Tolerancia cero

Desde mi casa se oía el rugido de los motores en el circuito pese a los más de siete kilómetros que nos distancian.

Se concentraron miles de personas para participar en la carrera popular, deportistas de élite y simples aficionados; adultos, jóvenes y niños se habían entrenado para correr la prueba completa, la cuarta parte de la carrera —sólo cinco kilómetros— o la mini, exclusiva para los más pequeños.

Además se había organizado un debate, un concierto y una carrera de gigantes. Muchas calles estaban cortadas por las vallas para marcar el trazado de la carrera y muchos coches aparcados sobre las aceras hacían complicado moverse por la ciudad.

Había competición y rivalidad en un clima festivo, no hubo ningún incidente destacable. Aunque nunca he participado en este tipo de pruebas me complace ver a la gente disfrutando su tiempo libre en actividades lúdicas.

En Montmeló había unos treinta mil espectadores aficionados al automovilismo de los que no más una decena sacaron pancartas con textos racistas, insultaron a Lewis Hamilton e hicieron alarde de su agresividad.

La dirección del circuito actuó con eficacia, retiró las pancartas, aisló a los incívicos que confunden la rivalidad en la competición —en este caso entre Hamilton y Alonso— con el insulto y la violencia.

En la segunda tanda de entrenamientos todo se desarrolló con normalidad. La organización no descarta emprender acciones legales contra los exaltados y se manifiesta partidaria de tolerancia cero frente al racismo y el insulto.

Me acordé de cuando Adolfo Suárez presentó su dimisión como Presidente del Gobierno.

Un periodista preguntó a Felipe González —entonces líder de la oposición—, creo que en París y de regreso a España, sobre la decisión de su enemigo. La respuesta fue: «Adolfo Suárez no es mi enemigo sino mi adversario político».

Añoro el estilo de la transición.

En el día de hoy veo demasiados “padres de la patria” que no tienen claro dónde acaba la rivalidad política y dónde empieza el insulto y la violencia, aunque ésta sea verbal.

¿Cómo les podríamos hacer entender a nuestros políticos que los ciudadanos tenemos —o debiéramos tener— tolerancia cero ante esos comportamientos?