A José Luis Velazco M., maestro y amigo impar
Las ideas políticas de Calvino según Denis Crouzet (II)En la segunda parte del capítulo “Divina gloria”, con que Crouzet cierra su espléndida biografía de Calvino, Crouzet rastrea muy bien la forma en que el reformador criticó abiertamente a la autoridad política: el rey Enrique II fue el blanco de sus ataques e “invectivas proféticas”, ejemplo de las cuales es el sermón 31º sobre Deuteronomio 5. Allí establece que “la obediencia queda rota cuando se ejerce mal el poder, [y] puede mudarse en una desobediencia que, para Calvino, no es más que pasiva, espiritual”. Cuando padres, madres y magistrados quieren ponerse contra Dios, y [cita a Calvino] ‘levantarse contra esa tiranía, hasta el punto de usurpar lo que sólo pertenece a Dios, y que nos quisieran desviar de su obediencia’, se da una excepción a la regla: no deben ser obedecidos” (p. 296).
La confrontación se produce desde marcos espirituales, teológicos, es decir, cuando los gobernantes pretenden, de manera idolátrica, suplantar a Dios. El conflicto es evidente: se trata de “usurpadores que atropellan el honor de Dios”. No obstante, Calvino no abre inmediatamente las puertas a la rebelión, pues la perspectiva enunciada no implica la necesidad de la rebelión. La resistencia ha de ser, en primer lugar, espiritual. Con todo, explica Crouzet, no se aferra a una visión cerrada de la historia, puesto que ésta se halla condicionada “por un principio de obediencia activa o de desobediencia pasiva”. Su finalidad “no consiste en permitir que el hombre tome su propia historia por su mano, por propia iniciativa, con su voluntad corrompida y su inteligencia embrutecida”, pues hacerlo implicaría caer en la tentación de convertirse en su propio amo. Largo es el camino que va desde estas afirmaciones hasta la posibilidad real o efectiva de resistir la tiranía de los gobernantes impíos.
Dado que en el “sistema asistémico” calviniano todo parte y se remonta a Dios, y la humanidad debe vivir por y para Él, la única forma de entender las vías teológicas hacia la rebelión política que se encuentran en germen aquí, pues “frente a un gobernante injusto sólo la majestad divina está en condiciones de operar una liberación”. No busquemos, entonces, una respuesta lineal a la pregunta sobre cómo, dónde y cuándo enfrentar a un gobernante de estas características en nombre de Dios. Más bien se trata de percibir cómo se encadenan las coordenadas teológicas e históricas para tomar decisiones políticas concretas.
LOS CONDICIONANTES TEOLÓGICOS DE LA REBELIÓN
En primer lugar, Crouzet recuerda que Calvino afirma que la majestad de Dios puede intervenir cuando su bondad, poder y providencia determinen que surja un elegido “para castigar una dominación injusta y liberar de la calamidad al pueblo inicuamente afligido”. El esquema bíblico que sustenta esta idea está fuera de discusión, pues basta con recordar la historia de Moisés: el caudillo experimenta una
vocación liberadora que lo pone a las órdenes de la voluntad divina.
Los cristianos primitivos sabían también, ni más ni menos, que los demonios gobernaban el mundo. Asimismo estaban convencidos que todo aquel que se daba a la política, mejor dicho que se valía del poder y la violencia era porque tenía un pacto con el diablo. Por consiguiente, la realidad es que en su dinamismo ya no es lo bueno lo que sólo produce el bien y lo malo el mal, sino que, a menudo, suele ocurrir a la inversa. No darse cuenta de esto en el plano de la política es pensar puerilmente.(1)
No obstante,
en tercer lugar, Crouzet llama la atención al contexto político del siglo XVI y advierte que Calvino llegó a “descubrir en la historia casos de magistrados inferiores a quienes correspondía, entre los lacedemonios, los atenienses y los romanos, poner freno a la ‘licencia’ de los reyes y crear así una forma institucional de resistencia” (p. 297). En su momento, creyó que ese mismo papel lo desempeñarían en los reinos las asambleas de los tres estados, a las cuales reconoce su derecho de resistir “la intemperancia o la crueldad de los reyes”. Su deber sería no traicionar la libertad popular, pues han sido instituidos como una especie de “tutores por voluntad de Dios”.
