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Protestantismo y Pentecostalismo en América Latina

Leopoldo Cervantes Ortiz analiza los orígenes y relación del pentecostalismo con el resto de familias evangélicas en Latinoamérica
MUY PERSONAL AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 15 DE ABRIL DE 2006 22:00 h

(A 100 años de los sucesos de la calle Azusa)

Abril de 1906 marcó el inicio del llamado “pentecostalismo clásico”, a raíz de los sucesos de la Calle Azusa, en la ciudad de Los Ángeles. Las múltiples celebraciones son una excelente ocasión para discutir la importancia indiscutible de dicho movimiento (y sus transformaciones) para el cristianismo latinoamericano y mundial. Si se acepta que ha pasado ya la época triunfalista en que se hablaba, por ejemplo, de que, para sobrevivir, el protestantismo debía pentecostalizarse y que, por otro lado, es un hecho que el campo religioso latinoamericano actual sería incomprensible sin la presencia de las iglesias y comunidades pentecostales, al grado de que incluso el catolicismo ha recibido fuerte influencia de estos movimientos,(1) se podrá analizar con cierta objetividad su importancia creciente en la actualidad religiosa y social. Carmelo Álvarez ha explicado así la razón de ser de este crecimiento: “Parte del éxito del movimiento pentecostal moderno es que le dio a los ‘ninguneados’ de la historia (José Cárdenas Pallares) ese valor que les corresponde como criaturas creadas a imagen y semejanza de Dios: les asiste un valor que han perdido u olvidado. Así afirman su propio suelo como ciudadanos y ciudadanas del Reinado de Dios”. (2)

La experiencia pentecostal, relacionada íntimamente con el advenimiento visible y comunitario del Espíritu Santo, se instaló como una realidad religiosa que rebasó los límites impuestos por las iglesias a las manifestaciones de lo sagrado y comportó el surgimiento de la idea de pentecostalidad, bien definida por Bernardo Campos como una de las características predominantes de la cristiandad tocada por el Espíritu Santo, es decir, “el carisma que hace posible la institución eclesial”. Este estudioso peruano trazó las líneas generales de dicha categoría teológico-eclesial, también en términos epistemológicos, pues subordina la praxis, el principio, el imperativo, la hermenéutica y el kairós propios de estas iglesias.(3)

“Nosotros salimos de debajo de las piedras”, la frase de un chileno dicha luego de una exposición sobre el protestantismo histórico, muestra muy bien la percepción que tenían en los años 80 muchos pentecostales. Eso ha cambiado gradualmente debido a que el pentecostalismo constituye ya una auténtica tradición religiosa, de raíces autóctonas en su gran mayoría, gracias a su enorme capacidad para recuperar y expresar las ansias populares de liberación y búsqueda de significado. Como ha hecho notar Cristian Parker desde Chile, esta tradición manifiesta la práctica de otra lógica, que se opone lo mismo a la globalización capitalista salvaje que a la cosificación, propios de los ámbitos urbanos, en cuyo seno se desarrolla dando rienda suelta a una vida comunitaria real y efectiva, así como a formas de participación impensables en muchas regiones, países e iglesias de América Latina.(4)

Un ejemplo de lo anterior es la manera en que se integran las mujeres al trabajo pastoral, sin mayores complicaciones dogmáticas, pues como afirma la reverenda Rhode González, actual presidenta del Consejo de Iglesias de Cuba: “El bautismo del Espíritu y la repartición de sus dones no es potestativo de uno u otro sexo. El Espíritu derrama sus dones y reparte sus ministerios según le place, no obstante, la utilización social que de ellos se hace en as comunidades ha estado restringida y permeada por los prejuicios residuales”.(5) Así, resulta bastante paradójico que, a contracorriente de algunas iglesias históricas, reacias a ordenar mujeres con base en argumentos bíblico-teológicos, sean las comunidades pentecostales, dominadas también por el machismo y el caudillismo propios de la cultura latinoamericana, quienes reciban el beneficio de la labor pastoral de las mujeres.

