Unamuno vivió toda su vida en cristiano, en auténtico cristiano. En él se realizó plenamente el lema de San Pablo y su vivir fue Cristo, el Cristo de los Evangelios. Además, Unamuno tuvo contacto personal con buenos teólogos protestantes. Uno de ellos, discípulo suyo en Salamanca, fue el escocés
Juan A. Mackay, durante muchos años catedrático de filosofía en la Universidad de Lima y autor de un libro sobre el panorama espiritual de España, casi todo él dedicado a Unamuno.
Lo que ocurría con Unamuno era que huía de las definiciones. “Yo huyo como de la peste cuando se me quiere clasificar”, decía.
A pesar de ello,
Unamuno conocía el Protestantismo mejor que muchos de nuestros pastores. No olvidemos que ese genio vasco leía en quince idiomas y tenía acceso a literatura vedada para nosotros. Siempre solía llevar. consigo, y nunca se cansó de repetirlo, un original griego del Nuevo Testamento, que conocía casi de memoria.
Incluso en su vestir daba la impresión de ser un Ministro de la Reforma. María de Maeztu le describe “alto, erguido, con su traje de pastor protestante, que le iba tan bien”. Y
Vicente Marrero habla de su “sombrero a lo “churchman” que usaba hasta caer en el sinsombrerismo; el chaleco severamente cerrado; la austeridad del color; en suma, lo que Cándamo, prologuista de la colección póstuma de sus ensayos, llama su indumentaria de cuáquero”.
El
Cardenal Gomá dijo de Unamuno que era sospechoso por lo que había en él de protestante. Y
Gabriel de Armas, un escritor canario que ha visto a Unamuno con miopía de último grado, en un libro escrito contra el Rector de Salamanca, recoge las opiniones de la jerarquía católica sobre Unamuno. Casi todos los señores eclesiásticos que cita concuerdan con el
Obispo de Astorga en llamar a Unamuno “modernista luterano”.
En París, en el célebre café de “La Rotonde”,
Blasco Ibáñez dijo una vez a Unamuno: “Usted, Unamuno, con ese aspecto levítico, debía ir a Norteamérica a fundar una religión”.
Como fundador o reformador religioso lo describió el gran poeta contemporáneo
Antonio Machado:
Quiere ser fundador, y dice: Creo;
Dios y adelante el ánima española...
y es tan bueno y mejor que fue Loyola:
sabe a Jesús y escupe al fariseo.
El mismo Unamuno, al referirse a sus escritos, los llamaba “sermones”. “En mis frecuentes correrías por ciudades y pueblos, cuando yo voy de sermoneo laico...”. “Me llaman a Vigo, y en vez de soltar seis conferencias de economía política o de lingüística, haré una seisena, seis sermones laicos con su tinte protestante”.
En la literatura española contemporánea no hay otro autor que haya tratado los temas espirituales con esa visión profunda del Cristianismo como demostró Unamuno en sus ensayos sobre Nicodemo, Jesús y la Samaritana, la oración de Dimas, San Pablo en el areópago, etc.
Incluso en sus dos libros excomulgados por la Iglesia Católica, “
El sentimiento trágico de la vida” y la “
Agonía del Cristianismo”, hay una llamada angustiosa y apremiante a una renovación cristiana del individuo y de la sociedad. Su
poema al Cristo de Velázquez clásico ya en la poesía española, calificado como “el más entrañable poema religioso español desde el siglo XVII”, hace llorar de emoción cristiana incluso al ateo.
Y en su
canto al Cristo yacente de Santa Clara, publicado en 1913, Unamuno nos obsequia con su visión netamente protestante de Cristo, de ese Cristo del cielo llamado a redimirnos del otro Cristo de la tierra, del pobre «maniquí de madera, articulado, recubierto de piel y pintado. Con pelo natural y grumos de almazarrón en el que fingen cuajarones de sangre; la boca entreabierta, negra por dentro y no con todos los dientes; los pies con los dedos encorvados.
La Biblia era la comida diaria de Unamuno. En todos sus escritos abundan referencias al Libro de Dios. En su magnífico libro “Vida de don Quijote y Sancho” tuve la paciencia y el placer de anotar 105 citas y referencias bíblicas. Y con igual profusión existen en todas sus obras.
José María García Escudero, especialista en temas católicos, dice de Unamuno que “no es católica la fe de su obra, sino luterana, y lo que él representó, como
Aranguren ha señalado en un libro reciente, fue “la posibilidad, por ventura nunca realizada fuera de este hombre, de un luteranismo español”.
No hubiera sido perjudicial la realización de este sentimiento unamunesco, porque el mismo Aranguren dice: “Para remover la conciencia religiosa no hay ningún escritor español que posea la eficacia de Unamuno. Es posible que existan hombres a quienes haya apartado del Catolicismo, aún cuando no sé concretamente de ninguno. Conozco a varios, en cambio, que han sido traídos a la fe por un empujón suyo”.
¡Quisiera Dios concedernos muchos hombres como Unamuno en estos tiempos de frialdad espiritual!
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