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La práctica de la relación con los otros

“Complicadas. Encierran lo más hermoso del alma humana pero también rincones oscuros con lo peor de cada uno. Pueden ser una antesala del cielo o el mismo infierno”. Pablo Martínez Vila, tercer y último artículo sobre La mayordomía de las relaciones personales.
MUY PERSONAL AUTOR Pablo Mnez. Vila 07 DE SEPTIEMBRE DE 2007 22:00 h

La mayordomía de las relaciones personales (III)

Nos hemos referido antes al requisito básico del mayordomo según el modelo bíblico: que sea fiel. En la práctica, ¿qué significa esto? ¿Cómo puedo ser un mayordomo fiel de mis relaciones? Para ello seguiremos con el modelo de la Trinidad, la forma cómo las tres personas divinas se relacionan entre sí.

Por supuesto la comparación, como todas las comparaciones, no es perfecta y tiene sus limitaciones porque nosotros no somos Dios. Pero esta imagen divina en el ser humano y la presencia de Cristo en cada creyente mediante el Espíritu Santo nos permiten trazar paralelos muy enriquecedores.

Al seguir de forma natural el modelo de la Trinidad vemos tres ingredientes fundamentales que definen una relación adecuada.

1.- LA PRIORIDAD DEL SER
Una de las frases que más se oye acerca de una relación es: "Ha sido muy bueno conmigo" (o al revés, ha sido muy malo). Es una manera tan sencilla como profunda de resumir el meollo de una relación: la forma de ser del otro, su carácter, deja la huella más profunda, marca una impronta memorable.

En la parábola de los talentos ya mencionada, el Señor elogia las actitudes, los rasgos del carácter: "bueno" y "fiel". Los resultados son importantes, pero quedan relegados a un lugar secundario. Para Dios importa más el "cómo se hace" que lo que se consigue. El "hacer por" tiene su lugar, pero no antes del ser y, como veremos luego, del "estar con". Este orden de prioridades es esencial en cualquier mayordomía que contenga un ingrediente de amor, ya sea con la esposa -amor conyugal- o con los hermanos en la iglesia -amor fraternal.

Ello no debe sorprendemos porque sucede lo mismo en nuestra relación con Dios: la meta primera es la forja de un carácter, "que seamos hechos conformes a la imagen de su Hijo" (Romanos 8:29). No debe ser casualidad que la descripción primera que se hace de Jesús es que "era el Verbo...y el Verbo era Dios" (Juan 1:1). Alude a su esencia, el ser, para describir después lo que hizo (versículos 9 y siguientes).

Este principio tiene una consecuencia práctica importante. El éxito o el fracaso en mis relaciones no se debe medir, en primer lugar, por lo que hago por ellos -actividades- sino por mis actitudes, cómo soy con ellos. Ser un buen mayordomo no es un asunto de tener más o menos tiempo para dedicar a la esposa, los hijos, los amigos o los hermanos en la iglesia. Es ante todo una cuestión de mi carácter y de mis actitudes con ellos, no un problema de mi agenda.

Todo lo que hagamos por los demás debe venir precedido y rubricado por un trato afable, un carácter lleno del fruto del Espíritu. Éste es el mejor regalo que podemos darle a una persona. De hecho, uno de los mayores elogios que alguien nos puede hacer es: "Gracias por ser como eres".

Veamos un ejemplo bíblico. Bernabé, cuyo nombre significa «hijo de consolación», nos ilustra muy bien este principio. Su contribución decisiva en la Iglesia Primitiva no vino dada tanto por sus actividades- viajes misioneros, ministerio en la iglesia de Jerusalén u otros-, sino por su carácter que permitió, por ejemplo, el trascendental encuentro de Saulo con los atemorizados discípulos que recelaban de él. Su mismo nombre apela a un rasgo precioso de su forma de ser: consolador. Lo que Bernabé dio a la Iglesia fue, ante todo, la benignidad y bondad de su carácter.

2.- ESTAR CON: CUIDAR
Después del "ser" viene el "estar con, estar al Fado de". Esta es la segunda forma práctica de ser fiel como mayordomo de mis relaciones.

Igual como veíamos antes con el "ser", también aquí la faceta del "estar al Iado de" encaja con el modelo de la Trinidad. Se corresponde con el ministerio del Espíritu Santo en el creyente; él es el Paracleto, el que realiza esta función de confortar y cuidar (parakaleo).

La palabra cuidar en el N.T. -parakaleo- es muy rica en matices; significa a la vez estar al Iado de, confortar, consolar, preocuparse por. El vocablo equivalente en latín sería curar. De ahí surge el concepto de "cura de almas", tarea primordial en la vida de cualquier iglesia y meta del mayordomo fiel.

Cuidar a mi prójimo, a mi esposa, a mis hijos, a mis padres, a mi hermano en la iglesia, implica estar junto a o estar presente (de ahí, la palabra "asistir"). Un ingrediente esencial del cuidar es la cercanía. No se trata sólo de una cercanía física, sino sobre todo emocional: "te siento cerca", "gracias por estar a mi lado". Por ello se puede transmitir de distintas formas, además de la presencia física: una llamada por teléfono, una carta, un regalo, un mensaje, una tarjeta postal, etc.

Esta faceta es especialmente valiosa y apreciada en los momentos de mucho gozo y de sufrimiento. "Llorar con los que lloran y gozar con los que se gozan" (Romanos 12: 15) es una de las mejores formas de ser un mayordomo fiel en las relaciones. Nuestra sola presencia al Iado de alguien que sufre, del atribulado por una pérdida, del que tiene sed o hambre o está en la cárcel o desnudo (Mateo 25: 31-40) es un regalo precioso no sólo para la persona, sino para el Señor mismo: "Por cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos, a mí lo hicisteis" (Mateo 25:40). ¡Impresionante privilegio!

