“LO MEJOR DE IRENEO DE LYON”, 720 páginas, preparado por Alfonso Ropero.
“LO MEJOR DE CARLOS FINNEY”, compilado por Ana María Troncoso y Alicia Fuertes, 250 páginas.
Ireneo está considerado como el teólogo más importante del siglo segundo. Se estima que nació entre el 126 y el 136 después de Cristo. Hombre de una gran cultura humanística fue también gran conocedor de la Biblia. Entre sus obras destacan los comentarios al Antiguo y al Nuevo Testamento y a los libros deuterocanónicos, que hoy llamamos apócrifos.
Siendo aún joven fue enviado como obispo a Lyon, capital política y administrativa del imperio romano en las Galias (Francia). Allí murió, dejando una importante obra escrita.
Alfonso Ropero, en una labor de investigación y selección que ha debido quemarle las pestañas tras meses de arduos estudios, nos ofrece lo mejor de esa obra. Sólo la introducción, donde expone temas tan importantes como la paganización del Cristianismo, el escándalo de la cruz, la pasión de Dios y la defensa de la libertad, incluye 45 páginas.
Hoy proliferan las sectas, los dogmas iconoclastas, el cisma y la heterodoxia dentro del Cristianismo, pero quien quiera llegar al convencimiento de que los siglos pasados no fueron mejores, que lea las 242 páginas clasificadas por Ropero en las que Ireneo, ya en el siglo segundo, se agota escribiendo contra las herejías de su tiempo que hacían peligrar la fe de aquellos cristianos.
El grueso tomo de Clie dedica 112 páginas a presentar el testimonio de las Escrituras, 147 a las enseñanzas de ambos Testamentos sobre Dios, 104 al análisis de las epístolas de San Pablo y 80 páginas finales a otras enseñanzas apostólicas.
Tal como se indica en el prólogo firmado por Editorial Clie, además de resultar asequible el tomo sobre escritos de Ireneo cumplen tres funciones prácticas: Lectura rápida, textos completos y un índice de conceptos teológicos.
Carlos Finney no fue precisamente un teólogo, eso salió ganando. Ortega decía que los teólogos son atracadores de la divinidad. ¿Sólo atracadores? Despedazadores, diría yo. La teología es letra y la letra mata, como mata la controversia y la polémica. “Señores –decía Don Quijote-, yo no me meto en teología; lo que sé es que cada uno en su oficio puede alabar a Dios”.
Finney fue un evangelista. Un predicador de fuego. Está considerado como el padre de la evangelización moderna, que ha tenido como continuadores a D.L. Moody, Billy Graham y pocos más.
Carlos Finney nació en Warren, estado de Connecticut, allá en los Estados Unidos de Norteamérica el 29 de agosto de 1792. Murió el 16 del mismo mes el año 1875, a la satisfactoria y suficiente edad de 83 años. En la larga introducción al libro, que el autor olvidó firmar, o el editor no lo tuvo en cuenta, se habla de las campañas evangelísticas de Finney tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña. “En todas partes despertaban las almas a su voz”, leemos. Predicaba el Evangelio tanto a la gente ruda del Oeste como a las sofisticadas de estados del Este, en aldeas o en grandes ciudades. Ana M. Troncoso calcula que durante el largo ministerio evangelístico de Finney se convirtieron medio millón de personas.
“LO MEJOR DE CARLOS FINNEY” incluye seis capítulos con 33 sermones selectos del insigne evangelista. En mi opinión cobran actualidad los sermones sobre el avivamiento de la Iglesia. Cómo y cuándo empezar un avivamiento. El espíritu de oración en la persona y en la Iglesia. Obstáculos a los avivamientos. Cómo acercarse a los pecadores. Guía y dirección a los pecadores. Instrucciones para los convertidos. He aquí un resumen de temas todos ellos aplicables a tantas congregaciones dormidas, raquíticas, muertas con nombres de vivas que vegetan en nuestra España evangélica y con mayor profusión en países hedonizados y materializados de Europa.
“¿Qué es un avivamiento? – pregunta Finney –. Y responde: “Un avivamiento no es nada más que un nuevo comienzo de obediencia a Dios. Como en el caso de la conversión de los pecadores, el primer paso es un arrepentimiento profundo que parta el corazón y nos postre en el polvo delante de Dios con verdadera humildad y un abandono del pecado”.
Avívanos, Señor.
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