“Ya me cuesta reconocer a estos Estados Unidos. Están amenazados principios básicos, relacionados con la paz y la ética, que siempre fueron abrazados por demócratas y republicanos. Estoy también preocupado por un cambio fundamentalista.”
En estos últimos años, me sentí cada vez más preocupado por muchas políticas de gobierno que amenazan hoy
principios básicos abrazados por todas las administraciones norteamericanas anteriores, tanto demócratas como republicanas.
Entre éstos figuran
el compromiso con la paz, la justicia social y económica, las libertades civiles, nuestro medio ambiente y los derechos humanos. Peligran también compromisos históricos que implicaban facilitar a los ciudadanos información veraz, respetar las voces disconformes y brindar autonomía -local y a los estados- y responsabilidad fiscal.
Nuestros líderes políticos declararon su independencia de las limitaciones de las organizaciones internacionales
y desaprobaron viejos acuerdos mundiales —incluidos aquellos sobre armas nucleares, control de armas biológicas y el sistema internacional de justicia—.
En lugar de
nuestra tradición de abrazar a la paz como prioridad nacional salvo que nuestra seguridad se viese amenazada de forma directa, proclamamos una política de "guerra preventiva", un derecho a atacar a otros países de forma unilateral. Y cuando existen diferencias serias con otros países, los consideramos como parias internacionales y nos negamos al diálogo directo para resolver las diferencias.
Independientemente de los costos que ello pueda tener, altos dirigentes estadounidenses
hacen denodados esfuerzos para ejercer un dominio de tipo imperial en todo el mundo.
Todas estas políticas "revolucionarias" fueron orquestadas por aquellos que creen que el tremendo poder de nuestro país no debería ser limitado. Aún con nuestras tropas comprometidas en combates y con el país enfrentado a la amenaza de más ataques terroristas, nuestra frase de "Están con nosotros o contra nosotros" reemplazó la formación de alianzas basadas en una comprensión clara de los intereses mutuos, incluída la amenaza del terrorismo.
Otro dato preocupante es que a diferencia de nuestros tiempos de crisis nacional, la carga del conflicto se concentra hoy de forma exclusiva en
los pocos hombres y mujeres enviados de forma repetida a luchar en la ciénaga de Irak. Al resto de nuestro país no se le pidió que hiciera ningún sacrificio
y se hicieron todos los esfuerzos para ocultar o minimizar la toma de conciencia pública de las bajas .
En lugar de valorar nuestro papel como el de grandes campeones de los derechos humanos,
vemos ahora que las libertades civiles y la privacidad personal fueron burdamente violados según algunas cláusulas extremas del Acta Patriótica.
Más preocupante aún es el hecho de que los Estados Unidos
repudiaron los acuerdos de Ginebra y abrazaron el uso de la tortura en Irak, Afganistán y Guantánamo. Resulta
molesto ver cómo el presidente y el vicepresidente insisten en que la CIA debería tener libertad para perpetrar "un trato o castigo cruel, inhumano o degradante" contra personas que se encuentran bajo la custodia de los Estados Unidos.
En lugar de disminuir la dependencia que tienen los EE.UU. de las armas nucleares y su posterior proliferación, hemos insistido en nuestro derecho a conservar nuestros arsenales, a expandirlos,
y por ende a invalidar o derogar casi todos los acuerdos sobre control de armas nucleares negociados en los últimos 50 años.
Nos hemos convertido en uno de los principales culpables de la proliferación nuclear mundial .
Por otro lado, la protección del medio ambiente quedó relegada a raíz de la subordinación del gobierno a la presión política de parte de la industria petrolera y otros grupos de lobby poderosos. En los últimos cinco años se han registrado empeoramientos continuos de la contaminación a nivel nacional, en tanto que hubo una condena casi universal contra las políticas ambientales de los EE.UU. del resto del mundo.
Nuestro gobierno abandonó también su responsabilidad fiscal a través de
favores sin precedentes en beneficio de los ricos, mientras se descuida a la familia trabajadora norteamericana. Los congresistas se aumentaron su propia dieta en 30.000 dólares anuales mientras congelaban el salario mínimo en 5,50 dólares a la hora (el más bajo de los países industrializados).
Estoy también preocupado por un cambio fundamentalista en muchos lugares de culto y en el propio gobierno a medida que la Iglesia y el Estado se han ido interrelacionando cada vez más. En su condición de única superpotencia del mundo, los Estados Unidos
debieran ser vistos como los campeones inquebrantables de la paz, la libertad y los derechos humanos. Nuestro país debiera ser el eje alrededor del cual pudieran reunirse otras naciones para combatir las amenazas a la seguridad internacional y para enriquecer la calidad de nuestro medio ambiente común.
Es hora de curar las profundas y perturbadoras divisiones políticas existentes dentro de este país, y de que los norteamericanos estén unidos en un compromiso común para revivir y alimentar los históricos valores morales y políticos que abrazamos los últimos 230 años.
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