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¡Ya no puedo más!

Esto es lo que debió pensar Pere Puig Puntí, de 57 años. Quizá el nombre, así a bote pronto, no les suene a gran cosa. Sin embargo, al aclararles que se trata del llamado “asesino de Olot” (el más reciente, al menos, porque vaya racha llevan los pobres vecinos de esta localidad), que mató a cuatro personas hace apenas unos días disparándoles al corazón, probablemente identifiquen rápidamente de qué les hablo.
EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín Torralba 18 DE DICIEMBRE DE 2010 23:00 h

Sus declaraciones tras la detención incluyen afirmaciones tan sorprendentes como “Era lo que tenía que hacer”. Yo más bien me inclinaría por pensar que “Era lo que sentía que tenía que hacer”.

Este suceso no viene sino a colmar mi vaso en lo que a desproporciones se refiere en los últimos días. Sinceramente, últimamente no doy crédito y quizá sea pura coincidencia, pero las recientes semanas han sido más que intensas en este sentido. Hace sólo unos días uno de los profesores de los institutos para los que hago formación faltaba a una tutoría externa a la que debía acompañarme. Jornadas después, cuando nos encontrábamos en la cafetería del centro, se disculpaba y me decía, ante mi más atónita sorpresa: “Siento no haber podido asistir, es que un hombre se suicidó en el tren”. Luego asocié el relato con una noticia que, efectivamente, había escuchado en la radio días antes: parte del tráfico ferroviario de cercanías en Madrid quedaba paralizado durante unas horas por un atropello a un hombre. En realidad, el anciano pasajero se había suicidado echándose a las vías del tren.

Yo, por mi parte, el sábado pasado acudía a IFEMA con intención de poner una reclamación debido a una serie de circunstancias que no tiene demasiado interés relatar aquí. La cuestión es que no era la única ni mucho menos. Allí habíamos buen número de participantes de una de las ferias que se habían dado en las últimas jornadas y aunque todos estábamos harto descontentos, no todos íbamos igual de desquiciados, por lo que en breve se pudo ver. No cupe en mi asombro cuando, mientras algunos estábamos tranquilamente rellenando los formularios de rigor para hacer efectiva la reclamación, a un buen hombre que estaba en igual disposición que nosotros a la misma recepción, no se le ocurrió otra cosa que dar un sonoro golpe en la mesa en la que todos nos apoyábamos, soltar algún que otro improperio, por supuesto, y reclamar a voces que le trajeran a un encargado “pero ya”. Seguidamente se dirigió a una de las señoras que civilizadamente rellenaba su hoja de reclamaciones para hacerla añicos e “instarnos” a todos a que no rellenáramos los documentos, porque aquello no servía para nada. Como digo, no doy crédito.

Y es que incluso entendiendo cuáles son las motivaciones que pueden mover a cada cual (que la que les escribe también las tiene, además de tener una buena dosis de carácter, créanme), hasta respetándolas, si me apuran, tengo que decir que me siguen pareciendo desproporcionadas. ¿Matar a cuatro personas por un tema económico? ¿Verdaderamente lo vale? ¿Quitarse la vida echándose a un tren? ¿Qué problema vale una vida? ¿Agredir a alguien que no es la fuente de tu frustración, sólo quien tienes más cerca? Igual merece la pena que nos paremos a pensar si no se nos estará yendo (perdónenme la expresión vulgar) un poco “la pinza” a unos y a otros.

¡Cuántas veces nos falla el sentido de la medida y de la proporción a nosotros, los humanos! Dejamos que el vaso se llene, se llene, y cuando ya no puede casi llenarse más, una simple gota lo desborda. Desde fuera pareciera que estamos reaccionando sólo ante esa gota, pero si lo analizamos detenidamente, nos daremos cuenta de que en realidad, respondemos a todo un vaso lleno a base de decepciones, frustraciones y cúmulos emocionales. ¿Quién de nosotros no ha vivido esto alguna vez, aunque sea en una menor medida que la que estamos narrando? Supongo que todos hemos pasado por alguna experiencia similar. Pero algo sucede en nosotros cuando decimos “Ya no puedo más”. Algún fusible se funde y deja paso a uno de los más peligrosos enemigos de nuestra psique: el pensamiento emocional. Sí, ese que toma las decisiones en función de lo que siente y no en función de lo que es comprobable, contrastable, lo que es. Ese que no mide las consecuencias ni los efectos colaterales de una decisión impulsiva.

Por definición, el pensamiento emocional se salta todos los parámetros y protocolos del pensamiento racional y no se detiene en considerar otras alternativas de respuesta, ni en valorar pros y contras. Mucho menos, y como error de origen, se detiene a pensar, ni siquiera por un momento. Para quien actúa a través de sus emociones exclusivamente, pensar es simple y llanamente una pérdida de tiempo. Y entonces, pasa lo que pasa. El asesino de Olot decía en su declaración “Soy tonto y de pueblo, pero de mí no se ríe nadie”. Se maneja el móvil económico para explicar el suceso, pero a la luz de sus manifestaciones ¿no había una buena dosis de carga y pensamiento emocional? No tendremos oportunidad de preguntar al anciano que se arrojó ante el tren o al tan irritado señor de la reclamación, pero por lo que podemos intuir ¿no eran en buena parte sus emociones las que decidían por ellos?

Esto debe, sin duda, hacernos reflexionar a nosotros, que en otra escala también pensamos muchas veces de forma emocional. Sin duda que bajo el influjo de las emociones nuestras decisiones están teñidas de error y lo ideal en esos momentos es no tomarlas, sino más bien posponerlas. ¡Qué bueno nos es en esos momentos tener una buena dosis de calma, de sosiego, de esperanza, que es justo lo que falta cuando uno dice “Ya no puedo más”!

Y pensaba en un Salmo, el 23, tan a menudo usado en momentos de separación ante la muerte, pero que tanto bien nos hace a los vivos, aun cuando lo que nos acecha no es la muerte de forma inmediata quizá, sino remolinos emocionales que nos llevan por delante. Sin duda es un consuelo tener de nuestro lado el que tiene control sobre todas nuestras circunstancias, sobre lo que colma nuestro vaso, sobre todo aquello que incesantemente lo llena. Con este pensamiento cierro mi reflexión, y es mi bálsamo pensando especialmente en los que dicen “Ya no puedo más”.

El Señor es mi pastor; nada me faltará.
En lugares de delicados pastos me hará descansar;
junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma;
me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra de muerte,
no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;
unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida,
y en la casa del Señor moraré por largos días.
 

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