¿Y qué a ti?

En aquella íntima conversación, después de la resurrección, entre Jesús y Pedro, éste vio que les seguía Juan, aquel discípulo al que amaba Jesús, y le preguntó al Maestro: ¿Y qué de éste? Al parecer se estaban creando expectativas especiales y únicas acerca del mismo.

Lo interesante es la respuesta de Jesús: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué a ti? No dice que tuviera que ser así, pero recoge aquellas habladurías para decirle a Pedro: «a ti qué te importa». Y añade: ¡Sígueme tú!

En este caso la curiosidad era por alguien que constituía un ejemplo. Pero lo que le pase a otro no debiera condicionar nuestra propia actuación, privilegio y responsabilidad de seguir a Jesús.

Entrar en comparaciones, ¡qué poco útil es! El Señor dice: “Si quiero que él…”. Si Él tiene una voluntad diferente para otro, ¿hemos de cuestionarlo? ¿No es acaso soberano? Dicha voluntad no excluye que, a su vez, tenga su propósito para con nosotros, por eso añade: ¡Sígueme tú!

En otros casos, por contra, constatamos que hay quienes no se toman en serio al Señor ni el servicio que merece. Es más, incluso vemos que dejan de seguirle.

Pueden haber sido personas destacadas en el cristianismo, habernos llevado a la fe, pero abandonan. Pueden ser muy cercanas: padres, hermanos, hijos, pareja, hermanos de la iglesia… Sufrimos ante esta realidad. Nos desanimamos al saberlo. ¿Qué hacer? ¿Abandonar?

Preocuparnos es lógico, pero tampoco debiera hacer tambalear nuestro privilegio de seguir al Señor, sea solos, sea acompañados.

¡Sígueme tú! De esto se trata.

¡Hasta otra!

Carlos