Las cosas por su nombre

No se sabe si la ha montado ella, se la han montado a ella o, entre todos, no tenemos una cosa mejor en la que entretenernos. Últimamente nos ha dado por jugar con las palabras y parece que disfrutamos con aquello de “esto no es lo que parece” en relación con ellas.

Se me antoja un avance disponer de palabras que definen cosas que siempre habían sido pero no tenían un nombre adecuado.

Me explicaré.

La misma palabra maltratador —pido disculpas por no recurrir a un ejemplo de mejor cariz—, de toda la vida habían existido malos tratos y gente que le hacía la vida imposible a otros, violencia física y torturas psicológicas, pero no sabíamos cómo llamarlo.

Ocurría en muchas casas, empresas y colectivos en general, pero no teníamos un nombre que lo definiera. Ahora, a quien se comporta así, le llamamos maltratador y enseguida nos entendemos todos.

Pero ¡qué poco dura la alegría en la casa del pobre! hay palabras cuyo femenino se acepta con naturalidad —ministro/a, diputado/a, abogado/a, médico/a, arquitecto/a— otras sin embargo, no. Que se lo pregunten a Bibiana Aído o a quienes lo ven al revés que ella, a quienes ven en ello sexismo y a los que no.

O cuando yo había conseguido entender el significado tanto de “piquete” como de “informativo” resulta que “piquete informativo” tiene que ver con agresivo o coactivo. No hay quien se aclare, el que insulta dice que es libertad de expresión pero cuando le insultan lo llama infamia.

Desde la recomendación de ducharse con poquita agua uno se entera que trasvase sólo es trasvase cuando lo proponen unos concretos, pero los que antes no querían trasvase, al trasvase no le llaman trasvase sino captación temporal y reversible de agua —Suerte que, por fin llovió—.

Pero se pierde uno cuando se enfrenta a la crisis —no a la crisis de verdad, eso es lo de menos, sino a la palabra— ya no es un cambio brusco, mutación importante, momento decisivo, situación dificultosa o complicada, escasez o carestía ¡qué va! Ahora es desaceleración, aunque todo el mundo lo llame crisis.

Bien pensado nadie escapa a esa manipulación de las palabras.

Hay quien dice “Algo-hay” por no decir Dios. Unos dicen “to er mundo e güeno” en lugar de admitir pecado. Muchos prefieren llamarse evangélicos, católicos, protestantes o cualquier otra cosa en lugar se aspirar a ser simplemente cristianos.

No falta quien confunda relación —con Dios, claro— con religión.