A Ángel Reynoso Macías
Las ideas políticas de Calvino según Denis Crouzet (I)Ríos de tinta han corrido acerca de las ideas políticas en Calvino y la tradición reformada. Por ejemplo, Quentin Skinner, profesor de la Universidad de Cambridge, en el segundo tomo de su obra monumental Los fundamentos del pensamiento político moderno (1978), dedicado a la Reforma Protestante, no vacila en calificar a Calvino como “un maestro de la ambigüedad”.(1) Al citarlo, Denis Crouzet en su biografía de Calvino, admite esta cierta ambigüedad situándola como parte de “los propios mecanismos de la fe restituida”.(2)
Además, agrega que el pensamiento calviniano fluctuó no sólo según la evolución de los acontecimientos y de ciertos aportes teóricos externos, “sino también estructuralmente”. Su “inteligencia pragmática” lo llevó siempre “a estar en condiciones de cambiar virtualmente en relación consigo mismo”.(3)
1. UN TEMA SIEMPRE POLÉMICO
Pero empecemos por el principio. En “Divina gloria”, último capítulo de su libro, Crouzet traza un perfil muy matizado sobre las posturas políticas del reformador a partir del postulado de que
Calvino fue también “un gran técnico de la infiltración doctrinal, el gran ordenador de una batalla cotidiana, del día a día”.(4) Con ello en mente, Crouzet expone cómo el escatologismo de Calvino puede leerse en el contexto de un internacionalismo que lo llevó a influir en lugares como Inglaterra, Alemania, Escocia, Polonia y Hungría, sin moverse apenas de Ginebra. Para Calvino, “el reino de Cristo debía ser testigo de la reconciliación de todos los hombres, cualquiera que fueran sus razas, su situación social y su identidad política o nacional.
En un día sin determinar el mundo sería uno”.(5) Semejante optimismo tendría por delante barreras tan grandes como el impredecible papel de los monarcas y la nobleza. Las implicaciones políticas de esta percepción no dejarían de probarse en la cruda realidad.
Con el papado de por medio, a partir de 1555, la situación de los heterodoxos perseguidos obligó a considerar el problema de la autoridad política. En un principio, Calvino la definió como una autoridad legítima, pues para él, los poderosos de este mundo no son otra cosa que funcionarios de Dios que han recibido de sus manos la dado autoridad para redactar leyes, y, como esa autoridad la tienen por delegación divina, no hay razón alguna para rebelarse. Sin embrago, esta teoría del sometimiento comenzará a debilitarse frente al deber de lograr que “la gloria de Dios avance y ante la llamada de los fieles del reino de Francia, hambrientos de fe”.
2. LA NECESIDAD DEL ESTADO
En el apartado que lleva el título de “Necesidad”, fiel a un impecable estilo de bosquejar sucintamente los diversos episodios de la vida de Calvino, Crouzet desarrolla las ideas básica de Calvino sobre el Estado.
En primer lugar, la perspectiva de Calvino sobre la relación del Evangelio es la de un conservador, pues la existencia del Estado no es fortuita: ha sido establecido por Dios. De ahí que el rechazo de este estado de cosas por parte del anabaptismo, le pareciera inaceptable, pues equivalía “a dejarse caer en la barbarie y la negación de Dios”.(6) El Estado es necesario en la medida en que son necesarios la comida, el sol, el aire. “Su necesidad, que es necesidad de vida común, realza a la vez el derecho divino y el derecho natural”. Además, tiene la misión de evitar los escándalos que ensombrezcan la gloria de Dios y de que a cada quien le toque lo que le corresponde.
