En el pregón que pronunció Saramago al inaugurar la Feria del Libro en Sevilla el pasado mes de mayo, el autor de LAS INTERMITENCIAS DE LA MUERTE reivindicó el placer de la lectura frente a la imagen. Dijo Saramago: “Me resulta completamente imposible leer en una pantalla de ordenador. Lo lamento. Soy del tiempo del libro, del papel. Uno puede dejar caer una lágrima sobre la página. Es más difícil dejar caer una lágrima sobre el ordenador”. Saramago está en lo cierto. La lectura es un placer íntimo. El espacio amoroso que un lector crea con el libro no admite otra presencia. No quiere terceros. Al fin y al cabo ¿qué son las bibliotecas sino archivos de nuestros gustos, museos de nuestros caprichos, catálogos de nuestros placeres? Leer nos permite el placer de recordar lo que otros han recordado para nosotros.
La memoria de los libros es la nuestra, seamos quienes seamos. Nada de esto ocurre con la televisión, la radio o Internet. La lectura, apunta Alberto Manguel, “es una de las formas más alegres, más generosas, más eficaces de ser consciente”.
El departamento editorial del diario EL PAÍS ha publicado un libro delicioso que invita a la lectura. En la presentación del volumen, Emilio Lledó hace una magnífica apología de la lectura. En un largo párrafo escribe que “la lectura, los libros, son el más asombroso principio de libertad y fraternidad. Un horizonte de alegría, de luz reflejada y escudriñadora, nos deja presentir la salvación, la ilustración, frente al rival espacio de lo ya sabido, de las aberraciones mentales a las que acoplamos el inmenso andamiaje de noticias siempre las mismas, porque es siempre el mismo nuestro apelmazado cerebro. Los libros nos dan más y nos dan otra cosa”.
En UNA INVITACIÓN A LA LECTURA un grupo de destacados escritores presentan textos lúcidos y luminosos que constituyen la mejor introducción a las grandes obras de la literatura contemporánea. Además de Emilio Lledó, en este tomo se incluyen trabajos de escritores que figuran en primera línea de la literatura. Los nombro a todos, porque a todos los he leído y de todos he aprendido mucho: Pablo Neruda, Beatriz de Maura, Enrique Vila-Matas, Javier Cerca, Eliseo Alberto, Juan Villoro, Manuel Longares, Vicente Molina Foix, Manuel Vázquez Montalbán, Mario Vargas Llosa, Juan Luís Cebrian, Javier Pradera, Rafael Argullol, Clara Sánchez, Luciano G. Egido, Carlos Castilla del Pino, Antonio Muñoz Molina, Luís García Montero, Eduardo Haro Tecglen, Jorge Semprún, Manuel Gutiérrez Aragón, Justo Navarro, Rafael Conte, José Manuel Caballero Bonald, José María Guelgenzu, Luís Mateo Diez, Susana Fortes, Juan José Millás, Guillermo Cabrera Infante, Basilio Losada y Manuel Vicent.
Treinta selectos escritores se distribuyen las 190 páginas del libro. No inventan cuentos. No ensayan pequeñas historias. Hacen literatura pura. Escriben sobre autores que han hecho escuela y han trazado caminos. Desde Jorge Luís Borges a Federico García Lorca. Desde Miguel de Unamuno a Ernesto Hemingway o James Joyce. Se trata de un libro que examina las bases literarias y racionales desde las cuales intelectuales de todos los tiempos han venido aconsejando a la humanidad. Retratos reveladores e incisivos de estas personalidades brillantes y contradictorias, magnéticas y peligrosas algunas de ellas.
Aldous Huxley, el formidable escritor inglés autor de UN MUNDO FELIZ, dijo que “el hombre que sabe leer bien tiene en las manos su propio engrandecimiento, la multiplicación de modos de existir, la manera de hacer su vida más significativa, interesante y completa”.
Ignoro si la evaluación de Huxley tiene aplicación en muchas personas. En mi, sí. Todo lo que soy, todo lo que he hecho en la vida, todos los conocimientos que almacena mi cerebro, lo debo a los libros. Nunca he ocultado mi preferencia por la literatura y las biografías, pero creo con Cervantes que no hay libro malo que no tenga algo bueno.
Me recuerdo a la edad de siete años comprando pequeños libros de cuentos que leía y releía. Algunos llegué a aprenderlos de memoria. Aún puedo recitar, íntegra, una historia que emocionaba e impactaba mi imaginación infantil: La de Marcelo el picapedrero. Puedo decir con Ricardo de León que los libros me enseñaron a pensar, y el pensamiento me hizo libre. Hoy, a pesar de la tiranía que otros ejercen sobre mi tiempo, suelo leer cuatro o cinco libros cada mes. Últimamente he leído casi de un tirón cuatro novelas del brasileño Paulo Coelho: EL PEREGRINO, EL ALQUIMISTA, EL ZAHIR y A ORILLAS DEL RÍO PIEDRA ME SENTÉ Y LLORÉ.
Invito a leer el libro de EL PAÍS a quienes todavía no lo han hecho. Al igual que los clásicos, sus páginas estremecen y alumbran nuevas emociones. UNA INVITACIÓN A LA LECTURA, es eso, la entrada en nosotros de un mundo de sensaciones y conocimientos que, sin la compañía de tantos escritores, jamás habríamos llegado a descubrir.
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