Al día siguiente, jueves 22, enterraron lo que quedaba de los 84 años de Zubiri. Antes fue expuesto muerto, eternamente muerto para la tierra, en el aula magna de la Fundación Jiménez Díaz. Luego se llevaron al que fue Zubiri y le dieron sepultura en el cementerio civil de Madrid. Extraño, ¿no? Porque siempre vivió en católico y en católico murió. Aunque, ¿qué es eso de morir en tal o cual creencia? ¡Con tal que broten las flores en el jardín eterno! La brisa del cielo, ¿no pega sobre todos los rostros? ¿No acaricia todas las sepulturas del mundo? Otro filósofo poeta, el poeta filósofo Gerardo Diego, en su libro
Cementerio civil, escribió este collarín de verdades:
Todos civiles, todos huéspedes,
Transeúntes, inmóviles,
y todos religiosos.
Dios pone por su cuenta
Sombra de cruz ahora
Y luz de cruz después,
Su salvamuertes
Flotante e infinito.
Recordemos su biografía. Javier Zubiri nació en San Sebastián el 4 de diciembre de 1898. En el Seminario Conciliar de Madrid estudió Teología y Filosofía. Esta rama del saber le atrajo más que la primera y siguió estudiando Filosofía en Lovaina, Friburgo y en la Universidad central de Madrid. Acabada la carrera eclesiástica fue ordenado sacerdote católico. Pero renunció poco después, porque su vocación siguió otros rumbos. A él, que era ya admirado y conocido como un filósofo puro, no le costó trabajo conseguir que el Vaticano le concediera la secularización.
Augusto Assía, que por entonces estaba de corresponsal de prensa en Alemania, le sitúa allí en 1931. Zubiri asiste a cursos que dan Einstein, Husserl, Heidegger. Américo Castro es Embajador de la República española en Berlín. Allí conoce Zubiri a una hija del eminente historiador, Carmen Castro. La pareja contrae matrimonio. Un matrimonio que permaneció fuertemente unido hasta que uno de los dos, con su muerte, rompió los lazos temporales del amor.
Carmen y Javier regresan a España, pero vuelven a salir cuando estalla la guerra civil. Durante tres años viven en París y en Roma. Después, en 1939, España les llama de nuevo. Zubiri enseña Filosofía en Barcelona y en Madrid. Dedica su vida a investigar, a enseñar, a escribir. Alejado de la popularidad, vive con sencillez, plenamente dedicado a su vocación filosófica.
No escribe mucho. En 1944 publica su gran libro
Naturaleza, Historia, Dios. Transcurren 18 años y aparece
Sobre la Esencia, en 1962. Y poco más. Zubiri es autor de tan sólo una media docena de libros. ¡Pero qué libros! ¡Qué profundidad de pensamiento! ¡Qué claridad de sentimiento! Zubiri hizo de la filosofía un acto vital propio y comprometido.
En 1968 Zubiri cumplió 70 años. Sus amigos intelectuales le rindieron un homenaje, que consistió en el análisis de su persona, su pensamiento y su obra. Este material, único y valiosísimo, se publicó en dos tomos de 787 páginas cada uno, que aparecieron en 1970. Sin embargo
el libro clave en la filosofía religiosa de Zubiri es Naturaleza, Historia, Dios.
Cito la quinta edición, de 1963. A partir de la página 372 y hasta el final de la 400, Zubiri establece su teoría de la
religación:
“Estamos obligados a existir porque previamente estamos
religados a lo que nos hace existir. Ese vínculo ontológico del ser humano es
religación…En la
religación estamos más que sometidos; porque nos hallamos vinculados a algo que no es extrínseco, sino que,
previamente, nos hace ser… La religación –religatum esse, religio, religión, en sentido primario- es una dimensión formalmente constitutiva de la existencia…. En la religión no sentimos previamente una ayuda para obrar, sino un fundamento para ser… La presunta controversia entre un llamado método de inmanencia y un método de trascendencia no tiene sentido, porque lo que no tiene sentido es necesitar de un método para
llegar a Dios. Dios no es algo que está en el hombre como una parte de él, ni es cosa que le está añadida desde fuera, ni es un estado de conciencia, ni es un objeto. Lo que de Dios haya en el hombre es tan sólo
religación en que somos abiertos a El, y en esta
religación se nos patentiza Dios….”.
Sí, Zubiri, sí claro. O sea, que Dios se nos hace patente en la religación, ¿no? Pues es todo cuanto queremos. Vivir para siempre aquí, ahora y hasta la hora de nuestra muerte, amén. Para siempre, ligados y religados a Dios. Y que nada ni nadie pueda desligarnos ni desreligarnos. Con esto nos basta, filósofo. ¡Y gracias!
Si quieres comentar o