El gobierno español anuncia su intención de modificar la legislación sobre la despenalización del aborto. Llama la atención que este tema se plantee a raíz del descubrimiento de un entramado con casos de abortos de fetos de hasta 8 meses; la reacción natural debería ser optimizar los mecanismos de control y persecución de estos delitos. Los evangélicos tenemos una posición definida en este tema, que se fundamenta en el respeto estricto a la vida que surge desde la primera célula en el inicio de nuestra vida, el zigoto.
Echamos en falta la voz de los médicos, que saben que somos vida humana desde la propia concepción, pero los políticos prefieren trasladar el debate al área sociológica e ideológica; no es razonable seguir escuchando argumentos pre-científicos como cuando se dice que el embrión es como un mioma que forma parte del cuerpo de la madre y que, por tanto, la mujer tiene derecho a “decidir sobre su propio cuerpo”; se habla también de fronteras en el desarrollo embrionario que definen límites, cuando la realidad es muy diferente: se trata de un proceso sin solución de continuidad. Finalmente, se trivializan las consecuencias psicológicas del aborto para la mujer, en contra de la evidencia científica.
Somos conscientes de que no hay un acuerdo homogéneo en la sociedad española y que, por tanto, no es fácil elaborar una legislación que cuente con un apoyo mayoritario; también sabemos que no es probable que nuestra postura como evangélicos sea asumida por la mayoría de la población, aunque a pesar de esto no debemos dejar de
expresar públicamente nuestra opinión delimitando qué es lo que creemos en relación al aborto, en qué principios bíblicos nos fundamentamos, cuáles son nuestras razones éticas, médicas y sociológicas. Pero es igualmente importante señalar cuáles son los posibles criterios de consenso que podemos poner encima de la mesa para ofrecerlos a la sociedad como punto común para el inicio del debate.
Estos criterios de consenso no tienen que reflejar exactamente nuestra posición, pero son propuestas de encuentro que pueden entenderse como posibilistas. Nos parece más constructivo ofrecerlos para lograr un resultado positivo, que limpiar sin más nuestros zapatos del polvo de la sociedad post-cristiana en la que vivimos; responde al criterio del “mal menor” al que hay que recurrir muchas veces en el ejercicio del gobierno.
Creemos que una legislación de consenso, aún cuando no nos satisfaga del todo, es mejor que una basada en la imposición de la mayoría simple.
Hay temas como la sanidad, la educación o la política exterior, en los que se debería buscar un consenso de mínimos y para eso debería descargarse el debate de carga ideológica, lo que no significa renunciar a los principios y valores de cada uno; la ley que nos ocupa es uno de estos temas.
Es fundamental preguntarse: ¿En qué elementos podemos llegar a un acuerdo de mínimos? Proponemos algunos:
1.- El aborto no es nunca una decisión fácil para la mujer; hemos visto algunas que lo han realizado “porque no me viene bien ahora este embarazo”, pero la inmensa mayoría no se toma con alegría esta decisión y supone siempre un trauma antes y después de realizarlo. El objetivo que todos debemos compartir es disminuir la tasa de abortos, porque esto significará que se están utilizando eficazmente medios (como los anticonceptivos) que aseguren que la inmensa mayoría de los embarazos son deseados.
2.- Hay que aplicar medidas preventivas. En este sentido hay que reevaluar la eficiencia de las políticas sanitarias y educativas que se han fomentado hasta ahora por parte de los gobiernos de uno y otro signo; lo cierto es que el número de abortos sigue aumentando, y especialmente entre las adolescentes, lo que es el mejor índice de que estamos fracasando.
En política sanitaria, no hay problemas para el acceso a métodos anticonceptivos eficaces, pero incluso la facilitación de la píldora del día después –en nuestro criterio, potencialmente abortiva– no se ha acompañado de una reducción de la tasa oficial de abortos, sino que ésta ha aumentado en un 50%.
En política educativa, la cantidad de información no ha fallado –desde luego, nuestros hijos tienen más que ninguna otra generación antes–, pero lo que está fallando es el tipo de información; deberíamos asegurarnos de que la que transmitimos a los adolescentes les asienta en su maduración, en su libertad y en su responsabilidad, y hay evidencias de que no lo estamos consiguiendo con la política educativa y con la formación que les aportamos en la familia.
Tampoco es normal ni mucho menos progresista la machacante presión de consumo de sexo que reciben desde los medios de comunicación, la publicidad o los alardes –por cierto, claramente machistas– de sus compañeros. En cuestión de formación sexual nuestros hijos no están siendo formados en libertad.
3.- Hay que asegurarse de que la madre que se plantea la posibilidad de un aborto, tome su decisión con la mejor y mayor información posible. En el estado de bienestar que todos tenemos como objetivo hay que asegurarse de que ninguna madre se vea compelida a abortar por motivos económicos; los presupuestos del estado deben incluir partidas para apoyar a las madres solteras y a las familias en apuros.
Es útil considerar la normativa de países como Alemania, que ofrecen a la madre que se plantea abortar un asesoramiento objetivo en el que se le informa de las medidas de apoyo de que dispone –antes de que decida si abortar o no- y es después de esto que se le da un documento que certifica que ha recibido toda la información pertinente y toma su decisión.
4.- Finalmente, hay que dar apoyo humano, psicológico, y en su caso económico, a la madre que decide continuar con un embarazo que le supone un problema y ofrecer igualmente apoyo y restauración humana y psicológica a la que finalmente decida abortar.
Un acercamiento al debate como el que se propone ayudará a definir áreas de encuentro entre las posturas actuales, tan enfrentadas en el parlamento y en la calle, y a generar un entorno de diálogo constructivo.
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