José María Solé, autor de LOS PÍCAROS BORBONES, un libro brillante en el que describía las bajezas de elementos humanos que fueron y son objeto de reverencia, nos entrega ahora otro tomo de contenido similar: La aproximación a personajes a quienes la suerte de su nacimiento otorgó el cetro y colocó en el trono y que fueron, a lo largo de sus años, esclavos del sexo. Reyes de honda religiosidad, profesantes y defensores a ultranza de la religión católica, envueltos en turbias historias de pasiones.
Así nos enteramos de que
Carlos I de España y V de Alemania fue un hombre “sexualmente muy activo”. Las crónicas mencionan relaciones tempranas con mujeres. Enamorado de la hija de un tapicero tuvo con ella una niña que fue bautizada con el nombre de Margarita.
Su hijo
Felipe II, tan apegado y obediente a las voces de los papas, fue marido de cuatro mujeres y mantuvo relaciones extramatrimoniales con otras.
Nieto de Felipe II fue
Felipe IV. “Libertino sin convicción y voluptuoso sin alegría”, se dijo de él que “era el monarca de vida más disoluta de su tiempo”. A su muerte dejó 32 hijos bastardos. Otras fuentes elevaban la cifra hasta la cuarentena.
Felipe V, primer rey en España de la casa de los borbones, nacido en Francia, tenía por norma el coito diario. Durante su angustiada adolescencia se entregaba a episodios de masturbación. Con su gente llegada de Francia organizaba “lúdicas cenas que acababan convirtiéndose en estimulantes orgías nocturnas”.
Luis I, quien subió el trono de España en 1724, a los 17 años de edad, abandonaba palacio con unas persistentes salidas nocturnas a barrios extremos, donde frecuentaba casas de dudosa reputación, “en las que daba rienda suelta a un temperamento fogoso, heredado de su padre”, Felipe V en sus salidas nocturnas se hacía acompañar de un conocido homosexual francés de apellido Lacotte.
Carlos III, quinto hijo de Felipe V, tenía 22 años cuando contrajo matrimonio con una niña de 14, María Amalia de Sajonia, hija del rey de Polonia. Una crónica de la época dice que la fiesta nocturna celebrada como despedida de soltero “derivó en una orgía bisexual”.
A
Fernando VII, hijo mayor de Carlos IV, “le seguían sirviendo muy bien las mujeres de toda edad que prestaban sus servicios en los abundantes burdeles de la Villa y Corte, sobre todo el que era su preferido, el regentado por una tal “Pepa la malagueña”. Alardeando ante el duque de Aragón de las muchachas vírgenes que éste rey se hacía llevar a palacio, le dijo un día: “Salen de mi alcoba seguras de que ningún hombre podrá darles el goce que han tenido conmigo. Y añadiría: ¿Y sabes lo que más me gusta después del placer de poseerlas?, pues coleccionar los trapos en los que han dejado la prueba de su doncellez”.
Isabel II era hija de Fernando VII y de María Cristina de Nápoles. Se la proclamó reina de España el 24 de octubre de 1833. En 1868 fue obligada a abandonar el trono y se refugió en Francia. Contrajo matrimonio con su primo Francisco de Asís, de inclinaciones homosexuales.
José María Solé dice que Isabel II estuvo “dominada por la misma incontinencia en materia sexual que había caracterizado a tantos de sus antepasados”. Esta reina tuvo amantes desde la temprana edad de quince años, entre ellos varios de sus profesores. Dio a luz una serie de hijos con hombres distintos, hijos “que asegurarían la descendencia y que resultarían sucesivamente reconocidos por un marido que nada había tenido que ver en sus gestaciones”. Su alegre vida “la llevaba a acostarse a las cinco de la mañana y levantarse pasadas las tres de la tarde”.
Amadeo de Saboya fue otro rey calavera. Hijo de Víctor Manuel II, rey de Italia, Amadeo I reinó en España durante un par de años, entre 1871 y 1873. El registro de Solé atribuye a Amadeo de Saboya numerosas amantes: Una hija del genial Mariano José de Larra; una rubia inglesa a quien conoció en una fiesta formal y acabó en la cabaña de un pescador; otra dama “joven y de opulentas carnes”, la “hermosísima hija de un acaudalado italiano de Reus; otra “bella y acreditada cantante de fados”; una camarera de su mujer; una aristócrata rusa. El guarda de un parque de Turín manifestó que cuando Amadeo de Saboya era todavía duque de Aosta y no rey de España, “lo había sorprendido en plena comisión de un acto sexual con un niño”.
Alfonso XII era hijo de Isabel II. Ocupó el trono de España durante 10 años, desde 1875 a 1885. Contrajo matrimonio dos veces: con su prima María de las Mercedes, fallecida al cabo de pocos meses, y con María Cristina de Absburgo. Murió tuberculoso.
Por Madrid corría la leyenda de que, para olvidar la muerte de su primera y joven esposa, “el rey se había lanzado a una desenfrenada carrera de eventuales amoríos con cantantes y vividoras”. Apunta Solé que en las tabernas se oían expresiones tales como “el rey está hecho polvo de tanto….”. De eso.
Alfonso XIII, hijo póstumo del anterior, gustaba coleccionar películas pornográficas. “No le interesaban en absoluto ni la literatura, ni la pintura, la música o el arte –escribe José María Solé-. Solamente los caballos, la caza, los automóviles y la pornografía”. Sigue el autor: “Para nadie era un secreto que las aventuras extraconyugales de Alfonso habían experimentado un decidido incremento sin marcha atrás, paralelo a la evolución de la descomposición de su matrimonio… Al igual que su padre, era él persona escasamente selectiva a la hora de elegir eventuales compañeras de cama”.
Este libro, cuyo contenido puede escandalizar, está bellamente ilustrado con unas 30 fotografías a todo color, recogidas en tres cuadernillos de papel couché. Un libro revelador.
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