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México, protestantismo y laicidad: herencia, mentalidades, prácticas

Coloquio: Laicidad del Estado y protestantismo en México (Querétaro, 4 de diciembre, 2010)

Antes de 1857, los conservadores pugnan por la intolerancia porque, alegan, así se salvan la unidad familiar y, de igual importancia, la salud mental de los mexicanos, que enloquecerían de disponer de alternativas.(1) (Carlos Monsiváis)
GINEBRA VIVA AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 11 DE DICIEMBRE DE 2010 23:00 h

1.- LAICIDAD E IGLESIAS EVANGÉLICAS EN PROCESO
El propósito de cada elemento del título de esta ponencia es articularlo críticamente en el conjunto: la laicidad del Estado mexicano que se gestó durante la segunda mitad del siglo XIX abrió las puertas para que la pluralidad religiosa se convirtiera progresivamente en una realidad durante el siguiente siglo en el que no solamente las llamadas “iglesias protestantes históricas” encontrasen un lugar en la sociedad mexicana sino también otras alternativas de cristianismo, distintas al catolicismo predominante y a estas mismas iglesias.

Si aceptamos que la lucha por la diversidad religiosa, en un primer momento, atravesó por la necesaria diferenciación entre las opciones de un cristianismo hegemónico y otros contra-hegemónicos (gracias al interés de los gobiernos liberales decimonónicos por encontrar una alternativa al catolicismo y ver en las misiones protestantes una competencia religiosa viable y con las que llevaron a cabo una alianza estratégica) y que, más tarde, la dinámica social se ha encargado de diversificar el espectro religioso mediante la incorporación de otras confesiones, percibiremos que la particularidad determinada por la afirmación de la importancia de la integración de un frente común denominado “protestantismo” fue resultado de un largo proceso de auto-comprensión y diálogo entre los componentes alineados bajo este membrete y que el grado de aceptación de la laicidad por parte de los mismos tampoco ha sido constante ni uniforme.

A sabiendas de que el calificativo de “históricos” tendría su equivalente en la idea de mainstream Protestantism (“protestantismo dominante”, o ligado “orgánicamente” a la herencia de las reformas del siglo XVI), más propio del denominacionalismo anglosajón, y de que las características que éste adquirió en nuestro país son peculiares y muy diferentes a aquél, en el sentido de que la distancia sociológica que las diversas comunidades asumieron en relación con la iglesia católica y con el “mundo” (según la teoría clásica del comportamiento sectario, una palabra que sigue doliendo profundamente en el imaginario protestante) ha sido enormemente compleja, lo que propició que su relación con realidades como la laicidad o el ecumenismo haya sido extremadamente variada y hasta contradictoria. Los énfasis evangélicos (relacionados con la práctica evangelical, de fuerte raíz estadunidense), profundamente anti-católicos, veían en la laicidad del Estado sobre todo un arma en contra de las recurrentes olas de neo-integrismo que azotan a las jerarquías episcopales y a los grupos más radicales e intolerantes. De ahí que los mítines juaristas del 21 de marzo casi nunca fueron vistos como actos políticos como tales, aun cuando funcionaron durante décadas para reforzar el santoral laico impuesto por la victoria liberal del siglo XIX.

