Aceptando los «aguijones» de la vida (II)Vimos en el primer artículo de esta serie que la gente reacciona de forma diferente e incluso paradójica ante el aguijón. Esto nos llevaba a un principio cardinal:
el ser feliz o desdichado no depende tanto de las circunstancias, sino de nuestra actitud ante estas circunstancias. Sin duda, la clave en cualquier acontecimiento adverso radica más en el corazón que en el aguijón; nuestra actitud es mucho más influyente y decisiva, a la larga, que la fuerza desmoralizante y devastadora del aguijón. De antemano, nadie está derrotado ante el golpe del trauma; nadie está, a priori, destinado a sucumbir ante las adversidades.
También vimos en aquel primer artículo que la aceptación es un proceso de transformación interior que se desarrolla en tres niveles de la persona. De hecho, son facetas interdependientes, constituyen como un racimo. Cada uno de ellas implica un aprendizaje que se realiza de forma simultánea en los tres frentes.
- Aprender a ver diferente. Este es el nivel que veremos esta semana
- Aprender a pensar diferente
- Aprender a vivir diferente
Aprender a ver diferente - El contentamiento
«He aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación» (
Fil. 4:11). El primer ingrediente de la aceptación está relacionado con
mi forma de mirar el aguijón y
desde el aguijón, la perspectiva que se abre tras el golpe del trauma inesperado. Es indudable que la persona afligida por un acontecimiento adverso no ve el mismo paisaje de antes en su vida; muchas cosas han cambiado; a veces, incluso «parece como si todo fuera distinto». Pero igualmente cierto es que necesito descubrir rayos de luz en la oscuridad de este nuevo paisaje. Son aspectos inéditos que se abren ante mis ojos y que me ayudan a luchar mejor o hacen más llevadera la carga.
El elemento clave para llegar a ver diferente es el
contentamiento. A fin de profundizar en este concepto vamos a centrarnos en un pasaje donde el apóstol Pablo pronuncia una lección magistral sobre el contentamiento, y lo hace desde la cárcel de Roma y en peligro franco de muerte; no se dirige a sus lectores desde una posición de tranquila comodidad, sino desde la angustia de una situación profundamente turbadora.
LA NATURALEZA DEL CONTENTAMIENTO
¿Qué quería decir Pablo al afirmar «he aprendido a contentarme»? La palabra original -autarkeia- nos da mucha luz sobre su significado: implica no depender de, estar por encima de las circunstancias; su énfasis está en la autonomía, en no quedar ligado a los acontecimientos o problemas. Si no se logra un mínimo de contentamiento, nuestro ánimo va a depender por completo de las circunstancias, buenas o malas y entonces la vida se convierte en un auténtico tiovivo emocional con bruscas oscilaciones desde la euforia a la oscuridad más cerrada. Es como si a un coche le fallan los amortiguadores. Cualquier bache, por pequeño que sea, se notará en gran manera. Muchas personas viajan por la vida sin «amortiguadores» porque no han aprendido esta actitud del contentamiento. El secreto del contentamiento, por tanto, radica en lograr cierta «independencia» de los acontecimientos vitales y no quedar atrapados por ellos.
¿Cómo conseguirlo? ¿Qué hemos de aprender a ver diferente? El aprendizaje se realiza en dos niveles: por un lado, la dimensión horizontal, hemos de tener una visión adecuada del aguijón; por otro lado, la dimensión vertical, necesitamos una visión adecuada de Dios en medio de la experiencia del aguijón. Vamos a desglosar estos dos aspectos en tres propuestas concretas:
Ver el aguijón desde la perspectiva adecuada. Se trata de encontrar la distancia correcta entre lo que nos sucede y cómo nos afecta. La palabra clave aquí es
distancia, porque la distancia nos permite una visión más objetiva y más global. Una ilustración nos ayudará a entenderlo. Si estoy perdido en un bosque, la mejor manera de encontrar la salida es buscar un lugar alto que me permita contemplar la situación desde una perspectiva diferente. Cuanto más me interne en la espesura de la arboleda, tanta más dificultad para hallar el camino. ¿Cuál es el equivalente de internarse en el bosque buscando infructuosamente una salida?