Para abundar en el sentido teológico, el Estado surgió también a causa del pecado, pues si éste no hubiera infectado la vida humana, ni siquiera existiría “y el hombre llevaría la ley en el fondo de su corazón”, en palabras de Marc Édouard Chenevière (
La pensée politique de Calvin, 1937). Las leyes son un recurso contra el pecado y conservan la humanidad entre los seres humanos. “Su función es conseguir que el hombre advierta su injusticia, demostrando la justicia de Dios”.(7) Por todo ello, y como lo advirtió Michael Walzer,
la política calviniana es realista, pero no amoral. Desde la primera edición de la
Institución, Calvino valora la presencia del poder político en esta dirección al dirigirse a Francisco I recordándole que todo príncipe es ministro de Dios y tiene una serie de responsabilidades ante Él y para demostrarlo se basa en el apóstol Pablo.
Crouzet destaca que en su sermón 55º, sobre Deuteronomio 7, Calvino critica ampliamente a los gobernantes que se dejan llevar por los cortesanos y optan por mantener la paz mediante acuerdos sostenidos por los abusos de unos cuantos. En el sermón 51º, agrega, evoca la violencia como deber del Estado, lo cual posibilita que éste se desempeñe a veces con una crueldad también necesaria, pues “el hombre no debe considerarse más misericordioso que Dios”.(8) El magistrado perfecto, además de poco frecuente entonces, es aquel que asume una postura paternal hacia el pueblo, como guardián de la paz y protector de la paz y protector de la justicia.
Lo anterior no impidió que Calvino tuviera “una visión pesimista del poder político, opresor del pueblo y asesino de inocentes, que no vacila en cometer ‘un bandolerismo por derecho’, llegando a caer en ‘vicios enormes y extraños”.
Por ello resulta muy difícil aseverar que Calvino prefirió tal o cual régimen político. Hacerlo implicaría seguir alguno de los estereotipos anacrónicos que se le han endilgado, como el de su hipotética “opción republicana”. Lo que sí es cierto es que Calvino insistió en relacionar la política con la ética, como lo hace en el tercer sermón sobre Deuteronomio 1 (1555), adonde demuestra que quienes ostentarán cargos públicos deberán ser elegidos con sumo cuidado y deberán ser personas virtuosas, temerosas de Dios y opuestos a la avaricia, prudentes y experimentados. El apego a la piedad lo expone Calvino con toda claridad en su famosa carta al rey de Francia: “Se engaña quien espera una larga prosperidad de un Reino que no es gobernado por el cetro de Dios, es decir, por su sagrada palabra; pues el edicto celestial no puede mentir”.
Por lo tanto, según Calvino, un rey infame es un castigo que Dios envía al pueblo, pero “incluso en su perversidad detenta el mismo poder que el que Dios concede a los reyes buenos”.(9) ¡He aquí la ambigüedad calviniana expresada prácticamente sin matices! No obstante, esta sección concluye con la observación de que, así como Dios ordenó obedecer al tirano Nabucodonosor, los súbditos deben contentarse con pedir la ayuda divina contra el príncipe inhumano. La providencia divina actuará tarde o temprano. Con todo, Calvino se encargó de aclarar, en cuanto a la actitud de los monarcas: “...no es razonable que nos tengamos por súbditos de quien no pone nada de su parte hacia nosotros como rey”. Ya entreabierta la puerta de la duda, la siguiente sección del libro de Crouzet completará la comprensión de las ideas políticas calvinianas.
(1) Q. Skinner, Los fundamentos del pensamiento político moderno. II. La Reforma. México, Fondo d e Cultura Económica, 1986, p. 198. La frase completa es como sigue: “Calvino es en todo momento un maestro de la ambigüedad, y aunque su compromiso basico es, indiscutiblemente, con una teoría de la no resistencia, introduce en su argumento buen número de excepciones”.
(2) D. Crouzet, Calvino. Trad. de I. Hierro. Barcelona, Ariel, 2001, p. 338.
(3) Idem.
(4) Ibid., p. 287.
(5) Ibid.,, p. 288. Énfasis agregado
(6) Ibid., p. 289.
(7) Ibid., p. 290.
(8) Ibid., p. 292.
(9) Ibid., p. 295.
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