Crisis económica mundial 2008 (II)Andaba dándole vueltas estos días al asunto de la crisis financiera cuando se me ocurrió servirme un episodio de la mitología griega para ejemplificar el fin trágico, súbito e impensable de esta especie de banquete pantagruélico que los años de bonanza económica han supuesto para los grandes actores del mercado global, especialmente las megainstituciones financieras.
Anticipo que el título elegido puede parecer una contradicción, pues Apolo pasa por ser el dios griego de la belleza, la luminosidad y la racionalidad. Apolíneo significa por tanto la actitud ética y estética caracterizada por la aceptación de los ideales de mesura, equilibrio y racionalidad. Sin embargo,
Apolo tiene un lado oscuro, trágico y de cierta desmesura generalmente obviado.
Según la Odisea, la relación de
Ulises, rey de Ítaca, con los dioses era buena en general, salvo con el que más tarde le complicó la vida, porque los tenía en cuenta y cumplía puntillosamente sus obligaciones rituales. Pero, alejado de su palacio por causa de la guerra de Troya, éste se llenó de los hijos de las élites de la isla que aspiraban a casarse con su esposa Penélope, quiénes probaron no tener la misma consideración para con las divinidades.
Estos pretendientes se pasaban los días comiendo y bebiendo en interminables banquetes. Mataban a diario bueyes, ovejas y gordas cabras, que comían regándolas con abundante vino puro. Comían y bebían, permítaseme, en cantidades industriales y sin respetar el ritual establecido para con los dioses. Éstos se quedaban sin su parte del sacrificio. Sin el ascendente aroma de las carnes y grasas abrasadas; sin su alimento. Y otro tanto ocurría con la bebida: no se les hacían las libaciones debidas. En su soberbia y despreocupación por dioses y hombres, los pretendientes olvidaron el derecho de unos y otros, esto es, el intercambio que debe regir tanto el sacrificio como el subsiguiente banquete. Pues la reciprocidad que hace que el invitado de hoy sea el anfitrión de mañana, y viceversa, no existía. A Ulises lo estaban expoliando para satisfacerse a sí mismos impíamente.
A partir de aquí todo se precipita. Ulises volvió y disfrazado de mendigo se presentó en el banquete. No lo reconocieron. Y solo obtuvo, a pesar de la abundancia, la denegación del más mínimo auxilio y algunos golpes. Por otro lado, en la ciudad, como contrapunto a tanta impiedad, unos heraldos pasean en procesión un sacrificio rectamente dedicado a Apolo, campeón del arco, que terminará protegiendo a Ulises. El concurso de arco organizado por Penélope para elegir esposo de entre los pretendientes está a punto de comenzar, pero presupone por parte de estos un acto de impiedad contra Apolo, el gran campeón y Ulises, su gran émulo. Sin saberlo, se han convertido, pues, en blanco de la ira de un dios que se siente doblemente ultrajando.
Así, ironías del destino, mientras piensan encaminarse gozosamente hacia la consecución de su gran objetivo, están dirigiendo sus pasos hacia su perdición. Hacia la gran tragedia. La muerte les aguardaba allí donde ellos pensaban encontrar el goce y la felicidad. Ulises, ejerciendo de Apolo, lanzó con su arco las flechas que acabaron con todos ellos.
A diferencia del relato mitológico en la debacle financiera actual no morirá ninguno de los pretendientes. Esto es lo único que realmente cambia, porque como ya hemos visto, los causantes de la misma siguen ejerciendo de impíos pretendientes con los bolsillos cada vez más llenos, y los pocos que se han ido también los llevan a rebosar. Por lo demás, el relato es una metáfora cabal.
Los grandes ejecutivos se han instalado en la globalidad de este universo aldeano cual los pretendientes de Penélope en el palacio de Ulises. Allí han tomado con total desmesura lo que no es suyo. Sí, lo que no es suyo, porque ¿quién se merece, de verdad, un salario anual de mil millones de dólares, novecientos, ochocientos, setecientos o quinientos? ¿Qué hacen los grandes ejecutivos para llevarse cientos de millones de dólares o euros al año, o cada cinco años? ¿Crear riqueza? Eso dicen. Pero no es cierto, y si lo han conseguido ha sido con malas artes y de forma efímera. Lo único que han hecho de verdad ha sido endiosarse. Olvidarse en este caso del Dios de la Biblia y de su imagen, el hombre. No han respetado sus mandamientos y al hombre sólo le han dado golpes de todas clases y, en algunas ocasiones, unas pocas migajas. No hay más que rememorar sus grandes declaraciones. Son líderes y, por ende, tienen derecho a todo. Las normas no son más que estorbos estúpidos. Han sabido conseguir cuanto se propusieron, por lo que tenemos que imitarles. La codicia es bella y, por ello, debemos codiciar. El pobre debe sentir la laceración de su pobreza para poder triunfar, si no se hace vago y maleante, etc., etc., etc.
Por añadidura, han vivido los días previos a esta apolínea debacle ajenos al destino dictado. Mírese si no qué es lo que ha pasado en el mercado del petróleo y de las materias primas. ¡Alzas ingentes de precios! Alzas ingentes acumuladas en poco tiempo, en los últimos momentos antes del estallido de la crisis, cuando ya estaba haciéndose presente. Pero alzas conseguidas en base al convencimiento de que la fiesta seguiría y el premio de las ganancias desorbitadas llegaría con la continuidad de aquélla. El petróleo en algo más de un año pasó de 60 a 150 dólares el barril, única y exclusivamente, porque los mercados estaban convencidos de que la demanda, la borrachera de consumo incluso aumentaría, llegando a hablarse de los 200 $ USA por barril. Y lo mismo vale para el resto de las materias primas.
El veredicto, sin embargo, ya estaba dictado en estos días de risueña y acrecentada desmesura. Los felices augurios no se cumplieron. Todo ha acabado en tragedia, aunque, una vez más, lamentablemente, los peor parados no serán los pretendientes a ganar la competición por el enriquecimiento obsceno, sino aquellos que a distancia sideral los contemplaban, dando igual que se hayan identificado con ellos o que no. Que participaran ilusoriamente en el festín o que, en nombre del Dios de la Biblia sirvieran de contrapunto a tanto frenesí impío.
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