Los medios de comunicación
están hablando de él estos días al cumplirse 50 años de la entrega del premio Nóbel al autor de LA PESTE. Protestante Digital no puede ni quiere ignorar la figura de este gigante de las letras. Le dedicaremos varios artículos recorriendo su vida y sus escritos.
La tarde del 4 de enero de 1960 la pasé aislado en mi despacho de la calle La Haya, en Tánger, corrigiendo hasta horas avanzadas de la madrugada las pruebas de mi libro LA BIBLIA EN EL QUIJOTE. Esto me impidió atender las noticias de la televisión y la radio. Hacia las nueve de la mañana siguiente, como era costumbre diaria en mí, anduve despacio hasta el
Café de la Poste, situado en el Boulevard Mohamed V, junto al Banco de Estado de Marruecos. Antes de pedir el café crucé la calle para alcanzar un puesto de periódicos amparado en el edificio del Correo Central. El impacto que recibí conmocionó mi ser.
La Depeche Morocaine, diario local publicado en francés, daba la noticia con grandes titulares a toda plana:
«Albert Camus ha muerto en accidente de automóvil».
Horas después llegaban a Tánger los periódicos de Madrid y de Paris con abundante información sobre el triste acontecimiento. El papel recogía lamentos desgarradores. La tinta negra transmitía el luto de muchos corazones heridos por la tragedia.
Albert Camus salió de Lourmarin hacia París por carretera el domingo 3 de enero de 1960. El automóvil, un potente Facel Vega de tipo deportivo, era conducido por su amigo Michel Gallimard. En el asiento trasero viajaban la esposa de Gallimard, Janine; una hija de ésta, Anne, de 18 años, y el perro de la familia, un precioso skye terrier. La idea de los viajeros era cubrir los 755 kilómetros que los separaban de París en dos etapas. En un pequeño albergue de Thoissey, cerca de Macon, cenaron y durmieron aquella noche. A la mañana siguiente reemprendieron el viaje. Hacia el mediodía pararon de nuevo en Sens, a orillas del Yonne, en el departamento del mismo nombre. Después de comer iniciaron la última etapa del viaje. Pensaban llegar a París a la caída de la tarde.
Por Villeblevin el automóvil enfiló una carretera amplia, plana y recta, bordeada de muchos árboles. Michel Gallimard conducía tranquilo. Junto a él iba Camus, con el cinturón de seguridad sin abrochar. Las dos mujeres descansaban en sus asientos. Por causas que nunca se aclararon suficientemente, el coche derrapó, chocó contra un árbol y a continuación quedó empotrado contra otro. El cuerpo de Gallimard fue proyectado fuera del vehículo. Sangraba abundantemente. Su esposa se hallaba cerca de él, menos herida. La joven Anne quedó tendida a unos veinte metros del coche. Las mujeres se recuperaron pronto. Camus murió en el acto. Quedó con la cabeza incrustada en el cristal de la puerta trasera. Tardaron dos horas en sacar su cuerpo del montón de chatarra a que quedó reducido el automóvil. Testigos presenciales afirmaron que sus ojos tenían una expresión de horror.
El ideólogo del absurdo encontró la muerte en un accidente absurdo. La vida tiene a veces esta amarga ironía.
El mundo de las letras se conmocionó al conocer la noticia. La prensa, la radio y la televisión dedicaron amplios y continuos espacios al malogrado premio Nóbel. Camus había muerto cuando su obra literaria no había empezado aún, tal como declaró a un periodista tres días antes del choque fatal.
Las investigaciones realizadas tras el accidente indicaron que el cuentakilómetros del coche marcaba 145. ¿Conducía Gallimard a esa velocidad? El reloj quedó parado en las 13,54, hora probable del accidente. Los periodistas especularon cuanto quisieron. Se dijo que los neumáticos del coche estaban gastados, que Gallimard conducía con imprudencia, que no revisaba la mecánica del coche con regularidad, que el asfalto estaba resbaladizo a causa de la lluvia caída en los primeros días del año... Al no poder evitar la muerte, los humanos hallan cierto alivio explicándola. Aunque no entiendan el porqué ni el para qué.
Inmediatamente después de su muerte se iniciaron homenajes a la memoria de Camus. En Francia, en los países europeos de los dos bloques, en Estados Unidos, en las repúblicas de América Latina, en Asia y en África. La órbita humana se sentía lacerada en lo hondo del alma.
Con la muerte de Camus se había perdido al escritor más puro del siglo, heredero de una línea de pensadores para quienes la existencia del hecho moral justificaba el don de la vida.
Uno de los primeros en destacar la importancia de su persona y de su obra fue el entonces ministro de cultura de Francia André Malraux, intelectual de reconocida talla y amigo íntimo del escritor. Ante el féretro donde se hallaba el cadáver todavía caliente de Camus, Malraux dijo: «Desde hace más de veinte años la obra de Camus ha venido siendo inseparable de su obsesión por la justicia. Saludamos a uno de ésos por quien Francia está presente en el corazón de los hombres».
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