Estas ideas no muestran a un Calvino innovador ni mucho menos, pues ya Lutero, influido por pensadores reformados radicales adoptó esquemas que podían legitimar la resistencia contra Carlos V. En ese sentido, Crouzet observa que quizá haya sido Andreas Osiander (1498-1552) el primer teólogo que planteó la resistencia activa al redefinir la concepción paulina del poder, aunque sería Bucero quien radicalizó el pensamiento político entre 1530 y 1535. Para él, Romanos cap. 13 no se refiere al
poder sino a los
poderes, por lo que, si el magistrado superior no cumple la misión de preservar al pueblo de las tentaciones del maligno, los magistrados inferiores deberían resistirlos activamente en nombre de Dios. Según Crouzet, estas ideas son la fuente del imaginario político de Calvino.
El punto de ruptura surge cuando el ser humano interior, que permanece en la fe a pesar de las presiones y opresiones del gobernante injusto y sujeto a Dios, es confrontado con la afirmación fundamental de que la libertad cristiana es una libertad de obediencia a Cristo, con lo que encuentra un arma ideológica contra toda forma de tiranía, puesto que le será posible trascender las imposiciones legalistas que no podrán ya impedir su “obediencia liberal” a la voluntad de Dios. La primera liberación, nunca en juego, es la espiritual, la cual ningún gobernante podrá poner en entredicho. Por ello, frente a los tiranos, Calvino exalta inicialmente el primado de la paciencia, cuando los creyentes se remiten a la providencia divina, mediante lo que Pierre Mesnard califica como “fidelidad heroica” en
El arranque de la filosofía política en el siglo XVI (1977). De ahí que, ante los abusos del gobernante, las alternativas para que un creyente no ponga en riesgo su fidelidad a Dios sean el exilio o el martirio.
Pero “más allá del rey injusto se halla el rey de reyes, que se encuentra por encima de todo” y nada ni nadie puede desviar del amor de Dios. Por lo tanto, para Calvino, los fieles que se encontraban dispersos en tierras dominadas por príncipes malvados están como cautivos, pero no deben dejar de honrar a Dios. Y no deberán replegarse en una
religión subjetiva, enajenante, pues todo su ser está consagrado a Dios y su destino es glorificarlo. “La obediencia a Dios constituye el orden natural del hombre” (p. 300). Hay, en medio de todo, un convencimiento profundo de que la justicia de Dios domina plenamente en sus vidas, por lo que la actitud paciente está muy lejos de la resignación, pues se trata de una acción en Cristo, tal como lo expresó Calvino en sus sermones sobre el libro de Job. Por lo tanto, en cualquier circunstancia, “el pueblo
debe glorificar a Dios en su justicia” (énfasis agregado) y la vida temporal no puede entenderse como agotada en el presente.
Para Calvino, la lucha contra la impiedad y la injusticia es una lucha entre Dios y satanás, de acuerdo, pero, con todo, concluye Crouzet: “El calvinismo es una militancia espiritual que, sin hacer uso de la rebelión contra los poderes seculares y a pesar de los instrumentos a los que recurren estos últimos para mantener el poder de Satanás, puede y debe trabajar para hacer avanzar la gloria divina” (p. 301). Sin embargo, entre los seguidores de Calvino, como Teodoro de Beza, John Knox y Christopher Goodman, surgiría más tarde una sólida teoría teológica de la rebelión contra los poderes injustos.
(1) M. Weber, El político y el científico. Documento preparado por el Programa de Redes Informáticas y Productivas de la Universidad Nacional de General San Martín (UNSAM), Argentina, www.bibliotecabasica.com.ar, en HACER. Hispanic American Center for Economic Research, www.hacer.org/pdf/WEBER.pdf, p. 34.
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