Pero, también es verdad que la defensa de la vida naciente cuenta además con suficiente apoyo entre los grandes del pensamiento y la teología.
RELATIVISMO MORAL
En ocasiones los planteamientos que se hacen acerca del problema que nos ocupa son tan relativos y faltos de base ética que casi se descalifican por sí mismos.
Cuando se dice que el aborto es moralmente lícito en aquellas sociedades que lo ven bien e ilícito en aquellas otras que lo condenan y que todo depende, en última instancia, de la cultura particular en la que se viva, lo que se está afirmando es que el aborto es bueno para aquellos que creen que lo es y malo para los que creen que es malo.
Es decir, que la ética dependería de la opinión de cada cual, que no habría una sola ética sino múltiples e individuales. Si esto es así ¿por qué se reacciona negativamente cuando alguien hace algo que creemos que está mal? ¿y si él o su cultura piensan que está bien? ¿por qué no aceptar el argumento de que “si para él está bien, debe estar bien”? Según tal razonamiento habría que aprobar, por ejemplo, desde la práctica cultural de la ablación del clítoris realizada en Europa, cosa que como es sabido la justicia francesa condena severamente, hasta los múltiples genocidios de la historia que siempre tuvieron detrás un dictador que los consideró buenos o, al menos, necesarios.
A nuestro modo de entender, estas posturas relativistas y subjetivistas sobre la moralidad del aborto, o de tantos otros asuntos que tienen que ver con la bioética, casi siempre carecen de la suficiente solidez.
ARGUMENTOS UTILITARISTAS
El utilitarismo es la tendencia a considerar la utilidad como el mayor de los valores. La ética utilitarista sostiene que la bondad o maldad moral de las acciones humanas depende de los resultados de las mismas. Si un acto tiene buenas consecuencias será bueno, si las tiene malas, malo.
Pero, por lo general, la mayor parte de las actuaciones del ser humano no suelen tener resultados tan evidentes, sino que éstos pueden ser en parte buenos y en parte malos. De lo que se trataría, por tanto, sería de realizar las correspondientes operaciones de suma y resta de resultados positivos y negativos respectivamente. De manera que, según la teoría utilitarista, habría que preferir siempre aquella acción que reportara el bien neto mayor. Pronto surgen aquí dos cuestiones: ¿qué se considera como “bien mayor”? y ¿para quién es este bien, para el que actúa o también para los demás? El utilitarismo responde a la primera pregunta afirmando que “el bien es el placer y la ausencia del dolor”, mientras que de la segunda dice que “hay que buscar siempre el mayor bien para el mayor número de personas”.
El utilitarismo es una teoría ética secular que surgió a partir del humanismo moderno como reacción frente a la ética religiosa tradicional. Durante el siglo XIX se intentó reformar la sociedad y modificar las costumbres implantadas por las religiones oficiales que aliándose con el poder civil y las clases dominantes contribuían a perpetuar las desigualdades sociales. La política practicada por Gran Bretaña y Estados Unidos asumió pronto la ética utilitarista, mientras que en algunos países del resto de Europa fue el marxismo quien la asimiló. Tanto el utilitarismo como el marxismo ponen su mira exclusivamente en este mundo. “Pero el marxismo coloca el bien en una sociedad ideal -una especie de reino de Dios pero sin Dios- mientras que el utilitarismo lo sitúa en la experiencia de los individuos -una especie de felicidad celestial pero sin cielo-” (Grisez, 1972: 441).
Muchos de los argumentos que se emplean para defender el aborto se apoyan sobre una ética utilitarista. Esto se puede comprobar incluso en los escritos de ciertos teólogos protestantes y profesores de ética, como los del pastor de la Iglesia Episcopal en Cambridge (Massachusetts), Joseph Fletcher, quien en los años 70 llegó a afirmar que ningún acto es intrínsecamente malo, ya que la cualidad moral sólo provendría de las consecuencias.
El utilitarismo le llevó a decir que de las cuatro posibles opciones en relación al aborto, a saber:
a) la condena de todo tipo de aborto, a excepción del que se hace para salvar la vida de la madre;
b) cuando el feto está deformado o es el producto de violación o incesto;
c) por cualquier causa, siempre que se realice antes de que el feto sea ya viable y
d) permitirlo siempre y por cualquier motivo, él consideraba la última como la más aceptable. Es decir, Fletcher aprueba y defiende siempre el aborto. Su consigna fundamental es que “no debería nacer ningún hijo no buscado”. O lo que es igual, que la sociedad, los padres e incluso los propios niños no deseados estarían mucho mejor si éstos últimos fueran abortados. Mejor muertos que vivos. Este es, desde luego, un argumento abortista radical pero muy frecuente. ¿No sería mejor para esos niños no nacer nunca que nacer sin ser queridos y convertirse así en víctimas de malos tratos, abusos y explotaciones de todo tipo? La cuestión no es fácil.
No obstante, en muchos embarazos que al principio no son deseados, a medida que transcurren los meses y se acerca el momento del parto, ocurre que la mujer se va ilusionando poco a poco con su bebé y al final lo espera con cariño. Generalmente los deseos de abortar sobrevienen en las primeras semanas de la gestación, pero cuando el embrión da señales de vida se hace cada vez más difícil desprenderse de él. La madre que nota en el vientre cómo se empieza a mover su hijo, experimenta unos sentimientos que en numerosas ocasiones le hacen cambiar de opinión. Esto indica, al menos, que la clasificación de bebés “no deseados” no suele ser tan simple como propone Fletcher.
En cuanto al asunto de los malos tratos por parte de los padres, a veces se citan estadísticas de tales casos con el fin de justificar el aborto de las criaturas no queridas. Pero ¿acaso disminuiría el número de estos malos tratos si el aborto fuese libre y gratuito? Si todos los bebés que no se desean fueran eliminados sistemáticamente ¿se trataría al resto con más cuidado y afecto? Pues, la verdad es que no hay ningún estudio en este sentido, pero lo que sí se puede comprobar es que a medida que las sociedades se tornan más permisivas con el aborto, aumentan de forma paralela los malos tratos causados a menores ¿por qué será? ¿existe alguna relación entre aborto y malos tratos? ¿no es posible que aquellos padres hostiles, frustrados profesionalmente y con múltiples problemas de todo tipo, lleguen a pensar que si no es malo matar a los fetos antes del parto, tampoco tiene por qué serlo pegarles o abusar de ellos después de nacer? ¿no tendrá la sociedad abortista buena parte de culpa en el problema de los malos tratos a menores? Cuando se pierde el respeto a la vida, casi siempre los que resultan más perjudicados son los más débiles e indefensos.
Si hay que aceptar, según propone el utilitarismo, que la vida humana es buena o mala en función de su utilidad a la sociedad, entonces el hombre no es mucho más que una máquina. La calidad de las personas se evaluará por el rendimiento de sus vidas o por el número de fallos físicos que se den en su organismo. Para ser persona habría que dar positivo en ese control de calidad.
Según tal mentalidad es fácil comprender por qué Fletcher argumenta que los niños mongólicos no pueden ser considerados como personas. Sin embargo, el ejemplo y la personalidad de tantos niños nacidos con síndrome de Down demuestra que el valor de una vida humana no puede medirse con un rasero tan pobre. Ser persona es algo más que alcanzar unos determinados niveles de inteligencia.
Si quieres comentar o