantes que luego enviaba a comisarías de policía y a gobernadores civiles. De tanto en tanto publicaba un libro blanco sobre las actividades del protestantismo en España y lo hacía llegar al jefe del Estado, a ministros y a numerosos departamentos claves de la administración política.
Ante la fuerte presencia en Tánger de iglesias y otras entidades protestantes, Sánchez de León consideró que era el momento de actuar allí. Puesto que los jesuitas no podían entrar a Marruecos, sólo los franciscanos, amaestró al joven miembro de esta orden para implantar “Fe Católica” en la ciudad marroquí y detener el avance del protestantismo entre los españoles.
Una de las primeras visitas de Constancio Cabezón fue a mi despacho, interesado por mi libro DEFENSA DE LOS PROTESTANTES ESPAÑOLES, del que me pedía ejemplares que, lo supe luego, enviaba a sus jefes en Madrid.
Al principio creí en su amistad y la acepté. Pasado un tiempo él la traicionó. Tuvimos varios encuentros fuertes, uno de ellos en el hotel Pasadena, en la carretera de Tetuán, cercano a la plaza de toros. Eran las nueve de la noche. Cabezón había reunido en el hotel a la crema de los católicos españoles residentes en Tánger para explicarles cómo combatir el protestantismo.
Después de este y otros incidentes perdí la pista a Constancio Cabezón aunque, y no le encuentro explicación, me acordaba de él con frecuencia. Unos me dijeron que había dejado los hábitos por una mujer; otros, que estudiaba Medicina en Cádiz.
Hace poco, ojeando un catálogo de libros católicos recientes hallo uno escrito por mi amigo-enemigo de muchos años atrás. Lo pedí. Investigué. Resulta que Cabezón vive. Andará por los ochenta y tantos años. Está recluido en el Santuario de la Virgen de Regla, en Chipiona. He experimentado una gran alegría.
El libro que ha escrito sobre la pasión y muerte de Jesús es excelente. Se ajusta a la Historia evangélica. En estos días, cuando tantas paparruchas y majaderías se escriben sobre Jesús, la obra de Constancio Cabezón a mí se me antoja como las primeras flores intactas de una rica primavera o como el agua primera de una fuente limpia.
La intención del autor queda expresada en la introducción. Aclara que lo único que le ha movido a llevar a cabo este trabajo “ha sido dar a conocer de forma más profunda a Dios hecho hombre, Jesús de Nazaret, sobre todo en el aspecto que tanto cuesta comprender al ser humano y que no puede eludir: el sufrimiento, para que el lector sepa, como Él, llevar con gallardía y hasta el final la cruz de cada día”.
Fiel a este guión, el autor, que efectivamente estudió Medicina en la Facultad de Cádiz, especializándose en Cardiología y Medicina Interna, trata aquí, y lo hace con relevante autoridad, los aspectos médicos de los sufrimientos y muerte de Jesús.
En la primera parte del libro escribe sobre el pueblo judío, el Sanedrín, Pilato, Jesús, aspectos cronológicos, psicológicos y jurídicos de la condena a muerte de Jesús y la versión oficial de la condena.
Más profunda la segunda parte: El sudor de sangre que brota del cuerpo del Señor, la flagelación, la corona de espinas, cómo era la cruz de Jesús, el hecho de llevar la cruz, cómo fue crucificado, las llagas de las manos, las llagas de los pies, la lanzada al corazón, el descendimiento del cuerpo y el entierro.
Veinticuatro páginas del libro están dedicadas a defender la autenticidad del llamado lienzo de Turín. Para el autor, el lienzo de Turín “es el mismo que envolvió el cuerpo de Jesús en el sepulcro, desde que fue sepultado hasta la resurrección”.
Felicitaciones a Constancio Cabezón por este hermoso libro que nos aclara aspectos poco conocidos de la pasión y muerte de Jesucristo.
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