En 1954, cuando sólo tenía 19 años, la escritora Francoise Sagan revolucionó las letras francesas con una novela perturbadora: BONJOUR, TRISTESSE (BUENOS DÍAS, TRISTEZA). Por la novela desfilan personajes jóvenes, adolescentes algunos, interiormente derrumbados, aburridos, inmersos en el sexo, el alcohol, la droga, jóvenes petrificados, paralizados bajo un hechizo mortal, con las antenas del alma espiritual caídas. “Nosotros no creíamos en Dios- dice una de las protagonistas, Anne-. Contentos ya, en aquellas circunstancias, creer en el azar”.
Justo diez años antes, en 1944, otra muchacha de 22 años, Carmen Laforet, gana en Barcelona el Primer Premio Nadal con una novela que titula NADA. Laforet marca un hito importante en la historia de la literatura española. Su difícil mérito consiste en haber sabido captar y expresar de manera espontánea la vaciedad de la vida española en aquellos años de postguerra. La tragedia de cada ser en el escenario de la realidad inmediata. Los conflictos de las personas y las cosas que las rodeaban.
Nos llega ahora otra escritora que sigue las pisadas de Sagan y Laforet:
Abigail Fernández publica a edad más temprana que las anteriores. Está saliendo de la adolescencia. El pasado mes de febrero cumplió 17 años. Es hija de Jorge Fernández, responsable de medios de comunicación en la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España.
Cuenta Abigail que empezó a escribir la novela a los 14 años. “Cuando escribí este libro –dice- estaba en plena adolescencia, y si lo leo ahora quizá haya cosas algo exageradas”.
Este curso Abigail iniciará el segundo de Bachillerato en San Fernando de Henares, lugar donde reside con sus padres. Fue aquí, en este municipio de la Comunidad de Madrid, donde
la autora conquistó el premio literario Manuel Vázquez Montalbán, convocado por el Ayuntamiento.
La presentación del libro tuvo lugar el pasado 10 de junio en la Biblioteca Pública. También estuvo expuesto en la Feria del Libro en Madrid y en Alcalá de Henares. El Concejal de Cultura del Ayuntamiento, Javier Corpas, dijo en la presentación que el libro de Abigail Fernández le había enganchado “con sólo leer las primeras páginas”.
Hay mucho de autobiografía en LAS LIBÉLULAS SON BELLAS. Es natural. La autora habla de su mundo, su pequeño mundo de colegiala adolescente. Pero hay también cierta dosis de romanticismo en el temperamento de los personajes. Destaca el notable brío y la gallardía en la descripción del ambiente escolar, que es historia al mismo tiempo que literatura.
Abigail Fernández, no obstante su juventud, relata con maestría lo que pasa en las almas mediocres de adolescentes y jóvenes que viven en huelga permanente de ideales, con la mente vacía, indiferentes a cuanto ocurre a su alrededor. La autora demuestra claridad de observación y una filosofía que responde a sus creencias religiosas: optimismo, esperanza, recuperación. Demuestra gracia en el estilo y emplea una prosa a veces obligatoriamente dura, casi descarnada, pero en general realista y provista de encanto.
Las 307 páginas de LAS LIBÉLULAS SON BELLAS se estructuran en 34 capítulos cortos.
En síntesis, la novela gira en torno a los tormentos de la vida sin Dios, la belleza de la conversión y el gozo de la existencia guiada por Cristo.
La última gran lección de la protagonista, dirigida a jóvenes de su Instituto, es una denuncia y una vindicación de la experiencia cristiana: “Los jóvenes estamos creciendo en una sociedad en la que, por las mentiras de las religiones, casi hemos optado totalmente por apartar a Dios de nuestras vidas, y lo sé porque yo misma he pensado así…pero pensad esto: cuando Jesús vino a la Tierra la noche de la primera Navidad, ¿era un niño o era una religión? Si comprendemos que es lo primero… entonces entenderemos que Él es una persona, y que cuando llegó aquí fue el primero que nos enseñó sobre la tolerancia hacia los demás a lo largo de toda su vida”.
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