Crisis económica mundial 2008 (IV)Los últimos versos del libro de Habacuc (3:17-18) dicen así: “aunque la higuera no florezca ni en sus vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo y los labrados no den mantenimiento, aunque las ovejas sean quitadas de la majada y no haya vacas en los corrales, con todo, yo me alegraré en el Señor, me gozaré en el Dios de mi salvación”.
Puede que el lirismo de estos versos oculte su verdadera crudeza. Puede también que los términos vides, higueras, labrados, majadas, corrales, ovejas y vacas no digan mucho al urbanita de principios del siglo XXI, en especial al urbanita joven. No así a los que alcanzamos a conocer la vida rural, pues mal que bien, y a pesar de la distancia que va de la sociedad rural de mediados del siglo veinte a la de la época del autor de estos versos, sí podemos hacernos una idea bastante cabal de lo que significan.
Y significan crisis.
Crisis con todas las de la ley. Cierto que no es una crisis de demanda como la actual, sino de oferta. Dicho de otra manera, los problemas no vienen del lado de quienes han depuesto su actitud consumista habiendo qué consumir, sino del otro lado. De quienes deberían ofrecer y no ofrecen porque no tienen qué ofrecer. No habiendo uva no se puede hacer vino, bien tan preciado en el AT. Y lo mismo se puede decir de los higos, del trigo y de la carne. Lo que el profeta pinta es la falta total de sustento, de producción agrícola y ganadera. Y no es sólo la falta del alimento, muy importante desde luego, sino de todos los derivados que obtenían de ellos.
Pues bien, creo que
el profeta se encuentra a años luz de quienes durante estas últimas décadas han venido publicando las buenas nuevas de la teología de la prosperidad. Habacuc no entiende la crisis, la ausencia de prosperidad como prueba de la falta de fe, ya sea a nivel individual o colectivo.
Como sostienen que al que cree todo le es posible (
Mc. 9:23), critican sin piedad a cualquiera que no ha sabido llevarlo al área económica. A quienes viven en situación de crisis, digamos que más o menos duradera a lo largo de su vida, porque revelan a un Señor de miseria o tacaño o limitado en asuntos financieros. En el fondo hacen con quien padece la crisis aquello mismo que el sano convencido del mérito de su fe hace con el enfermo: acusarle de estar así porque quiere; porque no tiene la suficiente fe para salir del atolladero. E insisten e insisten en hacer sentir al enfermo que la causa de su crisis es él mismo, culpabilizándole e impidiéndole que, como Habacuc, pueda gozarse en su Dios y Señor en medio de la dificultad. Lo cual es sumamente llamativo porque es exactamente lo que han estado predicando quienes ahora nos han abocado a la crisis actual.
El pobre, para poner remedio a su pobreza, debe sentirse lacerado por ella. De lo contrario, no querrá dejar de ser pobre. Por eso no debe ayudársele a remediar su situación. Es la cantinela que ha sustentado las políticas de reducción de los gastos sociales llevada a cabo tan agresivamente en Occidente desde la época del Sr. Reagan y la Sra. Tatcher, así como la de impuestos para los ricos.
Todo muy atractivo y muy claro hasta que... el país santo, bueno y bendecido se convirtió en el epicentro de esta crisis y hasta que las grandes instituciones financieras, y con ellas sus dirigentes, se vieron en grave apuro. Porque a partir de ese momento las cosas empiezan a estar confusas. Ya no es que Dios haya dejado de bendecir a quienes bendecía, como tampoco que les sea de aplicación sus caritativas recetas. No. Dios sigue bendiciéndoles y, además, hay que ayudarles con sumas que los ordenadores casi no podrían contar si las calculasen en las antiguas pesetas, para que ellos vuelvan a la senda de la prosperidad sin sentir la laceración de la crisis en sus bolsillos. ¡Faltaba más!
Todo sería bastante mejor si siguiéramos a Habacuc y dejáramos de establecer correlatos económico-teológicos de la ideología dominante, por mucho que provenga de países supuestamente bendecidos por Dios.
Los profetas fueron pobres, Jesús fue pobre y los discípulos también. Por otra parte, la Biblia está transida de alegatos en contra de la prosperidad del impío. Conviene, pues, dejarse de manifiestos en favor de los que amasan los mayores tesoros de la tierra, de cubrirles con palio y pedir para ellos, por el contrario, la administración, siquiera que en pequeñas dosis, de la receta que han administrado a los demás. Y no es que sea partidario de la pobreza, es que debemos deslindar y asumir que ni la codicia ni los intereses de los poderosos hacen el reino ni la economía de Dios.
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