Crisis económica mundial 2008 (V)En el colegio en el cual aprendí para la escuela y la vida había, entre los textos que adornaban sus paredes, el siguiente: “ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos y sé sabio”. Aludía, naturalmente, a la diligencia y capacidad de organización y trabajo de este insecto, que aprovecha el buen tiempo para procurarse alimento con que sobrevivir durante el invierno.
Se trata, pues, de un actitud ejemplar, reconocida por todas las culturas y sistemas. Desde las esclavistas antiguas hasta las capitalistas de hoy en día, y desde las colecciones de proverbios antiguos hasta los diccionarios actuales. La cita completa en la Biblia, por si alguien la quiere consultar, se encuentra en
Proverbios 6:6-11.
El texto bíblico no la contrapone explícitamente a la cigarra, cosa que sí hace la conocida fábula. Pero aún sin contraponerlas explícitamente, en Proverbios se encuentra la contraposición entre la diligencia y la holgazanería. En este sentido, ha sido utilizada para “visualizar”, y a mi entender con buen criterio, qué ocurre cuando la pereza y la holgazanería se adueñan de la vida de las personas.
De ella se han servido toda clase de maestros. Mejor dicho, de ella se han servido los maestros de toda condición e ideología, hasta llegar a los últimos, a los de nuestro tiempo, esto es, a los
neocons,
neoliberales, o como quiera llamárseles; en suma, a los maestros del capitalismo salvaje. Ellos también han alabado la virtud del trabajo sistemático, diligente que, poco a poco y sin descanso, produce al final grandes resultados.
Y, como no podía ser de otra manera, han presentado a sus prohombres como ejemplares perfectos de la laboriosa hormiga.
Sin embargo, ¡nada más lejos de la realidad! Ninguno de los santones del neoliberalismo se comportó como una hormiga.
Evidentemente, no fueron, ni son, holgazanes que se pasen el día tumbados a la bartola. Pero tampoco se han conformado con el poquito a poco que caracteriza el trabajo de la hormiga. Han sido más bien como pescadores afanados intensamente en realizar una perfecta puesta a punto del equipo, buscar el emplazamiento ideal para luego poner la caña y esperar.
No indefinidamente, desde luego. Pues si en un plazo de tiempo razonable, siempre más corto que largo, no obtienen el resultado previsto, nunca pequeño, con tal de conseguirlo, sin descanso cambian aperos y emplazamiento.
Uno de los motivos de la crisis ha sido el endeudamiento desmedido, especialmente el de las instituciones, que han utilizado el dinero ajeno para crecer no poco a poco, sino a “pelotazos”. Claro que en vez de endeudamiento desmedido habrán leído “apalancamiento”, término que, al ser elegante, positivo, transmisor de la idea de solidez, de multiplicación y de fuerza es el utilizado por los técnicos. Y, en vez de “pelotazos” aprovechamiento de oportunidades, que también es más fino.
Pero en el fondo, y so capa de un cierto tecnicismo, se trata de una perversión del lenguaje. Y, consecuentemente, del sentido del texto bíblico. No. De la Biblia no se puede decir que, en general, bendiga el capitalismo. Y de este caso concreto, tampoco.
El crecimiento pequeño, poco a poco y de carácter sistemático y ordenado, está reñido con el capitalismo. Siempre lo ha estado, pero ahora más, toda vez que todos hemos podido comprobar cómo la esencia de las finanzas estaba constituida por las grandes compra-ventas de grandes instituciones en las que merced a un endeudamiento desmedido se adquirían grandes parcelas de poder, grandes cuotas de mercado y, aparentemente, grandes dosis de beneficios. Objetivos todos ellos imposibles de alcanzar con el crecimiento derivado de la estricta realización de las propias y recurrentes operaciones mercantiles. Todo ello al tiempo que como nuevo elemento de gestión se introducía la noción de caos, la novísima y creativa forma organización y dirección.
¿Cuadra este proceder con el de la hormiga? Ciertamente no. Más aún, es una hipocresía mayúscula porque mientras se predica el ejemplo de la hormiga se hace y bendice justo lo contrario. Y una perversión.
La perversión de la enseñanza del proceder de la hormiga y, consecuentemente, la de la fábula de la hormiga y la cigarra. Y esto es tan evidente que se ha llegado al extremo de alumbrar una nueva versión de ésta. Titulada como la versión actual de la fábula de la hormiga y la cigarra, adapta la clásica a lo urbano y dice que mientras que la hormiga se privó de toda suerte de ocio, trabajando duro para conseguir sus objetivos poco a poco, la cigarra hizo todo lo contrario: disfrutó de la playa, de los bares y de los lugares de ocio. Se relacionó. De modo que cuando el mal tiempo llegó y ésta llamó a la puerta de aquélla no fue para pedirle alimento, sino para, lujosamente vestida y descendiendo de un pomposo Audi, solicitarle que cuidara de su casa mientras ella se iba a París a cumplir con un espléndido contrato de trabajo conseguido con sus andanzas.
Al final, la cigarra, desde su opulencia recién conquistada, pregunta a la hormiga si puede hacer algo por ella. Y ésta dice que sí. Que, ya que va a París, visite al Sr. La Fontaine, el autor de la fábula, y de su parte lo mande a hacer puñetas.
Yo no me siento en condiciones ni con fuerza para mandar a hacer puñetas al autor del proverbio recogido en la Biblia, pero si me considero legitimado para pedir que, al menos, dejen de sermonearnos mientras hagan lo contrario de lo que predican. O, mejor aún, que hagan lo que predican y dejen de intentar engañarnos.
Si quieres comentar o