Hay que tener muy en cuenta sus advertencias para evitar al máximo la subjetividad al hacer la historia de la ciencia, pero lo cierto es que la historia estará siempre inevitablemente cargada de subjetividad; por eso lo más útil es aproximarse a ella buscando lo sustantivo, lo significativo.
En efecto, los
ejemplos de César Vidal y los
“contraejemplos” de Pablo de Felipe no deben ser entendidos como una pelea por ver quién pone más casos encima de la mesa, sino deben ser escogidos buscando lo significativo de ellos, y por tanto, para el objetivo del estudio de Pablo y de César podría ser útil preguntarse sobre cada uno de sus ejemplos:
¿era su labor investigadora un producto natural de su fe y su cosmovisión, o no había una necesaria relación entre ellas?
Y Pablo de Felipe concordará conmigo en que
esta relación ha sido mucho más evidente en los científicos protestantes(1);
dicho de otra forma, el protestantismo ha sido un mejor motor de avance científico.
Pero lo importante son las puertas que unos y otros han abierto al conocimiento científico y las corrientes y tendencias que han generado. En este sentido
el protestantismo en su aproximación a la ciencia ha marcado una notoria diferencia con respecto a la cosmovisión católica: la ciencia se liberó de ataduras con la Reforma (y aquí se podrían citar excepciones, pero éstas no son lo relevante, sino los notorios cambios globales de mentalidad, hacia dónde se dirigió la corriente general en uno y otro entorno).
La Reforma protestante cambió profundamente mentalidades con su claro énfasis en que toda la creación está bajo la soberanía de Dios y, por tanto, merece ser estudiada, con su liquidación de la barrera entre lo sagrado y lo “profano”, con su mentalidad de libre acceso a la Biblia y, por ende, a todo conocimiento, y todo esto fue motor de avance científico como ya señala Pablo de Felipe.
Así, por citar lo que mejor conozco, la mayor parte de la investigación biomédica de los últimos cuatro siglos se produjo en las sociedades de cultura protestante, y esto no es casualidad.
Pero no considero sabio contender por ejemplos, sino tomar más perspectiva y evaluar cosmovisiones, sistemas de pensamiento; en este sentido
es útil la crítica de Pablo de que no todo ha sido blanco en un lado y negro en el otro, pero tampoco es sabio ignorar que la apertura de mente, fundamental en la ciencia, ha tenido su sustrato natural en el sistema de pensamiento protestante, y, por el contrario, el dogmatismo oscurantista, limitador del avance científico, ha encontrado su natural sustento teológico en la cosmovisión católica tridentina. Negarlo sería poco científico, más exactamente sería ir contra la evidencia histórica.. Pero bueno, hay que reconocer que el autocriticismo exagerado es una cualidad innata de los protestantes, y en este sentido mi hermano Pablo es como yo muy protestante.
Concuerdo plenamente con la crítica de Pablo a la mentalidad oscurantista de algunos evangélicos de hoy, que en este sentido –¡vaya paradoja!– han heredado una cosmovisión católica tridentina, no por lo que creen, sino por su actitud ante la ciencia. Aplaudo con entusiasmo la invitación de Pablo a que recuperemos la actitud protestante hacia la ciencia y, si se me permite, comparto su rechazo a las propuestas de que el mundo fue creado hace 6.000 años, forzadas para hacerlas encajar con una determinada interpretación del Génesis, pero opino que es demasiado simplista descalificar el “diseño inteligente” como “falsedad disfrazada de un barniz pseudocientífico” porque cualquier propuesta científica de modelo de interpretación debería generar en nosotros más preguntas que descalificaciones, porque el tiempo y el avance del conocimiento nos acaban sacudiendo con inesperadas sorpresas y lo que hoy se postula como definitivo mañana se aparca y viceversa; muchas veces la ciencia avanza espoleada por buenas preguntas más que por conspicuas respuestas.
Si hicimos bien en abrir la mente a las preguntas de la teoría de la evolución, haremos igualmente bien en abrirla a las del diseño inteligente.
De este debate aprendemos que
la ciencia no es neutra ni aséptica: avanza o se estanca dependiendo de la mentalidad y la cosmovisión de la sociedad que la produce; esto explica por qué grandes períodos de la historia han sido yermos para la ciencia y en otros se han abierto enormes vías para el conocimiento científico, y no se ha debido tanto a la aparición de algún brillante investigador o a algún providencial descubrimiento o a mejores recursos económicos, sino a la conformación de una mentalidad colectiva favorecedora o no del progreso científico.
En este sentido,
me pregunto si hoy se abre ante nosotros una nueva Edad Media o un siglo de luz para el avance de la ciencia; por eso el debate de Pablo y César es importante para nosotros hoy y aquí.
En mi limitada perspectiva del entorno médico, la investigación biomédica actual se ha desarrollado mucho y dispone de grandes recursos tecnológicos, pero se ha dispersado y carece del carácter teleológico, de la direccionalidad y el significado que tenía cuando todos compartían una mentalidad que valoraba causas, efectos y finalidad; creo que la explicación reside en la relación entre el avance científico y la mentalidad de la sociedad actual, sus valores, su cosmovisión.
Por eso les planteo a César y a Pablo esta pregunta: Nuestra cultura actual, post-cristiana, post-modernista y profundamente relativista ¿será capaz de mantener una cosmovisión, un sistema de pensamiento coherente y estable? Y esta cosmovisión ¿qué tipo de avance científico va a producir?
MÁS INFORMACIÓN
- Pablo de Felipe:
Buscando la `huella protestante´ en la ciencia.
- César Vidal:
Protestantismo y revolución científica.
1) Newton, por ejemplo, decía que sus estudios teológicos eran tan importantes como los científicos
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