Hacia un concepto realista de familia (II)Decíamos el domingo pasado que no hay ninguna familia en la Biblia libre de problemas o luchas. Yo he escogido como modelo la familia de Noemí y Rut porque en ella aparecen los elementos que, en mi opinión, son las claves para una familia sana.
Antes de considerar estas claves, sin embargo, quisiera que el lector observara que en la historia de la familia de Rut hay tres protagonistas en tres actos sucesivos:
— El
sufrimiento: las circunstancias que no podemos cambiar, lo que nos acontece.
— El
amor, la reacción de la familia a estas circunstancias. Es la parte que nos corresponde a nosotros: lo que hacemos ante lo que nos sucede.
— La
restauración: la respuesta y provisión de Dios. Él, en su providencia misteriosa, también actúa a lo largo de toda la historia familiar.
Estos tres protagonistas se repiten en millones de familias. De ahí que el libro de Rut sea un clásico cuyo estudio contiene una enseñanza riquísima para las familias hoy.
CARACTERÍSTICAS DE UNA FAMILIA SANA
A la luz de ese libro,
una familia sana se caracteriza porque:
1.- Sabe sobreponerse a los problemas: capacidad de lucha
2.- Sabe expresar amor: capacidad de amar.
3.- Sabe que el arquitecto de la familia es Dios.
Esta semana vamos a profundizar en la faceta de la familia que sabe sobreponerse a los problemas, la capacidad de lucha.
En una familia sana sus miembros se esfuerzan por superar los problemas y sobreponerse a las adversidades. Unas veces son conflictos internos producidos por las tensiones propias de la convivencia. Nunca enfatizaremos lo suficiente que
la salud de un matrimonio no se mide por lo mucho o lo poco que discuten los cónyuges, sino por el tiempo que tardan en reconciliarse. Su capacidad para afrontar estas diferencias y resolverlas de forma madura es mucho más importante que una paz aparente fruto de una convivencia superficial.
En otras ocasiones, el golpe viene de fuera, acontece a modo de desgracia: una enfermedad, un accidente, el paro, dificultades económicas, un hijo difícil son eventos que ponen a prueba la unidad familiar.
Tanto si los problemas son internos como si nos vienen de fuera a modo de tragedia, la respuesta sana es afrontar tales circunstancias con serenidad y buscar salidas con decisión. La familia inmadura, por el contrario, se derrumba a las primeras de cambio cuarto surgen tales tensiones o calamidades.
El libro de Rut ilustra muy bien lo que venimos diciendo. En una primera etapa, capítulo 1, encontramos a una familia destrozada por el dolor. Al trauma de la emigración a una tierra extranjera por causa del hambre, se le añade la muerte inesperada de los tres varones, el esposo y los dos hijos.
Así, Noemí queda sola, viuda, con sus dos nueras en una tierra extraña. Esta etapa inicial fue tan dura que llega a exclamar:
«No me llaméis más Noemí, sino Mará —que quiere decir «amarga»— «porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso. Yo me fui llena, pero el Señor me ha vuelto con las manos vacías» (
Rut 1:20).
«Mayor amargura tengo yo que vosotras...» (
1:13).
La capacidad de lucha requiere un requisito: saber sufrir. Pablo empieza su formidable descripción del amor en
1a Corintios 13 precisamente con estas palabras:
«El amor es sufrido». ¿Será casualidad que ponga este rasgo en primer lugar? No, en absoluto.
El amor maduro tiene como característica primera que sabe sufrir en el sentido de que es capaz de luchar y afrontar los problemas o tensiones que, de forma inevitable, afectarán la vida familiar.
El «ser sufrido» no es una invitación al masoquismo cristiano. La idea no es que el cónyuge tiene que aguantar sin rechistar y de manera indefinida todo lo que le venga, por ejemplo los malos tratos y la violencia repetida. Ésta sería una interpretación torcida, más propia del estoicismo que de la fe cristiana. Para entender el amor como «sufrido» necesitamos recurrir a otro concepto bíblico esencial y que es también central en la vida familiar: la paciencia.
En el sentido bíblico ser paciente está muy lejos de un concepto fatalista y pasivo ante el sufrimiento.
La paciencia es ante todo «grandeza de ánimo» (makrotirrúa). Este es el sentido que tiene en
Hebreos 12:1 cuando se nos exhorta a correr con paciencia la carrera de la fe. El ejemplo supremo de paciencia nos lo dio el Señor Jesús
«varón de dolores y experimentado en quebrantos».
¿Por qué fracasan tantos matrimonios y se rompen tantas familias en nuestros días? No podemos simplificar un tema difícil y delicado. Como profesional de la psiquiatría conozco la complejidad de muchos conflictos conyugales y familiares. Pero tengo la convicción profunda de que muchos de estos conflictos se resolverían, independientemente de sus causas, si los cónyuges —ambos— tuvieran mayor disposición a «ser sufridos» y a tener paciencia el uno para con el otro.
Vivimos, por desgraciaren una sociedad, hedonista que glorifica el bienestar individual —«tengo derecho a ser feliz»— y desprecia la lucha y el sacrificio en las relaciones personales.
Muchos aplican hoy a la convivencia el principio del «mínimo esfuerzo partido por dos». Esta forma de pensar y de vivir está en las antípodas de los principios bíblicos. Los creyentes debemos revisar hasta qué punto estamos despojando nuestras relaciones familiares de este requisito primero del amor, «ser sufrido».
Quizás bastaría con añadir pequeñas dosis de amor sufrido y paciente para prevenir muchas crisis de familia y de matrimonios.
Ahí radica una de las claves para correr cualquier carrera de fondo —y la vida familiar lo es— con perseverancia.
La semana que viene trataremos el saber expresar amor, la capacidad de amar, de las familias.
MULTIMEDIA
Puede escuchar aquí una conferencia de Pablo Mnez. Vila sobre este mismo tema (audio, 6 Mb), titulada "La familia del siglo XXI".
O ver la misma conferencia en video (video, 74 Mb)
Si quieres comentar o