En dos textos bellísimos Martí nos habla de la humanidad de Jesús.
Uno de ellos está contenido en un artículo que escribió para el periódico LA NACIÓN, de Buenos Aires el 28 de enero de 1887. Aquí dice:
“Es preciso, para entender bien a Jesús, haber venido al mundo en pesebre oscuro, con el espíritu limpio y piadoso, y palpado en la vida la escasez del amor, el florecimiento de la codicia y la victoria del odio: es preciso haber aserrado la madera y amasado el pan entre el silencio y la ofensa de los hombres”.
El segundo texto referido aparece en su escrito a un hombre del campo. Explicando a éste hombre quién fue Jesús, escribe:
“Un hombre sumamente pobre, que quería que los hombres se quisiesen entre sí, que el que tuviera ayudarla que no tuviera, que los hijos respetasen a los padres, siempre que los padres cuidasen a los hijos; que cada uno trabajase, porque nadie tiene derecho a lo que no trabaja; que se hiciese bien a todo el mundo y que no se quisiera mal a nadie”.
En estas dos citas Martí reconoce al Jesús hombre, como antes ha reconocido al Cristo Dios.
Dios y hombre verdadero, tal cual consta en el Credo de los Apóstoles.
Un hombre que habitó durante treinta y tres años entre los hombres, igual a ellos en su naturaleza humana, pero distinto y único en su naturaleza divina.
Otro poeta tan anticlerical como Martí, el español Juan Ramón Jiménez, Premio Nóbel de Literatura en 1956, vivió en Puerto Rico desde 1951 hasta su muerte en 1958. Enseñaba en la Universidad. Allí recibió en febrero de 1953 una carta de un amigo suyo, Juan Guerrero Ruiz, muy católico, en la que le pedía que considerara su situación religiosa y se convirtiera a la Iglesia católica.
En su respuesta, Juan Ramón le dice:
“No olvide usted, querido Juan, que yo llevo 67 años pensando y sintiendo ese Dios en mi vocación poética nunca decaída. Esto, me parece que también le gustará a Dios. Y desde esos años de pleno sentir y pensar, yo le diría a usted que fuese más cristiano y menos católico, digo, menos ritual y supersticioso, menos teatral y cotidiano, y más espiritual, ideal y sencillo, como yo pretendo ser y como fue Cristo. Y como no es el Papa ni la Iglesia. Cristo creo yo que fue el hombre mejor, que ya es bastante; y si resucitara como hombre mejor, esté usted seguro (de) que vendría a verme a mí aquí y no al Papa en Roma, ni a ningún católico de los que yo conozco; ésos que se figuran que ellos son los mejores seres del mundo, pero ellos solos, no los budistas, los protestantes, todos los que tienen un ideal que los católicos no son capaces de respetar aunque ese ideal sea evidentemente más verdadero que el de ellos”.
En un precioso poema que figura en su escrito de 1878 sobre Guatemala, Martí se anticipa a Juan Ramón Jiménez en lo que respecta a Cristo y la Iglesia católica. Pero ambos poetas están en la misma línea de pensamiento.
Escribe Martí:
Si mi padre Jesús aquí viniese
Dulce la faz en que el perdón enflora;
Si al indio viera mísero y descalzo,
Y al santo padre que salud rebosa;
Si de los nobles en las arcas viera
Trocada sin esfuerzo en rubias onzas
La carga ruda que a la espalda trajo
India infeliz que la fatiga postra;
Si en las manos del uno el oro viese,
Y la llaga en la mano de la otra,
¿De qué partido tu Jesús sería:
De la llaga, o del arca poderosa?
¡Responde! No responde Jesús mismo:
Tu sentencia te ha dicho por mi boca!.
José Martí, el hombre que cree en la existencia de Dios, cree también en la divinidad de Cristo.
En su divinidad y en su humanidad.
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