Había presenciado muchos enfrentamientos personales y enemistades perpetuas como resultado de cosas dichas en esas reuniones.
Aquel día el encuentro se presentaba largo y con muchos asuntos por resolver. Los participantes manifestaban su alegría por el reencuentro ya que hacía meses que no se veían.
Conscientes de la necesidad de optimizar el tiempo despachaban con rapidez y eficacia los asuntos uno tras otro en un excelente clima de colaboración. José callaba —aunque los presentes no se daban cuenta— mientras se acercaba el momento de su intervención y, sin exteriorizar mal humor, se inquietaba poco a poco.
—Llevo varias noches sin dormir —dijo José saltándose la programación establecida— porque he estado pidiendo a Dios que me ayude a decir lo que llevo dentro desde hace semanas. Quiero medir mis palabras y hablar en buen tono pero no me gustaría que se quedara en el tintero nada de lo que quiero expresar. Me propongo no ofender a nadie pero debe quedar clara mi queja y la decisión que he tomado.
Las sonrisas de los asistentes se congelaron y de inmediato sus rostros manifestaron intuir la seriedad de lo que venía a continuación aunque nadie supiera de qué se trataba.
Estaba claro que era algo delicado y querían escuchar con respeto.
—Me he sentido ninguneado en este equipo —siguió José sin poder disimular su esfuerzo por mantener la calma— porque no se me ha tenido en cuenta en una cuestión de mi competencia. Sé que se trata de un hecho puntual pero es un claro indicador de la trayectoria mantenida. Por ello considero que no tiene sentido mi presencia aquí y por lo tanto dimito de mis responsabilidades.
—No se puede negar nada de lo que has dicho —manifestó Alex en representación de los aludidos— porque eso es lo que ha pasado. En modo alguno queríamos ofenderte, créeme que ni se nos pasó por la cabeza avisarte.
—Eso es justamente lo malo —interrumpió José con tono afable pero firme— que ni os habéis acordado de que estoy aquí. ¿Quieres mejor demostración de que estoy de más?
—Lo ocurrido ya no se puede borrar —contestó Alex— y yo soy el principal responsable de este fallo tan grave. Te pido perdón por ello. Me gustaría que reconsideraras tu decisión, nosotros no queremos que te vayas.
Se desató la conversación e intervinieron casi todos los presentes.
Antonio pensó que ese era el momento más delicado y difícil. Las palabras medidas ya se habían acabado y ahora todo sería más incontrolado, podría ser que alguno se ofendiera por cualquier cosa.
Para su sorpresa todos se pronunciaron con respeto y buen tono. José mantuvo su decisión mientras reiteraba que perdonaba sin reservas.
El tema se agotó y todos bromearon en un clima de sinceridad. La situación era difícil y no llegaron a un acuerdo pero se mantenía el afecto personal y la camaradería.
Al acabar Antonio se fue impactado por lo ocurrido, valorando la calidad moral de sus compañeros y los principios cristianos que les impulsaban a comportarse así.
Pasó el tiempo y José no dimitió. Alex y los demás se plantearon qué corregir para evitar errores de ese tipo.
¡Lástima que, en tantos años de reuniones, esta fuera la primera ocasión en que presenciaba algo tan alentador!
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