Desde la enseñanza oral de los apóstoles a las epístolas que circulaban entre las iglesias y hasta los medios más modernos de comunicación, Dios y el tema religioso han estado siempre en primera línea de esos medios. Para afirmarlos o para negarlos, para testimoniar su existencia y sus valores o para reprobarlos. Dios ha sido, desde siempre, la pesadilla de escritores y comunicadores.
Por otra parte, como ha escrito el converso católico André Frossard, redactor jefe del diario francés “LE FIGARO”, Dios no necesita estar suscrito a ningún periódico para saber lo que sucede a diario.
El autor de “DIOS Y LOS PERIÓDICOS” se confiesa católico practicante. De sus 64 años ha pasado 40 en el periodismo. Nacido en la provincia de Lérida, actualmente vive en Tarragona, donde ejerce como director de publicaciones del “DIARI DE TARRAGONA”. Por sus libros de orientación católica y sus trabajos periodísticos y literarios la Conferencia de obispos españoles le otorgó en 1989 el Premio ¡Bravo!
Antoni Coll abre su libro evocando la figura de un personaje inmortalizado por Jesús con la colaboración de su discípulo amado, Juan. Este personaje es Nicodemo. ¿Por qué Nicodemo en esta historia de periódicos? Por una simple coincidencia. Así como Nicodemo llegó a Jesús de noche, Coll habla del trabajo nocturno del periodista, duro trabajo cuando ha transcurrido la media noche y llegan las pesadas horas de la madrugada.
Piensa Antoni Coll que aunque Dios no necesita que los periodistas le cuenten qué ocurre, desea que sus criaturas le hablen. “Partiendo de lo cual –añade- se atreve alzar sus ojos y preguntar a su Dios: “¿Señor, puede ser útil que en estas horas nocturnas un periodista de cierre reflexione sobre verdades elevadas y tome incluso unas notas?”.
El autor reflexiona. Toma notas y escribe catorce breves capítulos en los que aborda temas candentes: La crisis de fe, muy extendida entre las jóvenes generaciones. La necesidad de recobrar conciencia de que somos hijos de un Dios misericordioso y la urgencia de transmitir este mensaje al mundo.
El capítulo “Nacer de nuevo” parece escrito por un pastor evangélico para el sermón del domingo. El periodista reflexiona sobre la conversación que Jesús sostuvo con Nicodemo referente al nuevo nacimiento. “Nacer de nuevo –dice Coll-, dar un giro radical a la vida cuando se oye la voz inaudible de Dios, no sólo no compromete la felicidad futura, sino que le abre el paso para que entre a raudales”.
En el capítulo titulado “EL DIOS DESCONOCIDO” Antoni Coll recrea la estancia y la experiencia del apóstol Pablo en Atenas, según la cuenta Lucas en el capítulo 17 de “LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES”. En una frase feliz, Coll escribe que “la mejor prueba de la existencia divina es la autorrevelación de Dios humanizándose en Jesucristo”. El Dios de Jesucristo, invocado por Pablo, y el Dios de los filósofos, glorificado por los atenienses, es, bien entendido, el mismo Dios, aunque alcanzado de modo distinto: El primero a través de la fe; el segundo por medio de la razón.
El autor de “DIOS Y LOS PERIÓDICOS” se detiene en la consideración de un acontecimiento que horrorizó al mundo: El atentado contra las torres gemelas en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. No faltaron periodistas que responsabilizaron a Dios del drama. Entre ellos el premio Nóbel portugués José Saramago y el periodista español Gregorio Morán. Saramago publicó en EL PAÍS “EL FACTOR DIOS” y Morán, en la VANGUARDIA, “¿Y SI EL PROBLEMA ES DIOS?”. La tesis mantenida por ambos era de escuela primaria: No culpamos a Dios, porque creemos que no existe, pero sí a quienes invocan su nombre. “El sofisma es evidente –escribe Coll- a partir de una acción de quienes invocan en vano el nombre de Dios, se concluye que la creencia en El es negativa para la paz”.
El epílogo al libro de Antoni Coll escrito por Pedro J. Ramírez, director de EL MUNDO, decepciona, defrauda por su contenido. No
hay ni una sola referencia al autor, ni reflexión alguna sobre el contenido de la obra. Parece como si Pedro Jota, excelente periodista, analista certero, hubiera tomado uno cualquiera de sus muchos artículos y lo hubiera enviado al editor sin haber siquiera leído el trabajo de Coll. Ramírez escribe de sus experiencias como periodista, de cómo a los 28 años pasó de redactor de A.B.C. a dirigir DIARIO 16 y luego a EL MUNDO, al que ha convertido, cabe reconocerlo, en uno de los mejores diarios de España. Con todo, esto no le autoriza a ignorar totalmente al autor y el contenido de un libro en el que escribe las páginas finales. En tales menesteres la gloria, si la hay, debe ser para el autor, no para que se la apropie el redactor del epílogo.
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