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Alternativa a la aproximación tradicional a Génesis

El presente monográfico está dedicado al polémico y discutido tema de “El debate de los orígenes”. En este número (artículo V de la serie) termina la aportación del Doctor en Químicas David Andreu, con una conclusión basada en una aproximación literaria a Génesis 1-2.
MUY PERSONAL AUTOR David Andreu 15 DE FEBRERO DE 2008 23:00 h

El debate de los orígenes (V)

Desde una perspectiva teológica, el llamado «problema de los orígenes» está íntimamente ligado al de la interpretación de Génesis 1. Tradicionalmente, las opiniones sobre el tema se han agrupado en torno a cuatro posturas principales -reconstruccionismo, concordismo, literalismo y fideísmo— cuyos aspectos más importantes comentamos brevemente la pasada semana ciñéndonos principalmente a la primera de las dos narrativas sobre la creación (Gn. 1:1-2:3).

Así, el pasado domingo concluimos una revisión de estos puntos de vista más habituales sobre Génesis 1-2, y concluíamos que es difícil no reconocer cuánto de insatisfactorio tienen todos ellos.

Haciendo una revisión crítica de estas aproximaciones tradicionales, y comenzando por el reconstruccionismo, a menos que concedamos mención especial a la especulación más desbordada, se hace difícil señalar un solo aspecto positivo de la aproximación reconstruccionista.

El concordismo, por otra parte, con su búsqueda sincera de coherencia entre el texto bíblico y la ciencia, ilustra acertadamente la convicción de que la verdad sobre los orígenes es única, y que lo que de cierto puedan tener los hallazgos científicos pertenece a la Verdad final y última de Dios. No puede haber dos mensajes distintos.

Sin embargo, en su afán por armonizar a toda costa el texto bíblico con los datos científicos los concordistas se arriesgan a una exégesis muy condicionada por supuestos externos.

El mérito innegable del creacionismo es el valor de sus adherentes al cuestionar las posturas excesivamente dogmáticas que a menudo caracterizan a la ciencia oficial. Pocos en nuestro tiempo osan llevar la contraria a un estamento tan seguro de su monopolio de la objetividad que suele olvidar una cualidad esencial de la ciencia, como es la provisionalidad de sus conclusiones.

En este sentido, el anti-cientifismo creacionista puede llegar a ser un revulsivo saludable en una época en que los medios de comunicación promueven el pensamiento uniforme y de corto vuelo, y en que una mentalidad crítica e independiente resulta tan difícil de encontrar como de mantener.

Ahora bien, para poder sustituir un paradigma científico por otro hay que demostrar antes que los principios en que se sustenta el primero suponen una interpretación errónea de los hechos, y que el paradigma alternativo proporciona una mejor comprensión de éstos. La denuncia sistemática del paradigma oficial, sin proponer una alternativa científicamente sostenible, no pasa de ser un ejercicio obstruccionista que, por otra parte, puede reportar excelentes beneficios político-religiosos. El ardor dialéctico que los creacionistas despliegan", tanto frente a la ciencia oficial o las autoridades educativas como a los sectores cristianos no alineados con ellos, refuerza su atractivo en círculos eclesiales bien predispuestos, pero a duras penas consigue disimular la endeblez teórica de muchos de sus planteamientos, tanto científicos como teológicos.

En el plano científico, los creacionistas parecen ignorar que el consenso en torno a una teoría se alcanza siempre mediante un proceso colectivo y constante de crítica y revisión, y no como resultado de una confabulación universal de descreídos. Estos «kamikazes del mundo académico» olvidan que las teorías científicas actuales sobre los orígenes resultan de la confluencia de estudios multidisciplinares e independientes, y que la revisión crítica de cualquier propuesta por un amplio colectivo permite descartar especulaciones aventuradas.

Desde el punto de vista teológico, el creacionismo cae en un apriorismo hermenéutico muy extendido pero sin justificación adecuada -la idea de que el lenguaje literal supera en autoridad al figurado-, para descartar como antibíblica cualquier lectura de los textos que no sea la suya propia. Esa exclusiva que los creacionistas reclaman para su interpretación peculiar de Génesis, y sus descalificaciones hacia quienes, aunque respetuosos con el texto bíblico, no compartimos una lectura literalista, concuerdan poco con la actitud humilde que debe presidir toda aproximación sincera a la Palabra de Dios.