La introspección. La introspección, valga esta sencilla comparación, es como la sal en la comida: un poco es conveniente porque nos ayuda a escuchar nuestras voces interiores y desarrollar la capacidad de reflexión. Ello, en último término, facilita la asimilación del aguijón, lo cual es altamente deseable. Pero hurgar todo el tiempo en nuestro interior nos lleva a extraviarnos en un laberinto de sensaciones, sentimientos y dudas angustiantes. De un exceso de introspección sólo surgen «¿por qués?». Esta capacidad de «subir» al lugar alto es la que viene expresada por la palabra «superar» –del latín
supra, arriba. Cuando salgo del bosque y busco un lugar alto, me estoy «superando». Superar una adversidad o problema no es tanto solucionarlo, sino ser capaz de contemplarlo «desde arriba». Esta nueva visión del aguijón es el primer paso para experimentar la paz aun en medio de la tormenta, como veremos un poco más tarde.
Ver lo esencial por encima de lo circunstancial. Esta segunda dimensión es resultado de la anterior. Cuando logro subir al lugar alto y contemplar el aguijón desde una distancia correcta, se abre a mis ojos una perspectiva panorámica de toda la vida. Mi visión se agranda, el horizonte es mucho más amplio, el pasado y el futuro cobran un significado distinto porque ya no estoy encerrado en un presente que oprime hasta aplastar. Descubro que el paisaje es mucho más variado y rico de lo que yo sentía encerrado en la oscuridad de mi aguijón. Sobre todo, me ayuda a poner en su lugar lo que es realmente importante en la vida. Redescubro los verdaderos valores, lo esencial, aquello que está por encima de lo contingente. Veo que el aguijón puede quitarme partes importantes de mi vida, pero es mucho mayor la parte que aún me queda. Nos permite llegar a sentir como el periodista tetrapléjico: sí, he perdido algo, pero sigo siendo millonario.
Vislumbrar a Dios más allá del aguijón. Otra de las realidades que descubro en el contentamiento, a medida que voy logrando esta visión nueva, es la presencia de un Dios que al principio parecía lejano, tan lejano que quizás le confundimos con un fantasma como les ocurrió a los apóstoles. Cuando en aquella oscura noche de tormenta en el mar de Galilea Jesús vino a ellos andando sobre las aguas, pensaron que era un fantasma. Jesús estaba con ellos y por ellos, pero su ansiedad les impedía percibir la realidad de forma adecuada. Tan grande era su angustia, tan prolongado su sufrimiento después de remar toda la noche en medio de circunstancias adversas, que su capacidad de percepción estaba embotada (
shut down). Así ocurre muchas veces con las experiencias de aguijón en las primeras etapas. Pero poco a poco aprendo a
ver que Dios no está tan lejos como yo sentía, ni es un fantasma desconocido, sino el Jesús sufriente que viene andando, me da palabras de ánimo y me coge fuertemente de la mano para que no me hunda.
No confundir a Dios con un fantasma y poder llegar a percibir su voz en medio del aguijón constituye probablemente el aspecto más difícil de la aceptación. Lograr ver a Dios más allá del aguijón genera una confianza serena, profunda. Si Dios no es un fantasma lejano, sino el Cristo cercano que ha sufrido mucho más que yo, entonces aprendo que nada ocurre en mi vida sin su conocimiento y su control. Si él ve y conoce mi situación, entonces yo debo mirarla desde la óptica divina tanto como me sea posible. Ello me permite desligarme de la estrechez de mi visión y amplía mi horizonte. Este «paisaje» nuevo, desde la perspectiva de Dios, me libra de la amargura, del resentimiento y de la sensación de injusticia y esterilidad de muchas situaciones. Pero aun va más lejos; la aceptación implica creer que Dios puede sacar provecho de cualquier situación para transformarla en un bien para su gloria o incluso para mi propia vida.
Las dos próximas semanas veremos los dos aspectos restantes: cómo aprender a pensar diferente y a vivir diferente.
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