Profesor de Humanidades y de Filología en prestigiosas Universidades de Estados Unidos, está considerado, a sus 77 años, como una de las personalidades más influyentes de la crítica literaria. Explosivo y perturbador en sus juicios arremete por igual contra el presidente de su país y contra la religión hebrea. Al mandamás norteamericano lo llama “Francisco Franco Bush”, “Duce fascista” y otras lindezas.
En la esfera religiosa Bloom se identifica como “un judío agnóstico”, muy severo con el judaísmo. Advierte a sus lectores que es “un crítico literario dividido entre la herencia judaica y una desazón gnóstica de Dios”. Con todo, en las últimas líneas del libro Bloom escribe: “La necesidad o ansia de trascendencia puede que sea algo totalmente opuesto a la sabiduría, pero sin ella nos convertimos en simples mecanismos de entropía”.
El gigante sucumbe. Ante la realidad de la muerte cuesta creer que todo termina. Si del todo morimos, ¿para qué todo?, gritaba Unamuno. “Tierra, no eres mi abismo”, le acompañaba Víctor Hugo en el grito.
Como judío, Bloom no oculta su predilección por el Yahvé del Antiguo Testamento. “Es un personaje humano –dice-. Demasiado humano, y eso me hace conectar mejor con Él”. Pero esto no implica que Bloom tenga fe en Yahvé. “Cuando me preguntan si soy creyente, creo que es una pregunta mal planteada, no es coherente. Cuando alguien lo hace no sé a qué se refiere. Si se lo plantean a un judío, no es lo mismo que a un cristiano. Un cristiano tiene fe; un judío, confianza en Yahvé, y yo no la tengo”.
Harold Bloom ha escrito acerca de la religión y la Biblia a lo largo de toda su carrera. Pero en JESÚS Y YAHVÉ, que subtitula LOS NOMBRES DIVINOS, ha logrado su libro más controvertido.
Para el autor, la Biblia hebrea de los judíos, es decir, el Antiguo Testamento, y el Nuevo Testamento cristiano, son libros muy diferentes, con propósitos distintos, tanto religiosos como políticos.
Bloom rebate en su obra una idea universalmente admitida: La continuidad entre judaísmo y cristianismo. En su opinión, el Antiguo Testamento y el Nuevo son cosas distintas. Para él, Jesús no era descendiente de Yahvé en ningún sentido. “Hablar de una tradición judeocristiana es como hablar de una tradición cristianoislámica”, dice.
Metido en su salsa literaria, Bloom compara a Jesús con Hamlet y Don Quijote. “A Jesús se le rinde culto de modo parecido a como en España se rinde culto a Don Quijote”, dice el escritor, revelando una ignorancia impropia de su categoría intelectual.
Además de relacionar religión y literatura, Bloom entra con facilidad en el terreno de la política. Analizando el lenguaje críptico de Jesús, la emprende con Bush, “el peor presidente de nuestra historia”, y explica que sus compatriotas han construido un Cristo americano: “La mayoría de los creyentes en mi país –dice- está convencido de que Jesucristo habla inglés, aunque no llegan al punto de Bush, que se comunica directamente con él, cree que está afiliado al Partido Republicano y que es accionista de una de sus grandes empresas”.
Por lo demás, más de lo mismo.
Aunque muy diferente en su profundidad y en el enfoque a otros libros basura que se vienen publicando acerca de Jesucristo con la única intención de llenar de dineros los bolsillos de escritores de tres al cuarto y de editores totalmente mercantilizados, el trabajo que el autor se ha tomado en presentar a un Jesús humano en su totalidad, negando su divinidad, ya lo han realizado otros autores antes que él, y hasta con más rigor histórico.
Desde que el alemán Fiedrich Strauss en 1835 y el francés Ernest Renán en 1863 publicaran sus hoy famosas VIDA DE JESÚS, elevando la figura de Cristo hasta la cúspide del ideal humano, pero negando su divinidad, nada nuevo se puede escribir sobre el tema. Ya está todo dicho.
Concluyo con estas certeras palabras del autor de EL GENIO DEL CRISTIANISMO, François René Chateubriand, cuyo libro fue publicado en 1828: “Aún cuando la voz del mundo entero se levantara contra Jesucristo, aún cuando todas las luces de la filosofía se reuniesen contra sus dogmas, nunca se nos persuadiría que una religión fundada sobre tan asombrosa base, sea una religión humana… El que ofreció a los hombres por objeto de su culto la humanidad sufriente y la virtud perseguida, no puede menos de ser Dios”.
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