Según algunos biógrafos, el número de amantes que tuvo el creador de la teoría de la relatividad y padre de la bomba atómica superó la veintena. En carta a su amigo Peter Bucky, Einstein le dice: “La mitad superior de nuestro cuerpo piensa y hace planes, pero la mitad inferior determina nuestro destino”.
Albert Einstein nació en Alemania, en la ciudad bávara de Ulm, el 14 de marzo de 1879. Fue hijo primogénito de Herman Einstein y Pauline Koch, ambos judíos. Al año siguiente la familia se trasladó a Munich. El joven Einstein estudió en Alemania, en Italia y en Suiza.
En 1905, con 24 años, publicó cinco importantes trabajos científicos. Los grandes hombres de ciencia se fijaron en aquél joven genio. A lo largo de siete años estuvo trabajando en su primera y segunda teorías de la relatividad, por las que es conocido mundialmente hasta nuestros días. “Si mi teoría de la relatividad es exacta –escribió a un amigo- los alemanes dirán que soy alemán y los franceses que soy ciudadano del mundo. Pero si no, los franceses dirán que soy alemán, y los alemanes dirán que soy judío”. A un corresponsal que pidió le explicase la teoría de la relatividad, Einstein le respondió en tono risueño: “Pon tu mano en un horno caliente durante un minuto y te parecerá una hora. Siéntate junto a una chica preciosa durante una hora y te parecerá un minuto. Eso es la relatividad”. José María Laso Prieto, en su trabajo ALBERTO EINSTEIN COMO POLÍTICO Y CIENTÍFICO, afirma: “La teoría de la relatividad de Einstein provocó apasionadas discusiones que trascendieron el campo de la Física y pasaron al de la Metafísica. Pero los éxitos logrados al aplicar la teoría de la relatividad de Einstein y los fracasos de todos los experimentos con que se pretendió demostrar su falsedad, hicieron que cesase paulatinamente la controversia”.
En 1921 recibió el Premio Nóbel de Física “por su explicación del efecto fotoeléctrico y sus trabajos en el campo de la física teórica”.
Enfrentado valerosamente a Hitler, en 1933 abandonó Alemania. Residió sucesivamente en Francia, Bélgica, Gran Bretaña y finalmente en Estados Unidos. En 1940 adoptó la nacionalidad norteamericana.
Además de por ser el creador de la teoría de la relatividad, Einstein es también conocido como el padre de la bomba atómica. El presidente Roosevelt lo puso al frente de su programa atómico, que culminó con el lanzamiento de bombas en Hiroshima y Nagasaki en el verano de 1945. Horrorizado por tales barbaridades, Albert Einstein inició una intensa actividad contra las pruebas nucleares. Hasta el final de sus días continuó la movilización pacifista, a veces conjuntamente con el filósofo inglés Bertran Russell.
Las ideas de Einstein sobre la religión constituyen, quizás, uno de los aspectos más conocidos de sus opiniones no científicas.
En MI CREDO, discurso dado a conocer a la Liga Alemana de Berlin en otoño de 1932, Einstein afirma que la religión es “la más bella y profunda experiencia que un hombre puede tener”.
En otro lugar, el prefacio que escribe al libro de M. Planck ¿DÓNDE VA LA CIENCIA?, publicado en Nueva York el mismo año 1932, Einstein constata la influencia de la religión en dos grandes astrónomos: “Un profundo sentimiento religioso es la más poderosa y noble fuerza de impulso para la investigación científica. Kepler y Newton pudieron dedicar tantos años de trabajo solitario desentrañando los secretos de la mecánica celeste solamente porque ellos estaban inmersos en ese sentimiento religioso”.
En 1941, según los ARCHIVOS EINSTEIN, el genio declaró: “No existe una insuperable contradicción entre la religión y la ciencia, ni puede ser reemplazada la religión por la ciencia”.
Según el autor de EINSTEIN EL INVESTIGADOR, A. Moszkowski, “no sólo no era Einstein un ateo, sus escritos han influenciado a la gente a apartarse del ateismo, aunque él indudablemente nunca intentó convertir a nadie a su propia convicción”.
Una frase suya que se repite constantemente, “Dios no juega a los dados”, es preciso leerla en su contexto. Preguntan a Einstein cuál es su opinión sobre el azar, y el sabio responde: “¿Azar? Jamás creeré que Dios juega a los dados con el mundo”. El azar no existe. Lo que nos parece casual emana directamente de las fuentes más profundas de la divinidad.
El misterio de Dios, grande, profundo, ancho, alto, impenetrable, lo explica Einstein por medio de una deliciosa parábola, recogida por G.S. Viereck en un artículo de 1929 titulado LO QUE LA VIDA SIGNIFICA PARA EINSTEIN: “Estamos en la posición de un niño pequeño entrando en una gigantesca librería llena de libros escritos en muchas lenguas. El niño sabe que alguien debió haber escrito esos libros. Pero no sabe cómo. Tampoco entiende los lenguajes en los que están escritos. El niño sospecha borrosamente que existe un misterioso orden en el acomodo de los libros, pero no sabe cuál es ese orden. Esta es la actitud hacia Dios aún del más inteligente ser humano. Contemplamos al universo maravillosamente dispuesto y obedeciendo a ciertas leyes, pero solamente de manera borrosa entendemos esas leyes. Nuestras mentes limitadas perciben una fuerza misteriosa que mueve las constelaciones”.
“¿Acepta la existencia histórica de Jesús?”, preguntan a Einstein. Y responde: ¡Sin duda alguna! Nadie puede leer los Evangelios sin sentir la verdadera presencia de Jesús. Su personalidad vibra en todas sus palabras”. Cierto. Pero bueno es que la ciencia lo reconozca.
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