No hay autor teatral español contemporáneo con una preocupación tan dominante por los problemas metafísicos, como Alejandro Casona.
Lo espiritual está presente en todas sus obras. Y no es una presencia circunstancial, sino intencionada, meditada, creada aposta. Dios no es en él un recurso teatral, como en otros autores; es una realidad viviente. Es, juntamente con la muerte, “las dos cosas grandes que hacen temblar al hombre” como hace decir al Pablo de
La tercera palabra (Acto II). Y en torno a la existencia de Dios Casona da también vida al Diablo; intenta penetrar en el misterio de la vida, en su origen, en su final eterno; se ocupa de la muerte con profundidad de teólogo; ahonda en el problema de la salvación del alma; cree en el juicio final, en la responsabilidad primera y última del individuo y siente miedo, un espantoso miedo humano a “que lleguemos al otro lado…. Y que no haya nada. Sería una estafa imperdonable” (
Siete gritos en el mar, Acto III).
La Biblia ocupa un lugar destacado en su teatro. Un lugar que, quizás por no conocerla como Casona demostró hacerlo, no han sabido dar otros autores españoles. El libro de Dios, fuente continua de inspiración literaria, ofrece inagotables recursos a quienes sepan leer en sus páginas. Y Casona usó de estos recursos, porque el texto de la Biblia le era familiar.
En
Los árboles mueren de pie (Acto I), el falso pastor protestante aparece en escena con la Biblia en las manos. El deán de
La molinera de Arcos (Escena V) dice a Frasquita que “en lugar de cuidar de sus ovejas descarría al rebaño con su ejemplo” tiene “pecado de escándalo”.. Y agrega: “Según el Evangelio, más le valiera atarse al cuello una rueda de molino y arrojarse al mar”.
En
La barca sin pescador (Acto II), una de las mejores obras teatrales que tiene Casona, la abuela, razonando con Marko sobre el valor de las palabras, dice:
“¿Y es que las palabras no valen nada? Si el domingo, en lugar de emborracharte, hubieras ido a la iglesia, habrías oído lo que dijo el pastor. Y qué bien hablaba el condenado…Decía: “Cuando Jesús de Galilea envió por toda la tierra a sus discípulos, que eran unos pobres pescadores como vosotros, ¿creéis que les dio para luchar la espada o el caballo? ¡No! Les dio la palabra. Y con la palabra sola conquistaron el mundo”.
En
La dama del alba (Acto I), otra de las obras mejor logradas de Casona, la madre se queja pensando que su hija yace muerta bajo las aguas del río, y dice: “aunque hubiera un palacio no la quiero en el río, donde todo el mundo tira piedras al pasar. La Escritura lo dice: “El hombre es tierra y debe volver a la tierra”. Sólo el día que la encuentre podré yo descansar en paz”.
Donde Casona más recurre a la Biblia es, tal vez, en La sirena varada, la primera obra que escribió estrenada en Madrid el 17 de marzo de 1934. Samy, el “clown” de circo, siempre borracho de vino y de miedo “era un lector fanático de la Biblia” (Acto II). Ricardo, extrañado por este detalle, exclama: “Maravilloso; un “clown” de circo que conoce la Biblia y las estrellas” (Acto I). Sirena, la hija tarada de Samy, en uno de sus momentos de lucidez, recuerda: “Papá bebía cerveza y se sentaba en el suelo a tocar la guitarra; y se le caían las lágrimas. Después me leía un libro grande que hablaba de Dios” (Acto III). De estas lecturas, Sirena recuerda pasajes enteros de la Biblia. Al final del primer acto repite de memoria hasta diez versículos de
El Cantar de los Cantares. Lo hace con tal dulzura que Ricardo, fascinado, la besa con efusión mientras grita: “¡Sirena! ¡Sirena! ¡Sirena! Sulamita”.
Las citas, frases y reminiscencias de la Biblia se prodigan en su teatro infantil, especialmente en los cinco cuadros que componen la obra ¡
A Belén pastores! También abundan en las adaptaciones que hizo de obras famosas, tales como en
La Celestina, de Rojas; en
El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina,
y en las dos obras que adaptó de Shakespeare,
Ricardo III y
Sueño de una noche de verano. En su ensayo en prosa sobre el Diablo, la Biblia, por la obligatoriedad del tema, está presente en casi todos los capítulos y particularmente en el apéndice I, donde Casona describe los nombres que se dan al Diablo en las Sagradas Escrituras.
En esta nutrición bíblica de Casona está, quizás, el secreto de la alegre despreocupación terrena y de la prioridad que en todas sus obras da a las compensaciones espirituales. Federico C. Sainz de Robles atribuye al autor asturiano una pedagogía espiritual cuya raíz, a nuestro modo de ver, hay que encontrarla en su sincero amor por el Libro de Dios.
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