A veces lo posible solamente se alcanza apuntando a lo imposible. Pero los hebreos eran incapaces de alcanzar este ideal [la sociedad gobernada por la voluntad de Yahvé] por medios políticos; y ésta puede ser la lección permanente de la historia de los reyes hebreos. Y éste es el fruto que permanece de su experiencia: que no hay ningún sistema, ningún legado, ninguna organización que asegure la realización de la voluntad de Dios en la sociedad. Si el reino de Dios tuviera que identificarse con alguna sociedad puramente terrestre, con algún gobierno o ley humana, no sería el reino de Dios. [1] (J.L. McKenzie)
Nada más lejano al conjunto de textos que conocemos como
Antiguo Testamento (Biblia hebrea siempre será mejor) que una teoría política. La estatua de diversos materiales que aparece en el libro de Daniel, una metáfora totalizante de la sucesión de hegemonías, puede servir como punto de partida y llegada para comprender la perspectiva del AT sobre la cuestión política: una imagen simbólica que abarca varias épocas y juzga el comportamiento político de los poderosos.
Además, no debe olvidarse que cualquier visión sobre las relaciones de poder en la Biblia hebrea estará marcada siempre por el revisionismo histórico-teológico llevado a cabo durante el exilio babilónico, época en la cual el periodo monárquico (entendido como un auténtico fracaso del pueblo) fue idealizado mediante el mesianismo ligado a la figura y la dinastía de David.
Tampoco deben soslayarse las relaciones de poder y sometimiento que en los diversos periodos de la historia del antiguo Israel mantuvieron los diversos sectores. Así, se explica el desarrollo de la sociedad y el surgimiento, consolidación y crisis de la monarquía en un marco socio-económico. Mediante una serie de esquemas, Jorge Pixley explica la conducta de las tribus y su adaptación a las diferentes formas de organización que tuvo el pueblo: patriarcas, jueces, reyes y líderes carismáticos, al lado del surgimiento de otras instancias o actores que incidieron en el destino del pueblo.[2]
Tres conceptos de origen griego (
ethos, pathos, logos), entendidos teológicamente como principios de comprensión e interpretación de la acción de Dios en la historia se entrelazan críticamente. Cada uno encuentra expresión en el protagonista dominante de los principales géneros literarios que definen también el carácter tripartito de la Biblia hebrea: el sacerdote para el caso de la Ley, el profeta (literatura profética) y el sabio (literatura sapiencial). [3] En cada uno de ellos y en sus desdoblamientos y ulteriores desarrollos o rupturas, como es el caso de la literatura apocalíptica, que manifiesta un sentido diferente al de la profecía, es posible hallar un concepto y praxis política determinados. Para abordar el asunto, entonces, se considerarán aquí cuatro aspectos generales: el origen y transmisión del poder, el ideal del gobernante, la participación del pueblo y la proyección de las esperanzas históricas de la comunidad a través de la praxis política de sus dirigentes.
LA LEY: CONCIENCIA COMUNITARIA DEL ORIGEN DIVINO DEL PODER
Un elemento común es la teocracia de origen tribal, caracterizada por la centralización del poder en la figura tradicional y carismática del patriarca. Este postulado se cumple a contracorriente de los pueblos vecinos de Israel, pues se impuso mediante un proceso de desmitificación, primero, de las fuerzas naturales (tal como aparece en los relatos cosmogónicos), y después, de la lucha contra la deificación de los poderes humanos. Como parte de esta concepción, el correlato del Dios creador y gobernador único del mundo, aparece la realidad del pueblo que se remite a una divinidad que está muy por encima de los poderes terrenales y es su origen también.
Además, esta imagen del Dios creador (omnipotente y soberano sobre el cosmos) fue precedida por el triunfo de Yahvé sobre el Faraón egipcio (poder humano deificado) como dios tribal que libera a su pueblo e instala en la historia una nueva forma de convivencia social. La ley que procede de esa gesta liberadora impone un orden vital cuyo origen es la misma fuente de poder que se instala de manera representativa (y hereditaria, al menos en lo concerniente a los aspectos rituales), aun cuando Moisés, el primer líder del pueblo, es sustituido, a su muerte, por alguien ajeno a su familia. La figura del legislador y, posteriormente, del dirigente político-militar (Josué) se hallaba sometida completamente a la fidelidad al proyecto subversivo del Dios liberador. El pueblo concentró sus esperanzas en la figura de dirigentes fuertemente apegados a la voluntad del Dios revelado en las acciones liberadoras.
Un episodio puso en entredicho este proceso en el seno mismo de la familia de Moisés: la inconformidad y ambición de sus propios hermanos intentaron cuestionar la legitimidad del gobernante escogido y acceder al poder. Otro más muestra cómo el concepto que se tenía sobre el poder permitió que éste circulara horizontalmente: Moisés, siguiendo el consejo de su suegro, delega autoridad en un grupo de representantes suyos que resolvieron problemas comunitarios específicos. El tránsito de esta figura a la de los
jueces fue bastante natural, pues su incidencia efectiva en la vida del pueblo, además de ser transitoria, concentraba en una sola persona el poder político, militar y espiritual. [4] Como explica John McKenzie:
Debemos considerar lo que Max Weber ha llamado el “caudillo carismático”, pues este tipo de caudillaje se manifiesta temprano en la historia hebrea y permanece esencial a través de todo su curso, aunque se exteriorice en diferentes formas. El tipo más obvio de caudillo carismático es el “juez” de la historia hebrea, y podemos tomarlo como ejemplar de laboratorio. Hombres como Aod, Gedeón, Jefté, Sansón, no eran caudillos de la comunidad; de hecho aparecen al principio como indistintos, o al menos como ineptos para “juzgar” a Israel —“juzgar”, en este contexto, significa defender a Israel y darle la victoria frente a sus enemigos. Estos hombres [o mujeres, habría que agregar] surgen ocasionalmente no en virtud de sus cualidades personales o sus adquisiciones, sino en virtud del impulso divino, que los hebreos llamaron “el espíritu del Señor”. [5]
La próxima semana veremos la dimensión política de los profetas anteriores y posteriores del Antiguo Testamento.
[1] J.L. McKenzie, Espíritu y mundo del Antiguo Testamento. Trad. de A. Oltra Más. Estella, Verbo Divino, p. 213.
[2] Cf. J. Pixley, Historia de Israel desde la perspectiva de los pobres. México, Palabra Ediciones, 1989. Su análisis parte desde el trato de lealtad exclusiva de las tribus con Yahvé hasta la administración imperial romana en la que Roma trata con las aldeas de Palestina con las ciudades y el templo judío como intermediarios.
[3] Cf. J.L. Crenshaw “Le dilemme humain et la literature contestataire”, en Douglas A. Knight, ed., Tradition et théologie dnas l’Ancien Testament. París, Cerf, 1982. (Original: Philadelphia, Fortress, 1977.), cit. por Jacques Ellul, La razón de ser. Meditación sobre el Eclesiastés. Trad. de I. Arias. Barcelona, Herder, 1989, pp. 37-38: “Los sacerdotes son losguardianes del ethos, y conservan las tradiciones sagradas. Los profetas son los portadores del pathos, y expresan su participación en los sufrimientos de Dios. Los sabios expresan el logos, y recurren a argumentos fundados en la experiencia para conducir a Israel a un orden querido por Dios y reconocer los límites de todo conocimiento”.
[4] Cf. J. Pixley, op. cit., pp. 11-18.
[5] J.L. McKenzie, op. cit.,p. 195.
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