Autoridad de la Biblia (V)Ante el mare mágnum de ideas y conclusiones de teólogos, críticos y moralistas, empeñados en desvirtuar el testimonio bíblico, se impone una decisión Por mi parte prefiero admitir la veracidad sustancial y la autoridad de canónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Tales escritos me merecen más confianza que los de sus impugnadores.
Hay motivos para pensar que los moralistas del siglo XXI, al igual que los defensores de la crítica histórica, generalmente modelan su pensamiento según su propia idiosincrasia; en cuyo caso, apropiándome de la frase de Montgomery, «la teología degenera en autobiografía».
En algún lugar he leído de alguien que se asomó al pozo de la historia y al mirar al fondo vio reflejado su propio rostro. Cuánto mejor mirar al fondo de las Escrituras! En lo que a mi se refiere, prefiero lo declarado por Moisés, Marcos, o Pablo a lo sugerido por muchos profesores de teología o de ética liberales. Permítaseme una nota de carácter personal: cuando alguna vez determinadas lecturas de autores radicales han empezado a marearme, me he puesto a leer el Evangelio de Juan, lo que siempre ha sido para mí fuente de estabilidad reconstituyente, algo así como el descanso a la sombra de un oasis después de haber andado kilómetros por un árido desierto.
La lectura directa de las Escrituras, no la lectura de lo que los críticos han escrito-sobre ellas, ha confirmado mi fe y consolidado mi estructura doctrinal. No quiero decir con esto que en mi estudio de la Biblia no haya tenido que afrontar problemas y dificultades. No todo en ella es meridianamente claro, fácil de interpretar o asumir, pero siempre procuro examinarlo a la luz de la cristología bíblica. Cristo instó a sus contemporáneos a escudriñar las Escrituras, de importancia vital para ellos («os parece que en ellas tenéis la vida eterna»), les dio su razón fundamental.
“Ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn. 5:39). Lo que los autores bíblicos escribieron era un mensaje que tenía a Cristo como centro. Las sombras que en el Antiguo Testamento puedo hallar las más de las veces se desvanecen con la luminosidad de los Evangelios y los restantes escritos del Nuevo. Si alguna dificultad subsiste, pido a Dios la guía de su Espíritu para alcanzar un conocimiento más pleno de la Verdad. Y mientras espero respuestas, que no faltan, descanso en la esperanza de que algún día «conoceré como soy conocido» (1 Co. 13:12).
UNA FE INTELECTUALMENTE HONESTA
Subrayo a renglón seguido una doble apostilla sobre la honestidad intelectual y la fe asentada sobre el fundamento inconmovible de la revelación cristiana.
¿Creyentes bíblicos intelectuales? En opinión de algunos, negarse a aceptar los postulados de los críticos o de teólogos existencialistas es un sacrificium intellectus. ¿Es cierta esa aseveración o debemos rechazarla por gratuita? El creyente evangélico tiene suficientes razones intelectuales para mantener sus convicciones relativas a la fiabilidad y la autoridad de las Escrituras, y con Lutero puede declarar: «Soy un cautivo. No puedo escapar. El texto es demasiado fuerte para mí; las palabras no me permitirán evitar su significado».
Por otra parte, ¿hemos de condenar tajantemente todas las proposiciones críticas? determinados casos, algunas sugerencias del pensamiento teológico contemporáneo abren perspectivas nuevas que pueden enriquecer el contenido de la fe. Este beneficio, cuando se da, es digno de reconocimiento en su justo valor, pues no todo, absolutamente todo, en sus conclusiones finales es recusable.
Pero es triste que más frecuentemente la labor de muchos entusiastas de la crítica se haya realizado con sentimiento de superioridad, tildando a los teólogos más conservadores de ingenuos tradicionalistas retrógrados, empeñados en ignorar los avances científicos de listoriografía y de la teología.
La integridad intelectual de los teólogos «conservadores» es puesta en tela de juicio y la ortodoxia evangélica tradicional es vista como la arena en que el avestruz esconde su cabeza. Eso es falso. Pero aún si en cierta medida fuera cierto, ¿acaso no son la ingenuidad y la sencillez elementos esenciales en el conocimiento de la verdad cristiana? ¿No alabó Jesús al Padre celestial -que había escondido los misterios del Reino de los sabios y entendidos y los había revelado a los niños (Mt. 11:25)?
Integridad intelectual, sí; pero para todos, conservadores y liberales, con actitudes de humildad; de apertura, pero también -y sobre todo- de fidelidad a la Palabra eterna que Dios nos ha dejado en el testimonio de las Escrituras. A sus textos debemos acudir con mente abierta. De ellos debemos nutrir nuestra fe ateniéndonos a los principios de una hermenéutica clara de prejuicios (dentro de lo posible), no ávidos de novedades aireadas por los teólogos más discrepantes de la tradición cristiana; a todas luces sus ideas son incompatibles con las enseñanzas clarísimas que nos dejaron profetas y apóstoles mediante sus escritos bajo el mandato de Dios mismo y la inspiración del Espíritu Santo.
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