A los primeros análisis llevados a cabo desde el protestantismo histórico, como el famoso libro El refugio de las masas, de Christian Lalive D’Epinay (1968), dominados por un sentimiento inconfesado de superioridad (y hasta de repugnancia, al menos en los años 60 (6), les ha seguido el reconocimiento de la forma en que los pentecostalismos vehiculan las esperanzas de enormes conglomerados humanos cuyo desfase social y económico es, literalmente, contestado, mediante una resistencia religiosa y espiritual que poco tiene que ver con las sesudas observaciones de sociólogos y antropólogos. Un caso aparte fue Walter Hollenweger, quien escribió un análisis sumamente minucioso.(7) Actualmente funciona una institución de estudios que lleva su nombre (www.hollenwegercenter.net). Los investigadores actuales (Alberto Antoniazzi, André Corten, Paul Freston, Carlos Garma, Ricardo Gondim, Cecilia Loreto Mariz, Leonildo Silveira Campos, o el propio J.-P. Bastian, entre otros) señalan claramente los matices que requiere el estudio del pentecostalismo, incluido permanentemente en todos los congresos sobre religión.

Uno de los acercamientos más atentos fue el de Waldo Cesar y Richard Shaull, quienes mediante un estudio socio-teológico encontraron sólidas claves de interpretación del papel del pentecostalismo para el futuro de las iglesias cristianas. Una de sus conclusiones es digna de citarse:
Mujeres y hombres que viven en medio de la pobreza, desintegración social y violencia, descubren que su lucha cotidiana está puesta en el contexto de otra Realidad, el Reino del Espíritu —la cual circunda y permea todos los aspectos de su existencia. A través de la experiencia pentecostal, conectada con y dentro de dicha Realeza, conocen a un Dios de gracia y compasión que está a su lado— y así perciben todas las cosas a su alrededor de una forma totalmente diferente. La nueva experiencia transforma sus vidas y frecuentemente las llena de alegría y esperanza. Ahora están fortalecidos para reconstruir sus vidas, en la medida en que luchan y encuentran caminos para superar los poderes destructores que rondan sus vidas.(8)

Esta perspectiva, aun cuando no cierra los ojos ante los innegables excesos de muchos grupos pentecostales, reivindica los valores de una praxis eclesial que ha arraigado, por fin, en la idiosincrasia latinoamericana, y llama la atención hacia un diálogo posible de todas las tradiciones cristianas presentes en el continente que pueden encaminarse hacia una tarea liberadora (en el mejor sentido del término) común, en la que el membrete confesional no sea un obstáculo ante las enormes necesidades de la población latinoamericana. Cesar y Shaull lograron superar la aparente oposición entre pentecostalismo y liberación, pues como es bien sabido, las masas de personas pobres no optaron por aquello que anunciaba la teología de la liberación sino por esta manera de ser cristianos. De ese modo se han constituido en la fuerza religiosa más importante, a diferencia de lo sucedido con las Comunidades Eclesiales de Base.

Por otra parte, la realización del Encuentro y la Cátedra Pentecostal Latinoamericanos ha favorecido la articulación de una red cada vez más amplia de pensadores que, desde dentro de dicha tradición, se interrogan y analizan el ser y quehacer de sus iglesias, al mismo tiempo que reflexionan desde instituciones de educación teológica y algunas páginas web.(9) Algunos nombres ya son bastante conocidos: Juan Sepúlveda, Luis Orellana y Elizabeth Salazar (Chile), Eldin Villafañe (puertorriqueño, desde Estados Unidos), Bernardo Campos (Perú), Yara Monteiro (Brasil), Daniel Chiquete (mexicano, vicedecano de la Universidad Bíblica Latinoamericana (10). También hay que destacar el surgimiento de nuevas generaciones de investigadores universitarios. Acaso la única objeción que se puede hacer a estos esfuerzos sea el carácter monotemático y reiterativo de algunos trabajos bíblico-teológicos, pues se requiere que esta perspectiva se abra también a otros horizontes, aun cuando sus aportaciones resultan estimulantes.

