El anónimo autor de
Artes de la Santa Inquisición Española (vol. IV de la colección Obras de los Reformadores Españoles del siglo XVI, Mad, Sevilla, 2008) lo presenta como uno de los ejemplos de trabajo y motivación en la difusión del Evangelio en España. “Con razón nos admiraríamos de que en un cuerpo tan pequeñito y además tan flaco, que parecía estar compuesto sólo de piel y huesos, se encerrase un espíritu tan grande … Ardiendo en deseos de propagar en su patria la luz evangélica, transportó a España dos toneles enormes de Biblias en español … A pesar de que los ministros inquisitoriales estaban vigilando por todas partes, se introdujo dentro de los muros de la ciudad hispalense. El Paraíso del Señor recibió con suma alegría aquella lluvia oportuna e irrigación saludable.”
Luego, por traición y otras circunstancias se descubrió la situación. “Y así, los Inquisidores, dada su sagacidad diabólica, tras haber sido descubierto y cogido y seguido el cabo del hilo, llegaron hasta el nidito entero de aquella Iglesia, cogieron a la madre con sus polluelos y desbarataron cruelísimamente el propio nido según es costumbre de aquel terrible dragón cruel. Fue aquélla la primera captura de piadosos que desbarató a aquella piadosísima Iglesia, incluso a causa de su gran número llenó de terror a los propios cazadores … Perfectamente se podían ver a un mismo tiempo en aquel entonces, sólo en Sevilla, ochocientos cautivos al mismo tiempo por causa de su piedad y unos veinte o más quemados juntos en la misma hoguera. Fue detenido entre los primeros el propio Julián…”
Luego cuenta cómo tras las torturas cantaba la famosa cancioncilla “Vencidos van los frailes, vencidos van. Corridos van los lobos, corridos van”; y termina la historia con su valentía en la hoguera. También Cipriano de Valera menciona la figura y trabajo de Julián Hernández, “Julianillo”, del que dice que introdujo en España dos pipas de vino llenas de libros. Pues bien, J. E. Longhurst considera que eso no es más que una mitificación propia de la propaganda y que el personaje es mucho menos relevante de lo que se le quiso presentar (“Julián Hernández Protestant Martyr”, 1960). Esa línea de acercamiento la han seguido también otros.
Les propongo que nos acerquemos nosotros, cuando se cumplen 450 años de su muerte en la hoguera de Sevilla, para procurar ver al personaje sin ponerle ni quitarle nada.
No contamos con mucha información. Sin embargo, hoy ya no es de recibo rechazar como simple propaganda lo que se dice en el citado libro de Artes, o despreciar a priori los datos que da Cipriano de Valera. Con todo, no es mucha la información que poseemos.
Sabemos que nació en Valverde, cerca de Medina de Rioseco, la localidad castellana cuna de actividades de los “alumbrados”, y que era joven cuando murió. Lo encontramos en contacto con los primeros grupos de exiliados españoles e integrado en la Reforma europea (era diácono de una congregación luterana en Fráncfort).
Juan Pérez de Pineda lo consideró apropiado para la tarea de colaborar en la edición e introducción de literatura protestante en España. (No se debe olvidar que la conversión de España al Evangelio era una meta que nunca se perdió del horizonte de nuestros padres del XVI.) No sabemos cómo, pero sí que
estuvo, al menos, dos veces en España –la segunda, la de su detención y muerte–. La había abandonado en 1551 y regresó por indicación de Juan Pérez de Pineda en 1555, que lo envía “para ver la tierra y conocer qué disposición hay y en qué estado están las cosas de los creyentes afligidos por el amor de Dios”. En este
primer viaje solamente trae cartas y noticias para algunos de los amigos del interior; pasó por Zaragoza y, luego de verse con el rector Monterde, fue a Castilla hasta terminar en Sevilla. En esa ciudad tenía que comprobar la posibilidad de colaboración de algunas personas o familias para la edición y distribución de literatura cristiana evangélica.
La segunda visita, en 1557, también por indicación de Juan Pérez de Pineda, incluía el transporte de dos toneles o pipas grades de vino cargadas de Biblias (Nuevos Testamentos) y libros protestantes. Sabemos con las personas con las que tenía que verse de la iglesia de Sevilla (dejo al lector dispuesto para la lectura de todo un corpus documental sobre la reforma en Sevilla en el XVI, que editaremos, d. v., en la colección Investigación y Memoria en breve), y que primero el cargamento estuvo guardado fuera de los muros de la ciudad y luego introducidos en ella.
En el reparto de esos libros se produjo su descubrimiento y final detención por la Inquisición. Sabemos que en los más de tres años de interrogatorios y torturas soltó alguna información, aunque no de mucho relieve (sin embargo, suficiente para comprometer al rector Monterde; como ha demostrado Michel Boeglin en su estudio del aragonés). Y
sabemos que murió valerosamente en la hoguera. No sabemos más, tampoco menos.
¿Es una figura mitificada por la propaganda protestante? Los hechos muestran a un personaje que tuvo el valor de introducirse en la misma casa de la tiranía para procurar la libertad de sus paisanos, y eso le costó tres años de torturas y finalmente la muerte en la hoguera. Eso no es leyenda, sino la realidad de un creyente comprometido.
¿Ha sido mitificada su figura en el imaginario evangélico? Creo que sí. Y eso no es bueno. Como ya dijo Usoz, no debemos restar algo o sumar de manera incorrecta para con ello beneficiar la causa de la Reforma, pues al final nunca será bueno pretender edificar la casa de Dios con las obras fraudulentas del diablo.
En el imaginario evangélico Julián Hernández ha quedado unido a la figura de un borriquillo con algún fardo a sus lomos; también se lo ha colocado soltando mercancías dentro del monasterio de San Isidoro del Campo (incluso corre por ahí un grabado en el que aparece abriendo cajas de libros ante la mirada de unos monjes). Más aún, tan adentro del citado monasterio lo ha metido la imaginación, que lo han dejado pintado con todo su devenir y trasiego con su borrico en las paredes de la sala capitular, donde lo que realmente existe es una pintura mural, excelente, que muestra algo de la vida de san Jerónimo, con su buen león incluido, ¡de finales del siglo XV! Realmente tenemos documentación sobre sus contacto dentro de los muros de la ciudad de Sevilla, pero no tenemos nada específico que indique su presencia en el citado monasterio; que los libros estuviesen guardados fuera de la ciudad podría suponer que lo fueron dentro del monasterio, pero eso no es seguro, incluso, por tener vigilancia inquisitorial, no sería un buen lugar para llegar con dos pipas de vino por alguien que viene de lejanas tierras.
Lo que sabemos, sabemos; no pongamos datos sin fundamento sobre la figura de quien fue un verdadero héroe de la fe. Si soltó alguna información a los Inquisidores, eso no quita su lugar. Tal como era, así debemos recordarlo. Pues sin quitarle, ni ponerle nada, nos queda un ejemplo a seguir.
En su memoria, recordemos las de todos los que fueron testigos de una vida cristiana ejemplar, que vivieron y murieron en el suelo donde ahora disfrutamos de nuestro tiempo de libertad.
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