El asteroide

Desde la Tierra se ha conocido este fenómeno y ha generado la confusión correspondiente. Se sabe con toda exactitud los días, horas, minutos y segundos que faltan para dicho dramático encuentro.

En el film aparece un personaje, un búho sabio, que enseña a un joven inquieto que las catástrofes, aunque para los seres inteligentes y autoconscientes impliquen un cambio y pérdida, no tienen por qué ser en sí un final, sino sólo una variación en el proceso del Universo. Que de la misma manera que con la extinción de los dinosaurios no se acabó todo, este final próximo de la Tierra por la colisión con el meteorito no ha de significar su ocaso definitivo, otra cosa surgirá.

En estos centros educativos van enseñando y habituando a la población a los conceptos de azar, teoría del caos, etc., para explicar lo que vivimos.

Con todo –sigo con el guión–, desde sus bases en la Luna, los hombres de ciencia están estudiando qué hacer. No pueden destruir al asteroide, pues la lluvia de fragmentos que generaría sobre el planeta aún sería peor.

¿Qué hacer? Finalmente deciden actuar y realizar una acción consciente y premeditada que cambie las cosas. Envían varias cargas atómicas de enorme potencia y las hacen estallar por delante del meteorito, no sobre él, para que la onda expansiva de la explosión logre frenar algo su velocidad. ¿Para qué? Para lograr que este leve enlentecimiento dé tiempo a que la Luna en su rotación alrededor de la Tierra se coloque entre ésta y el asteroide.

Así, finalmente, el asteroide va a dar contra el satélite y el planeta queda a salvo. ¿Pero esto es azar o acción consciente? Si en la ciencia ficción la inteligencia tiene baza y puede cambiar el azar, ¿por qué no la puede tener Dios mismo?

Además, en este relato se ilustra la idea de sustitución. La Luna ocupa el lugar de la Tierra. En este caso, de manera inconsciente, no decidido por ella. Pero si ella sufre el impacto, ya no lo sufre la Tierra. ¡Se entiende! En el terreno moral, si el Hijo sufre voluntariamente, en la cruz, el impacto que nuestro pecado merece, ¿no quedaremos protegidos?

Me asombra ver cómo, sin darnos cuenta, en nuestras ficciones corroboramos la posibilidad de acción consciente para cambiar cosas de la casualidad, incluso al precio de la sustitución (ocupar el lugar de otro), aunque simultáneamente enseñemos el azar como única explicación racional de nuestra existencia. ¡Cosas!

Un abrazo, Carlos