Supongamos que nos fiamos de los políticos

Pues vale. Lo malo es que la agresividad ya no sorprenda a nadie y que a la fuerza haya que considerar normal el insulto.

Supongamos que nos fiamos de los políticos —sólo lo suponemos—.

Supongamos que lanzan sus eslóganes y cuñas publicitarias, organizan sus mítines y cantan sus himnos.

Supongamos que debaten sobre su modelo de sociedad, analizan la realidad e identifican los problemas.

Supongamos que plantean soluciones, concretan propuestas y defienden su proyecto político.

No sería difícil que nuestro voto fuera constructivo, con ganas y hasta ilusionados, votaríamos pensando en quien mejor nos representara —dando por supuesto que, como dicen ellos, los políticos están para mejorar la vida de la gente— y aceptaríamos de buen grado que gobernaran los que nosotros no votamos, si ese fuera el resultado electoral.

Supongamos que nos fiamos de los políticos, pero vemos —no sólo suponemos— que sus debates son diálogos de sordos y que se definen mutuamente como: Hipócritas, mentirosos, inmorales, imbéciles, vagos, desleales, ´crispadores´, manipuladores, agresores, incompetentes y cosas por el estilo.

Y para acabarlo de arreglar dicen que ganará las elecciones quien no insulte, como si sólo insultaran los de un bando.

Si ellos lo dicen y nosotros nos fiamos, habrá que dar por buenos todos esos calificativos. Es muy probable que en esas condiciones lo que nos pida el cuerpo sea no votar. Tal vez superando ese impulso votaremos al menos malo pero hartos, sin ganas, pensando en quien queremos que no venga y nos costará mucho aceptar que gobiernen los que nosotros no queríamos.

Votemos tras analizar actuaciones y comportamientos sin perder de vista las bases de nuestra fe y la libertad de defenderla.

Votemos de tal manera que, si el gobierno no sabe gobernar, no gobierne y que, si la oposición no sabe cómo se hace, permanezca en ella hasta que aprenda.

Toca —con el Apóstol Pablo 1ª Timoteo 2:1-3— desarrollar una acción continuada de rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias a favor de nuestros políticos sean del color que sean, para que podamos vivir con toda tranquilidad, sosiego, dignidad y piedad. Eso es bueno y agradable para Dios.