La principal virtud de la postura fideísta es su énfasis al distinguir entre los planos de la fe y la razón. Dios no es objeto de estudio científico, y su existencia no está supeditada a demostraciones o refutaciones más o menos racionales. La revelación es precisamente la iniciativa necesaria para salvar ese abismo de conocimiento que ni el pensamiento más incisivo consigue franquear.

Sin embargo, distinguir y separar no son la misma cosa. Admitir que la Biblia no es primordialmente un libro de ciencia no debe llevarnos a negar las posibles implicaciones científicas de su mensaje. La estricta separación entre creencia y saber nos obliga a una disociación intelectual más propia de la filosofía kantiana que de la Verdad única que proclama el mensaje bíblico. En palabras de Blocher, «oponer doctrina e historia es olvidar que la doctrina bíblica es ante todo historia. La fe descansa en hechos, objetivamente afirmados».

APROXIMACIÓN LITERARIA A GÉNESIS 1-2
Vistas así las cosas, cabe preguntarse si existe un curso razonable que evite los escollos de las posturas hasta aquí esbozadas. Dedicaremos la sección final de este artículo a plantear una interpretación alternativa de Génesis 1, partiendo de la consideración de su estructura y género literarios, que son claves para desvelar su sentido.

La tesis de que los seis días son un recurso literario para resaltar aspectos fundamentales de la teología de la creación se remonta a San Agustín (que, por cierto, proponía una creación instantánea) y ha sido adoptada por distinguidos teólogos evangélicos contemporáneos, como B. Ramm, M.G. Kline, H.N. Ridderbos, y J.A. Thompson, entre otros. Blocher la ha desarrollado de forma particularmente amplia y rigurosa, y a nuestro criterio muy satisfactoria.

El género y el estilo de Génesis 1 nos revelan a un autor extremadamente hábil a la hora de organizar y presentar sus materiales, alguien con una evidente inclinación artístico-literaria, cuyo propósito primordial es comunicar de la forma más atractiva posible su mensaje fundamental: Dios, creador y señor del universo. Para ello el autor elige una forma literaria que, en términos actuales, podríamos calificar de himno.

El autor de Génesis 1 -2 demuestra notable predilección por los números y las simetrías, que jalonan profusamente su relato y denotan una fina sensibilidad poética y teológica. Así, por ejemplo, emplea diez veces la expresión «Dijo Dios», de las cuales tres se refieren a la humanidad (1:26, 28, 29) y las otras siete al resto de la creación. Las órdenes creadoras que incluye esa expresión utilizan las formas del verbo «ser» otras diez veces, tres para denotar criaturas celestes y siete para las terrestres. El verbo «hacer» aparece otras diez veces, al igual que la frase «según su especie». Hay tres bendiciones (1:22, 28 / 2:3) y en siete ocasiones se usa la fórmula «y vio Dios que era bueno». La utilización de números tan significativos como éstos (3+7=10) indica el interés del autor por dotar a su relato de valor simbólico, con inequívocas connotaciones de perfección.

La estructura simétrica de los seis días de la creación, reconocida desde tiempos medievales, refleja nuevamente el interés del autor por conseguir un relato de la máxima belleza. La simetría es evidente en la ordenación del relato en forma de dos grupos de tres días (tríadas), con claras correspondencias entre los días 1 (luz) y 4 (lumbreras),- 2 (expansión y aguas) y 5 (aves y peces)/ y 3 (tierra y vegetación) y 6 (animales terrestres, seres humanos y alimentación). En la primera tríada Dios aparece formando o definiendo espacios, que llena con las correspondientes criaturas en la segunda tríada. Al final del relato, en 2:1, el autor efectúa muy cuidadosamente esa distinción: «Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra (días 1-3), y todo el ejército de ellos» (días 4-6). Isaías 45:18 se hace eco también de esa dualidad entre espacios y sus respectivos habitantes. Otros autores han señalado que las criaturas de los tres primeros días son inmóviles, mientras que las de los tres siguientes son móviles.

Otra prueba de la destreza narrativa del autor es la inclusión, en los últimos días (3 y 6) de cada tríada, de dos obras creativas en paralelo. En cada tríada, la segunda de dichas obras (la vegetación en la primera,- el ser humano en la segunda) anticipa la siguiente actividad de Dios y confiere de ese modo solidez al relato. Así, la vegetación (primera criatura capaz de reproducirse), creada en el día 3, entronca con los animales y anuncia de ese modo el segundo grupo de tres días. Del mismo modo, la humanidad creada a imagen de Dios en el día 6 es la destinataria del descanso sabático (día 7), cuyas ricas implicaciones trascienden la esfera física y constituyen, en realidad, el verdadero telón de fondo teológico del relato.

