La política en el Antiguo Testamento (II)En esta segunda parte del acercamiento histórico-literario a la política en el Antiguo Testamento veremos dos apartados. En primer lugar a los profetas anteriores (libros históricos), que denominaremos como “la política contradictoria in situ”. En segundo lugar los profetas posteriores (profecía clásica) en lo que llamaremos “la preeminencia de la política”.
1.- Los profetas anteriores (libros históricos): la política contradictoria in situ
No es casual que los antiguos israelitas denominaran como
proféticos los documentos calificados más recientemente como
libros históricos, esto es, como testimonios de la intervención divina a través de revelaciones dirigidas específicamente a personas portadoras de carisma (de espíritu) para influir de manera crítica, pero determinante, en el rumbo que debía tomar el pueblo, partiendo de su mentalidad religiosa. Los avatares cotidianos fueron proyectados a niveles de interpretación adonde la lucidez del análisis teológico que expone los sucesos manifiesta intuiciones sociopolíticas profundas. Es el caso, por ejemplo, de la espiral de violencia desatada en la época de los Jueces, tal como lo manifiesta el libro del mismo nombre en los capítulos 19-21.
Samuel, quien simultáneamente fue juez y profeta (o el último juez y primer profeta), encarnó de manera paradigmática el tránsito ideológico y cultural del pueblo hasta experimentar la “necesidad” de tener un monarca a la manera de los pueblos vecinos. Las ironías que pueden leerse al respecto en el libro de los Jueces, así como la realista descripción del conflicto creado por la solicitud comunitaria, constituyen un complejo narrativo y teológico que afirma tajantemente el rechazo de que es objeto Yahvé como gobernante de Israel. [1] En este sentido, debe rescatarse lo que podría definirse como la veta anarquista de dichos textos, pues, como explica Jacques Ellul: “Esta historia [de la monarquía] […] merecería contarse porque muestra a qué grado, incluso para los 'grandes' reyes, las narraciones bíblicas son severas y precisamente severas en la medida en que los reyes representan para la época el equivalente de un Estado: ejército, finanzas, administración, centralización, etcétera”. [2]
2.- Los profetas posteriores (profecía clásica): la preeminencia de la política
Según Walter Brueggemann, la
conciencia monárquica, especialmente de la forma en que se experimentó en la época del rey Salomón, entró en profunda contradicción con el proyecto iniciado por Yahvé en la historia del éxodo de Egipto, porque “significó el progresivo abandono de la radicalidad del sueño mosaico”. [3] Ante esta situación, la llamada profecía clásica surgió como un contrapeso al poder monárquico, pues el profeta tuvo como función básica reavivar las posibilidades de implantación de la comunidad alternativa planteada como consecuencia del éxodo.
De modo que la participación de los profetas en la vida política no se explica por el deseo de ser protagonistas directos de la historia sino, principalmente, por restablecer el horizonte utópico acorde con el proyecto divino que tendía a ser olvidado y suplantado por las iniciativas monárquicas. Este sistema de gobierno produjo cada vez mayor insatisfacción en los diversos profetas, al grado de que el cuestionamiento del régimen se volvió una constante y comenzó a anunciarse su fin. Los textos dan fe del conflicto entre reyes y profetas, pues como apunta también Ellul:
Nunca, ningún profeta llegó en ayuda del rey; nunca fueron sus consejeros ni se “integraron”. El profeta constituye, en suma, lo que en términos modernos llamaríamos un “contrapoder”. Ese “contrapoder” no representa al pueblo en sí mismo sino a Dios. Incluso los reyes idólatras tenían mucha dificultad para deshacerse de semejante representante de un Dios en el que el pueblo creía todavía. Los profetas anunciaban sin cesar: “El rey se equivoca, lleva a cabo tal política y he aquí las consecuencias que se podían esperar. Esas consecuencias hay que considerarlas como un juicio de Dios”. [4]
Sobre el fracaso de la monarquía, Mckenzie escribe:
El rey hebreo [...] estaba para representar lo que el señor quería; y la voluntad popular, por consiguiente, en tanto contaba en cuanto se acomodaba a la voluntad del Señor. El pecado de los monarcas hebreos consistió en que representaban la voluntad del pueblo en lugar de la voluntad del Señor; y, al hacer esto, fallaban al no dar al pueblo incluso aquellos bienes que éste deseaba, aquellos bienes que un rey semita tenía obligación de dar. Por esto la monarquía hebrea no podía sobrevivir. [5]
Los profetas, se podría agregar, fueron la conciencia espiritual e histórica de la nación. Al analizar la visión de los profetas, Rubem Alves los distingue muy bien de lo que vendrá más tarde, la perspectiva apocalíptica:
Los profetas apunta hacia un futuro histórico y no hacia una región metafísica. En armonía con el espíritu hebreo, permanecen en cuerpo y alma en el campo de lo sensible. En sus discursos no encontramos teorías sobre lo que es real, hasta más allá de lo que podemos ver, sentir y sufrir. La realidad es aquello que es construido históricamente. Por esto su esperanza de un futuro de reconciliación [6]
Además, los profetas toman partido ante situaciones convulsas como la inevitable división del reino, situación ante la cual los textos históricos nos permiten apreciar las dos perspectivas: la oficialista y la de oposición. Cuando el reino finalmente se divide, también se producen dos perspectivas, la de cada reino, y ambas tienen cabida en los textos. Ante esas nuevas coyunturas, la visión profética nunca deja de ser contestaria. [7] Isaías, a su vez, fue un analista de política internacional de altura, mientras que Miqueas lanza una feroz diatriba contra la explotación de las aldeas por parte de las ciudades.
La próxima semana veremos, en el tercer y último artículo de esta serie, la dimensión política de las literaturas sapiencial y apocalíptica del Antiguo Testamento.
[1] Cf. M. Schwantes, “Formación de la monarquía”, en M. Schwantes y C. Mesters, La fuerza de Yahvé actúa en la historia. México, Ediciones Dabar, 1992, pp. 25-28.
[2] J. Ellul, Anarquía y cristianismo. Trad. de J. Sicilia. México, Jus, 2005, p. 69.
[3] W. Brueggemann, La imaginación profética. Trad. de J. García-Abril. Santander, Sal Terrae, 1986 (Presencia teológica, 28), p. 34.
[4] J. Ellul, op. cit., p. 71.
[5] J.L. McKenzie, Espíritu y mundo del Antiguo Testamento. Trad. de A. Oltra Más. Estella, Verbo Divino, p. 211.
[6] R. Alves, “Tres paradigmas de la doctrina de la reconciliación”, en Varios autores, reconciliación y mundo nuevo. México, Casa Unida de Publicaciones, 1981, p. 17.
[7] Cf. Jacques Ellul, The Politics of God and the Politics of Man, en www.religion-online.org/showbook.asp?title=1506. Ellul estudia allí el segundo libro de Reyes, y lo califica de la siguiente manera en la introducción: “[Este libro] es probablemente el más político de los libros de la Biblia. Porque su referencia es el Israel constituido genuinamente como un poder politico y cumpliendo un papel en el concierto de los imperios. Además, se refiere también a una época de crisis, pero sobre todo, podemos ver a la política en acción y no sólo como un principio”. Véase también, desde una perspectiva latinoamericana, Adolfo Ham, Historia y poder. Comentario sobre el libro de los Reyes. Quito-Matanzas, Seminario Evangélico de Teología, 1999.
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