Con todo, persiste aún cierto triunfalismo en el espectro pentecostal latinoamericano. Un ejemplo de ello es el libro Latinoamérica en llamas, de Pablo Deiros y Carlos Mraida, en donde se interpreta la historia pentecostal como una especie de consumación hacia la cual se dirigió siempre la historia de la Iglesia en su totalidad. Estos impulsos coinciden con la expansión de otros fenómenos como la guerra espiritual y la llamada teología de la prosperidad, cuyas manifestaciones están presentes lo mismo en iglesias pentecostales que en grupos neopentecostales y carismáticos. No sobra agregar que el carismatismo se presentó como el pentecostalismo de las clases medias y altas, incluso al interior del catolicismo, cuyas cúpulas se encargaron de patrocinar muchos de estos grupos para que no entrasen en la órbita pentecostal.(11)

No puedo terminar este texto sin recordar la amarga crítica del pastor bautista cubano Raúl Suárez al referirse a ciertas conductas divisionistas de iglesias pentecostales en años pasados, algo que necesariamente debe superarse para transitar hacia otra fase de convivencia y diálogo entre confesiones y tradiciones que permita percibir la acción del Espíritu Santo en el mundo. Recordar el surgimiento del pentecostalismo y reconocer su fuerza expansiva no puede consistir solamente en la afirmación de victorias espirituales parciales cuando aún queda mucho por hacer en cuanto a la eficacia del testimonio cristiano a un mundo en crisis permanente.



(1) Cf. Jean-Pierre Bastian, La mutación religiosa de América Latina. Para una sociología del cambio social en la modernidad periférica. México, FCE, 1997.
(2) C. Álvarez, “La vocación ecuménica y el compromiso misional: perspectiva pentecostal”, en Cuadernos de Teología, Buenos Aires, ISEDET, vol. XX, 2001, p. 137.
(3) B. Campos, De la Reforma Protestante a la pentecostalidad de la Iglesia. Debate sobre el pentecostalismo en América Latina. Quito, CLAI, pp. 90-97. Cf. Hilario Wynarczyk, “Religión y agenda política”, en ALC Noticias, http://alcnoticias.org/articulo.asp?lanCode=2&artCode=1046. El siguiente libro de Campos, Experiencia del Espíritu. Claves para una interpretación del pentecostalismo. (Quito, CLAI, 2002), se ocupa de la identidad, la perspectiva social y la teología pentecostales. Cf. Donald W. Dayton, Raíces teológicas del pentecostalismo. Buenos Aires-Grand Rapids, Nueva Creación-Eerdmans, 1991.
(4) Cf. C. Parker, Otra lógica en América Latina: religión popular y modernización capitalista. Santiago de Chile, FCE, 1993.
(5) R. González, “La participación de la mujer: un enfoque pentecostal bíblico teológico”, en C. Álvarez, coord., Pentecostalismo y liberación. Una experiencia latinoamericana. San José, DEI, 1992, p. 186.
(6) En este sentido, recuérdense algunos énfasis del libro de Pedro Wagner, ¡Cuidado que ahí vienen los pentecostales! Miami, Vida, 1968, cuyo título cambió después por: Avance del pentecostalismo en Latinoamérica (1987).
(7) Cf. W.J. Hollenweger, El pentecostalismo: historia y doctrinas. Buenos Aires, La Aurora, 1976.
(8) W. Cesar y R. Shaull, Pentecostalismo e futuro das igrejas cristãs. Petrópolis-São Leopoldo, Vozes-Sinodal, 1999, pp. 294-295.
(9) Véanse: www.geocities.com/atipalc, sitio de la Red de Teólogos e Investigadores Sociales del Pentecostalismo en América Latina y El Caribe; y www.pentecostalidad.org, Revista Latinoamericana de Teología Pentecostal.
(10) Cf. D. Chiquete, “Pentecostalismo y gracia: acercamiento a la doctrina en perspectiva dialógica”, en Ministerial Formation, Ginebra, Consejo Mundial de Iglesias, núm. 105-106, julio de 2005-enero de 2006, pp. 13-21, www.wcc-coe.org/wcc/what/education/mf105-6.pdf
(11) Cf. R. Arce y M. Quintero, eds., E. Carrillo, comp.., Carismatismo en Cuba. Quito, CLAI, 1997. El trabajo de Israel Batista, “Del carismatismo revolucionario al carismatismo pentecostal”, es sumamente cuidadoso al emitir juicios.

 

 


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