En definitiva, el autor de Génesis 1 es un consumado maestro de la composición literaria, que se ha propuesto como objetivo exaltar y glorificar al creador en el lenguaje más profundo, sabio y bello que le es dado emplear. Blocher sugiere que Dios inspiró al redactor de Génesis 1 -2 de modo semejante a los escritores de literatura sapiencial, es decir, dándole oportunidad de desarrollar su creatividad al máximo, guiando y acompañando su reflexión. Génesis nos coloca ante un escritor con un profundo conocimiento de Dios y su creación,- alguien a quien Dios mismo llama a dar testimonio de su obra y que, tras una madura meditación, elabora un relato perfecto, un himno de inigualable belleza a cuya composición aplica todas sus capacidades artísticas y literarias14.

CONCLUSIÓN: TOMAR PARTIDO SIN RENUNCIAR AL DIÁLOGO
Señalábamos al principio la necesidad de que cualquier aproximación a un texto de tanta trascendencia como Génesis 1 -2 adoptara una perspectiva lo más amplia y dialogante posible con otras áreas de conocimiento, y particularmente con la ciencia.

Insistíamos en nuestra convicción de que la verdad es una, aunque pueda ser contemplada desde diversas facetas. Al concluir esta necesariamente breve revisión de las posturas que se dan cita en torno a Génesis 1, y en la inevitable tesitura de tomar partido por alguna de ellas, ya habrá adivinado el lector que nuestras preferencias se decantan por la aproximación literaria que acabamos de considerar y que, en nuestra modesta opinión, evita muchos de los problemas de las restantes aproximaciones al mismo texto.

Conviene en este punto anticipar la posible crítica de quienes vean en esa postura un nuevo intento de «deshistorizar» Génesis 1, en línea con los que, desde planteamientos liberales, vacían al texto de cualquier contenido más allá de lo mítico o alegórico. Nada más lejos de nuestra intención, que parte de un absoluto respeto por el texto bíblico como verdad revelada y basada en la historia. Así pues, respondemos con un sí total e incondicional a la cuestión de la validez histórica del texto.

El contenido del relato es histórico: la historia de la creación narrada por un autor extraordinariamente capacitado para ello, alguien que como nadie tuvo oportunidad de escuchar la voz de Dios «cara a cara, como habla cualquiera a su compañero» (Ex. 33:11), y que aplicó sus notables dotes intelectuales para forjar un relato pleno de significado teológico y de belleza literaria. La mentalidad contemporánea, empeñada en asociar historia con cronología, cae en la tentación de utilizar el texto en este sentido, con los problemas que antes hemos enumerado.

La intención primordial de nuestro autor es significativamente otra, pretende nada menos que comunicar una verdad absoluta e intemporal: la autoridad última y suprema de Dios en su creación, su soberanía total en el diseño, la materialización y la coherencia lógica de todo cuanto existe.

Esta verdad, que originalmente Moisés ofreció a sus nada científicos coetáneos, es perfectamente vigente y digna de consideración por cualquier persona científicamente formada de nuestro siglo, porque no está condicionada en absoluto por los descubrimientos que la ciencia pueda hacer respecto a nuestros orígenes naturales. Reconocer esa intención primordialmente teológico-cúltica de la narrativa de Moisés nos permite mantener el diálogo con la ciencia actual, exigirle rigor en sus formulaciones sobre el origen del cosmos y la vida, y denunciar también los intentos de quienes, desde plataformas más filosóficas que científicas, pretenden vaciar de dimensión religiosa algo tan pleno de significado teológico como la creación del universo y de sus ocupantes.

Para esa tarea, y con cierta independencia de nuestras preferencias hermenéuticas sobre Génesis 1, los cristianos hemos de saber encontrar puntos de coincidencia, tiempo para la reflexión y el diálogo sinceros y, en última instancia, oportunidades de proclamar a quien quiera escucharlo el mensaje siempre vigente del Dios creador y sustentador de todo cuanto existe.




Artículos anteriores de esta serie:
 1Génesis: un debate permanente 
 2El libro de los principios ante la fe 
 3El libro de los principios ante la ciencia 
 4Aproximaciones tradicionales a Génesis 



(*) Esta serie sobre El debate de los orígenes es la reproducción y adaptación (con permiso) del nº 10 de la revista Aletheia, una publicación de pensamiento y teología realizada por la Alianza Evangélica Española.



© D. Andreu, AEE (ProtestanteDigital.com, España).


 

 


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