Las vertientes pentecostales y carismáticas (con sus demás derivaciones), a su vez, asumieron el “compromiso protestante” con la laicidad de otra manera, acaso reproduciendo el fenómeno de integración social de muchas “iglesias libres”, contrarias a las negociaciones de sus antecesoras pero beneficiarias también de sus luchas y experiencias. El cambio en las dirigencias representativas y la visibilidad de lo que en otras épocas se calificó como “jerarquías amorfas” (J.-P. Bastian) colocó a estos grupos, impensadamente, a la vanguardia de los grupos cristianos no católicos e instaló en muchos de ellos un cierto sentido de superioridad debido a su mayor presencia estadística dentro del abanico señalado genéricamente como “evangélico”. En este punto específico, llama la atención el hecho de que los cuadros dirigentes más visibles (al menos ante los medios periodísticos) que emergieron en la época de los cambios constitucionales sobre el tema religioso pertenecían a estas corrientes y que también fueran parte de éstas algunos (al menos transitoriamente) otros liderazgos que intentaron formar agrupaciones políticas que no necesariamente se consolidaron, entre otras cosas, porque los bloques evangélicos denominacionales no los siguieron en sus aventuras, tal vez por el pasado asociativo (de tendencias más democráticas) y anti-corporativo de la tradición protestante decimonónica y de principios del siglo XX. La laicidad, en ese contexto (en los sexenios salinista y zedillista, sobre todo), se volvió un pretexto para tratar de imponer la fuerza de la presencia numérica sobre las convicciones acumuladas, liberales especialmente, aunque cada vez con menos peso específico.

2. EVOLUCIÓN DEL LAICISMO EN LA CONCIENCIA EVANGÉLICA
Se distingue aquí “laicismo” de “laicidad” denotando con este primer vocablo la presencia de una actitud básica de rechazo a la imposición de criterios religiosos dominados por la iglesia mayoritaria al conjunto de la sociedad. Laicidad, entonces, sería el concepto formal y legal de la supresión de los privilegios de antaño que ejerció el catolicismo en México desde la Colonia. En otras palabras, que el Estado tiene que ser, forzosamente, aconfesional, aunque no anti-religioso. Este matiz resulta especialmente necesario si se recuerda que el Episcopado mexicano, en su reciente Carta Pastoral sobre el bicentenario de la Independencia, insiste en exigir la existencia una laicidad más benevolente (“positiva”) hacia la presencia de un catolicismo siempre renuente a que el Estado ejerza la tutela de los grupos religiosos en su conjunto.(2) Referirse, por ello, a una evolución del laicismo en la conciencia de los conglomerados evangélicos implica aceptar que los diversos niveles de adoctrinamiento, enseñanza, asimilación y práctica de una cultura laica contribuyeron progresivamente a la construcción de una mentalidad anti-clerical que identificó durante mucho tiempo al catolicismo con el poder político.

Nuestro recordado Carlos Monsiváis (él mismo ubicado en el ámbito “histórico” del protestantismo) se refirió en varias ocasiones a la actitud protestante convencional impregnada de fuertes dosis de martirologio y una cada vez más escasa relación con las reivindicaciones históricas de estas comunidades. Con su característica agudeza de cronista minucioso demuestra, por ejemplo, cómo tuvo que abrirse paso la tolerancia hasta volverse ley (desde 1826, con Fernández de Lizardi, hasta 1860), en medio de las coyunturas políticas del México ya independiente, pero reacio en un principio a reconocer la diversidad religiosa.

