No tiene la certeza de a qué es debido, pero ella lo sospecha, y ha leído que la leche de soja le puede ayudar. En todo caso no le hará ningún mal. Si no fuera por ese sabor a pintura mezclada con césped que le encuentra…
También le da la sensación de que la ciudad se ha agrandado, que las distancias son más largas. Sale una parada después en el metro porque el camino hasta el trabajo lo puede hacer cuesta abajo.
Quizá es el colchón, porque siempre está cansada, aun cuando se levante después de dormir las ocho horas que dicen que son las necesarias. Tal vez debería considerar la posibilidad de comprar uno nuevo.
Si al llegar a casa no tuviera que hacer escalas en las tiendas, y cargar la comida para los suyos; si no tuviera que poner la lavadora en cuanto pisa el hogar, ni destender la ropa seca; si no quedaran camas por hacer, y estuviera ya todo barrido…
Sabe que el tiempo no perdona. Y le da vueltas a esa nada que se mide. Por la huella que va dejando en su cuerpo, en su rostro; por la fuerza y la destreza que le ha ido robando; por la lentitud y el empequeñecimiento que le ha proporcionado.
Si los hijos colaboraran un poco, en las tareas del hogar por ejemplo. O estudiaran un poco más. Si el mayor no fuera con esos amigos que callejean a saber por dónde, y el pequeño saliera del ordenador en algún momento. Y el novio que se ha echado la niña no le diera esa impresión… sospechosa.
Si el marido, que sí se ha dado cuenta de que no es la misma de antes, tomara cartas en el asunto para echar una mano en todo esto. Si sus padres no enfermaran, y no quedara exhausta por querer atenderlos de la mejor manera, yendo y viniendo como una loca, aunque una loca enlentecida ahora, de un hospital a otro, o de casa en casa, sin poder llegar a más…
Si cuando ve a sus amigas del instituto no sintiera pena de lo descolgada que tienen la cara, aunque bromea con ellas de lo estupendas que están todas, y lo bien que se sienten, y todo lo que han aprendido en la vida.
Y no comprende a aquellas que, ingenuamente o por necesidad de engañarse, suscriben aquello de que
lo mejor aún está por venir. Menos guasa, por favor, que la vida es seria y dolorosa y, al final, definitivamente acaba con una.
Pero… Afortunadamente hay un pero. Hay momentos buenos, dulces, alegres, divertidos, deliciosos, emocionantes. Incluso en medio del declive y cuando la cosa se complica en todos los frentes. Y si hay rumbo y hay propósito en una vida, en la que sea, en la suya mismo, por insignificante y vulgar que parezca, puede que no sea tan desesperada la situación.
Y ella sabe que sí, que hay sentido y trascendencia. No es resignación: es confianza en quien la ama tanto como para haber dado su vida por ella. No es esperanza en la probabilidad de una vida mejor más allá de esta triste vida: es la esperanza viva de los que conocen al Dios Creador de todo y que nunca miente. Y que ha prometido eso mismo precisamente: vida eterna a su lado, una vida bienaventurada de descanso de los trabajos de ésta y de alegría por la plenitud alcanzada al verse libres de una vez por todas del pecado y su poder y sus secuelas.
A veces desenfoca la mirada, por eso se abate. Pero cuando recuerda a Jesús, en su última noche con los suyos, y resuenan sus palabras en su corazón, le vuelve el ánimo. Que no se angustiaran, les decía, que no tuvieran miedo, pasara lo que pasara. Aunque hubiera engañado a todos los demás, que no era el caso, a ellos, sus amigos, no los hubiera engañado jamás. Y que Él era el Camino, y la Verdad, y la Vida. Y que al Padre se va a través de Él. Y que nos iba a preparar una morada…
Y ella sonríe. Si todo esto es así, y sabe en su corazón y en su mente que lo es, con la certeza del que conoce al Amado, puede decir, sin ningún género de dudas, que, definitiva y concluyentemente, lo mejor aún está por venir.
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