Así juzgó el tiempo el escritor aragonés José Camon Aznar: “Estas son las dos edades de la vida: cada día que pasa aumenta su juventud; cada día que pasa aumenta su vejez”.
Para este otro aragonés, Enrique Miret Magdalena, nacido en Zaragoza, al igual que el anterior, su vejez consiste en una eterna juventud mental. Miret ha cumplido 94 años, practica Yoga desde sus tiempos de universitario, publica un libro cada dos años - ¡y qué libros!- colabora con relativa frecuencia en prensa escrita y es llamado en ocasiones para intervenir en programas de radio. ¿Será verdad lo que dijo no sé quién?: El hombre es lo único que envejece. Todo lo demás rejuvenece en torno suyo todos los días.
Algunos de sus libros son un canto a la vida y un desafío a la vejez, como LUCES Y SOMBRAS DE UNA LARGA VIDA, ¿QUÉ NOS FALTA PARA SER FELICES?, LA VIDA MERECE LA PENA SER VIVIDA, ¿CÓMO SER MAYOR SIN HACERSE VIEJO?, y otros de parecidos títulos.
Enrique Miret Magdalena fue el primero, y casi el único personaje católico de prestigio que salió en defensa de los evangélicos españoles en tiempos de la dictadura y del nacionalcatolicismo feroz. Sus artículos en el diario PUEBLO, en las revistas TRIUNFO, CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO y en otros medios escritos, eran analizados con preocupación por aquella jerarquía católica intolerante y leídos con júbilo y agradecimiento por la minoría evangélica perseguida.
Miret Magdalena ha publicado últimamente dos libros importantes, distanciados en poco espacio de tiempo. Uno de ellos es el que estoy comentando. Otro, del que me ocuparé la próxima semana, lleva por título CREER O NO CREER.
¿DÓNDE ESTÁ DIOS? no es simple teología. Abunda en aspectos sociológicos y discurre sobre la religión en el siglo XXI. No propone síntesis alguna. Sabe que cuando se habla de Dios, se habla de una realidad que, por definición, nos desborda. “Dios infinito –escribe el autor- es indefinible por nosotros, seres humanos limitados en conceptos y palabras al ser nosotros finitos”. Citando a Tomás de Aquino, añade: “Dios es desconocido en cuanto nuestras palabras y conceptos no lo definen de ningún modo”.
El libro no transcurre por la doctrina cristiana en exclusiva. El autor opina sobre hinduismo, reencarnación, yoga, islam, judaísmo, religiones africanas, brujería, protestantismo y catolicismo. Con la religión de Roma es particularmente severo. Recuerda que el papa actual fue definido como Gran Inquisidor, “con su mano de hierro dirigiendo la Iglesia”. En otro capítulo del libro insiste: “Incluso se ha dicho que el papa Benedicto XVI se opuso, a principios del siglo, a que no hubiera libertad de opinión en la Iglesia, igual que pensó el Papa Pío XII”.
Veintidós de las trescientas páginas que escribe Miret Magdalena están dedicadas al examen del protestantismo y lo que él llama protestantismos en España. Por este término, llevado al plural, entiende (y a veces no lo entiende) las diferentes familias denominacionales que configuran el movimiento protestante español. Sus contactos personales los mantuvo principalmente con las denominaciones cercanas al ecumenismo promovido por el Vaticano. Cito un pasaje que hace referencia a estos acercamientos. Se refiere a 1975, año de la muerte de Franco. En aquél tiempo “hice mis pinitos de ecumenismo –escribe-, predicando y organizando conferencias conjuntas en capillas protestantes”.
Inexplicablemente, Miret Magdalena, que tanto sabe de nuestra historia reciente, la ignora. Rellena el capítulo dedicado a los protestantes escribiendo sobre Testigos de Jehová, Mormones y Adventistas, grupos religiosos de implantación mundial a los que llama “sectas”. ¿También él, tan liberal, tan abierto a las corrientes modernas, tan respetuoso con las opiniones ajenas? ¿Cuándo desaparecerá definitivamente esa palabreja del vocabulario castellano? ¿Por qué son sectas? ¿Qué es una secta? Sectas somos todos, desde el matrimonio y la familia a los seguidores del Real Madrid o del Barcelona Club de Fútbol, pasando por la economía, la política, la literatura, el arte -¿o es que Hollywood no es una secta?, y muchos etcétera. ¡Qué empeño en utilizar la palabra sólo para aplicarla a la religión!
El gran problema de la fe en la España de hoy es que no hay sed de Dios. La indiferencia religiosa invade los espíritus. Dios no interesa, no tiene lugar en la vida del español. Miret Magdalena culpa de ello a la propia Iglesia católica. Y pregunta: “¿Qué hubiera ocurrido si en vez de querer meter la religión en la enseñanza por un estrecho embudo hubiéramos leído con ojos limpios y sencillos el Evangelio, y dejarnos de exhortaciones intragables, como son las cartas pastorales de los obispos, o los documentos de la Conferencia Episcopal, o las homilías inactuales y verborraicas de las misas dominicales?”.
¿A quién toca responder? ¡Que levante la mano!
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