Las palabras que cita del diputado Filomeno Mata son contundentes ante las resistencias conservadoras a establecer la libertad de cultos en el Congreso Constituyente de 1857: “Si todo el pueblo es católico nada hay que temer; si no lo es, ¿para qué apoyarse en la mentira”.(3) Finalmente, luego del impulso de las Leyes de Reforma, el 4 de diciembre de 1860 se promulgó la ley correspondiente, cuyo primer artículo es paradigmático:
Las leyes protegen el ejercicio del culto católico y de los demás que se establezcan en el país, como la expresión y efecto de la libertad religiosa, que siendo un derecho natural del hombre, no tiene ni puede tener más límites que las exigencias de terceros y las exigencias del orden público. En todo lo demás, la independencia entre el Estado, por un parte, y las creencias y prácticas religiosas, por la otra, es y será perfecta e inviolable.(4)
Monsiváis asocia la flamante promulgación de esta ley con la celebración del primer culto protestante en Matamoros, Tamaulipas, y con la casi inmediata petición de los residentes alemanes en la capital para construir un templo. La conciencia protestante, por lo tanto, no podía ser sino liberal, incluso en contra de sus propias (y recurrentes) inclinaciones hacia el fundamentalismo. El autor de Los mil y un velorios observa el impacto de esta ley en la mentalidad protestante y su relación con otras inclinaciones psicológicas de ésta:
Al protestantismo mexicano lo nacionaliza, si el verbo tiene algún sentido en materia religiosa, el número de víctimas o, desde otra perspectiva, de mártires. La historia de las persecuciones es atroz. Y es impresionante el número de templos quemados o lapidados, así como el número de comunidades hostigadas en grados que influyen con frecuencia el linchamiento, el número de pastores y feligreses asesinados o abandonados muy mal heridos. Esto ante la indiferencia de la sociedad y del Estado, y la escasa o nula capacidad de respuesta de los agredidos, que las más de las veces sólo tienen a mano la concentración del 21 de marzo en el Hemiciclo a Juárez.(5)
A base de persecuciones y un rechazo generalizado que se ha ido modificando con el tiempo, el protestantismo se estableció con un perfil liberal indiscutible que hoy en día ya no es tan reconocible. En sus últimos ensayos reconstructivos del pasado liberal del siglo XIX y la forma en que éste penetró las estructuras sociales, políticas y culturales del siglo siguiente, de manera recurrente destacó lo que denominó las “herencias ocultas” de dicha corriente de pensamiento y señaló la imposibilidad de seguir calificando como “enemigos” a quienes apenas llegan a “malquerientes” del Estado laico.(6)

Deyssy Jael de la Luz García ha mostrado cómo hasta antes de la organización del Comité Nacional Evangélico de Defensa las reacciones protestante ante los embates católicos contra la laicidad (estrictamente) eran extremadamente débiles y aisladas.(7) Las concentraciones citadas por Monsiváis fueron evolucionando hacia un priísmo a ultranza, sobre todo en ciertas regiones del sureste, que aún no se curan de ese “contagio”. Lo que se percibe hoy, con oscilaciones entre la legitimación de un régimen que amenaza con regresar y el radicalismo político que no vacila en realizar alianzas con sectores del panismo, enemigo histórico del protestantismo, es una práctica social que no encuentra cómo armonizar su pasado liberal con las nuevas exigencias del momento. Con todo, la laicidad es un proceso irreversible que es necesario interpretar y aplicar ante las coyunturas de un siglo que avanza velozmente hacia el reconocimiento de la diversidad en todos los ámbitos.



1) C. Monsiváis, “Notas sobre el destino (a fin de cuentas venturoso) del laicismo en México”, en Fractal, núm. 26, julio-septiembre de 2002, http://mxfractal.org/F26monsivais.html. Recogido en Benjamín Mayer Foulkes, coord., Ateologías, México, Fractal-Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2006.
2) Cf. Conmemorar nuestra historia desde la fe para comprometernos hoy con nuestra patria. México, CEM, 2010, pp. 19-20.
3) C. Monsiváis, “Tolerancia y persecución religiosa”, en C. Monsiváis y C. Martínez García, protestantismo, diversidad y tolerancia. México, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2002, p. 21. Originalmente apareció en Sobre la libertad de cultos. México, CUPSA, 1991.
4) Cit. por C. Monsiváis, “Tolerancia y persecución religiosa”, p. 22.
5) Ibid., p. 23.
6) Cf. C. Monsiváis, Las herencias ocultas de la reforma liberal del siglo XIX. [2000] México, Debate, 2006; El Estado laico y sus malquerientes. México, UNAM-Debate, 2009; y L. Cervantes-Ortiz, “Carlos Monsiváis, promotor de la laicidad”, en Protestante Digital, núms. 339-341, 3, 10 y 17 de julio de 2010.
7) Cf. D.J. de la Luz García, “Entre el escenario público y privado: la participación cívico-política de los evangélicos mexicanos, 1944-1951.”, en Libertades Laicas. Red Iberoamericana por las Libertades Laicas, http://centauro.cmq.edu.mx/dav/libela/altredoc/D17/D17,t3,1deyssy.pdf
 

 


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