Todo… o nada

El problema de un planteamiento del “todo o nada” es que casa poco con la realidad de nuestra existencia. Es como la dicotomía “blanco o negro” tocante al color. ¿Cuántos blancos o negros absolutos existen? ¿No abundan más bien los grises? Con su variada tonalidad, en sus extremos, incluso pueden parecer auténticos blancos o negros aunque no lo sean de verdad.

Lo chocante del caso es que lo que se votaba era el resultado de una negociación. Una negociación, por definición, implica que no se va a lograr todo. En algo se gana, en algo se pierde. Implica lucha, discusión, paciencia y, finalmente, un acuerdo. Si uno se obceca en el “todo o nada”, fácilmente puede quedarse con nada. En una negociación, cualquier idealización extrema (no importa en qué dirección) vivirá el pacto final de manera frustrante, ya que lo concedido será visto como excesivo por quien no quería dar nada, y como mísero visto por quien lo quería todo. ¿Dónde está entonces el avance? ¿Cómo lograrlo?

Este razonamiento será negado por muchos que defenderán que sí estaban dispuestos a llegar a un acuerdo. Lo que sucede –añadirán– es que existe un punto de corte, o listón, a partir del cual el pacto se hace inaceptable. Pero es precisamente la tendencia maximalista, en cualquiera de sus dos direcciones, la que muchas veces hará impedir el acuerdo posible en el trayecto de una negociación.

Menos mal que los estudiantes, ahora en época de exámenes, tienen un margen amplio para lograr superar una asignatura. No todo serán excelentes o matrículas de honor, que no abundan; un aprobado o un notable ya van a implicar un avance en sus estudios: estas notas intermedias también son válidas. No son suspensos. Esto es aplicable a muchas otras cosas –más de lo que nos pensamos–, que vivimos como absolutas, sin serlo. Si el punto de corte es demasiado alto muestra con ello una clara intención de base que merece ser revisada, pues son pocas las cosas de la vida que justifique un listón tan alto.

Excepciones, existen. Por ejemplo, Pedro y Juan replicaron al concilio que los conminó a que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús, y dijeron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”. Claro que, en esto, me temo que no tenemos demasiado problema en bajar generosamente nuestro listón.

¡Un abrazo! Carlos