Los censores eclesiásticos estaban en todas partes. Todo lo espiaban y denunciaban lo que ellos creían que iba contra la moral católica del momento La Administración política añadía el sí y el amén a cuantas censuras recibían de los curas encargados de la flagelación intelectual.
Ahora, José Manuel Rodríguez, veterano locutor más conocido como Rodri, ha llevado a cabo una paciente investigación en la Fonoteca de Radio Nacional de España y el resultado ha sido la publicación de un librito acompañado de un doble CD con 39 canciones consideradas malditas por la censura eclesiástica de la época.
“Radio Nacional de España no censuraba las canciones pero era la única que llevaba un fiel seguimiento de las prohibiciones”, escribe Rodríguez.
Lo que encendía las alarmas era todo lo que sugiriera sexo. Y más, como suele ocurrir en los boleros, si se nombraba a Dios o se menospreciaba el pecado.
He aquí un curioso párrafo de Rodríguez, que hoy nos haría sonreír si no hubiera hecho llorar en su momento: “El tango fue considerado un baile pecaminoso y prohibido de bailar en público, a pesar de una demostración en el Vaticano para que el Papa comprobara que sólo era arte y destreza lo que algunos consideraban como lascivia; en estos años de mediados de los cincuenta, el bolero debió ser clasificado como algo maligno por las letras y, también, porque su ritmo perezoso permitía pegarse en el baile y no hay que olvidar que en algunas diócesis se prohibió, y hasta se llegó a amenazar con excomunión a las personas que acudieran a los bailes públicos y bailaran bien juntitos”.
Como ha quedado escrito, el catálogo de canciones malditas recopiladas por José Manuel Rodríguez incluye 39 títulos. Asombra saber que algunas canciones con letra inocente eran rayadas por la censura a veces con un punzón o tapando determinadas estrofas con cintas adhesivas.
Leamos algunos ejemplos.
El primer disco censurado fue el bolero cantado por Lucho Gatica: “¡Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez”. Pedir un hombre a una mujer o una mujer a un hombre abundancia de besos, era demasiado para las reglas morales que instruía la Iglesia católica.
A un elepé de Nat King Cole se le suprimió “El bodeguero”. La censura no quería borrachos en las ondas, aunque las tabernas no daban abasto en despachar botellas de vino.
La canción de Álvaro Dalmar, “Bésame morenita”, fue tachada casi en su totalidad. Figúrense cantar en aquellos tiempos de palo y tentetieso esta letra:
“Bésame, morenita,
que me estoy muriendo
por esa boquita, tan
jugosa y fresca, tan
coloradita”, etcétera.
La letra original de “Ojos verdes”, canción cimera, hubo de cambiar la primera estrofa, que decía: “Apoyá en el quicio de la mancebia”.
Para aquél catolicismo cerril y zafio en España no había mancebias ni mujeres apoyadas en sus puertas esperando clientes. Cuando apareció en nuestro país el disco de Olga Guillot que decía aquello de “sé que mientes al besar, que mientes al decir te quiero, me conformo porque sé que pago mi maldad de ayer”, “se llevaron las manos a la cabeza. ¡Es que no hay nadie decente en esta historia! ¡El hombre miente al besar y al decir te quiero y ella tiene que pagar por lo que hizo antes”. ¡Censurado todo. No radiable!.
Una de las canciones reprobadas en los últimos años de los cincuenta tenía un carácter político soterrado. Llegó de Colombia. Decía: “Se va el caimán, se va el caimán….”. Al parecer, la letra estaba dedicada al entonces presidente de Panamá Enrique Jiménez. Pero aquí se interpretó como alusiva al general Franco. Aunque, ¿qué tenía que hacer Franco en Barranquilla?.
Cuando Dios entraba a formar parte de la letra de algunos boleros, los censores elevaban el grito hasta el trono del Divino. Como en esta melodía que aún despierta emociones: “Siempre fuiste la razón de mi existir, adorarte para mi fue religión…. Y si ya no puedo verte, por qué Dios me hizo quererte para hacerme sufrir más…”. Todo tachado. Todo suprimido. Palos a esa manía de querer mezclar los amores humanos con Dios y con la religión.
El tema daría para dos o tres artículos más. Pero entiendo que es suficiente con este botón de muestra.
Quien tenga interés en el pequeño libro y en los dos CDs puede dirigirse a una buena tienda de discos y pedir UNA HISTORIA DE LA CENSURA MUSICAL EN LA RADIO ESPAÑOLA. Merece la pena leer el texto y escuchar de nuevo canciones que marcaron nuestros años jóvenes.
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