Cuando el creyente practica esta forma de mayordomía -cuidar del hermano estando a su lado- está imitando y aplicando la labor del Espíritu Santo; además, lo hace con Su poder. Ahí radica una de las diferencias clave entre una preocupación meramente humanitaria o social por los demás, tarea que puede realizar cualquier persona de buen corazón, y la labor de pastoreo mutuo dentro del cuerpo de Cristo, la Iglesia, que sólo se puede realizar bajo la dirección y el poder del Consolador por excelencia. Cualquier ONG puede ayudar al necesitado; pero sólo el creyente puede hacer "cura de almas" porque tiene al Espíritu Santo, el cuidador divino.

También aquí encontramos ejemplos bíblicos de hombres modestos, ocupando un lugar secundario en comparación con los apóstoles, pero cuyo ministerio de consolar y cuidar fue clave en la consolidación de las iglesias nacientes. Ya hemos considerado a Bernabé. Tenemos a Tíquico, a quien Pablo envió a los colosenses para que "conforte vuestros corazones" (Colosenses 4:8). Pablo dice acerca de Filemón: "Pues tenemos gran gozo y consolación en tu amor, porque por ti, oh hermano, han sido confortados los corazones de los santos" (Filemón 7). Parecido ministerio ejerció Epafrodito a quien Pablo se refiere como "ministrador de mis necesidades”. Lo más hermoso es la manera como Pablo describe a continuación el efecto benéfico que la presencia de Epafrodito iba a tener entre los filipenses: "Así que le envío con mayor solicitud, para que al verle de nuevo os gocéis, y yo esté con menos tristeza. Recibidle, pues, en el Señor con todo gozo y tened en estima a los que son como él" (Filipenses. 3: 28-29). ¡Cómo necesitamos de Epafroditos en la Iglesia hoy!

3.- AMAR: SERVIR Y SOPORTAR
Es la tercera característica de un mayordomo fiel y se corresponde con el tercer vértice del triángulo. Pero, ¿qué significa amar? El amor ágape tiene dos grandes dimensiones (para un estudio más amplio del tema recomendamos el pasaje de Colosenses 3:1-17, excelente catálogo práctico del amor en la iglesia).

Por un lado, tiene una dimensión activa que implica dar, servir, entregarse. Después del "ser" y el "estar aliado de" entramos ahora en el "hacer". Implica tomar la iniciativa para ayudar al otro. Ésta es la idea que encontramos en la Corintios 13, hermoso poema de boda cuyo contenido es mucho más realista de lo que muchos amantes quisieran. En la segunda frase leemos: "El amor es servicial". El servicio es la actitud de ceñirse la toalla y estar dispuesto a lavar los pies de mi prójimo. ¿En qué te puedo ayudar? ¿Qué puedo hacer por ti? El Señor Jesús la resumió en la llamada regla de oro, Mateo 7:12 "Y todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos". Esta demanda es mucho más difícil que el refrán popular no quieras para los demás lo que no quieras para ti. La frase popular se centra en lo negativo y es pasiva, evita algo. El ágape de Jesús, por el contrario implica dar el primer paso, es activo.

El amor, sin embargo, tiene una segunda dimensión que -de nuevo- nos lleva al terreno de las actitudes. Acabamos de ver su faceta activa -hacer por-, pero los actos de amor deben siempre ir acompañados de actitudes de amor. Veamos qué actitudes son: "Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros si alguno tuviera queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de "amor, que es el vínculo perfecto" (Colosenses 3:12-14). Sorprende que no es una lista muy romántica, ni siquiera agradable. Decíamos al principio que las relaciones humanas son muy complicadas y frágiles. Pablo lo sabía bien y por ello empieza el antológico cántico del amor de 1Corintios 13 con una paradoja sorprendente: el amor es sufrido. Ésta es una característica esencial de un amor maduro: soportar, aguantar, tener paciencia, perdonar.

La vinculación entre amor y sufrimiento –“el amor es sufrido" - se hace muy evidente en la relación de las diversas personas de la Trinidad con el ser humano. El Dios Padre: "se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra y le dolió en su corazón" (Génesis 6:6). Asimismo son innumerables los pasajes en que vemos cómo el corazón de Dios se conmueve y se inflama toda su compasión (Oseas 11:8). Del Espíritu Santo se dice que intercede por nosotros con gemidos indecibles (Romanos 8:26). Y ¿qué diremos del Señor Jesús, varón de dolores, experimentado en quebranto por amor a cada uno de nosotros? Sí, "el que ama llora y el que no llora es que no ama", como bien señaló el teólogo japonés Kitamori, un destacado estudioso del tema del sufrimiento de Dios por su amor hacia nosotros.

Debemos concluir, por tanto con una nota de realismo. Las relaciones humanas son una fuente inmensa de gozo, pero el mayordomo fiel que busca darse a los suyos, puede experimentar en algún momento la frustración del mismo apóstol cuando afirmó: "Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más sea amado menos" (2" Corintios 12:15).

Ello no debe desanimamos en la preciosa tarea de hacer bien a todos, según tengamos oportunidad, porque a su tiempo segaremos si no desmayamos (Gálatas 5:9). Por lo demás, nos estimula la promesa del Señor mismo (Mateo10:42).


Artículos anteriores de esta serie sobre "La mayordomía de las relaciones”:
 1Las relaciones humanas 
 2Relaciones personales: límites y limitaciones 
 

 


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