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Me sigue faltando Cristo

Ahora que sale a la venta el nuevo libro de Benedicto XVI, “Luz de Mundo”, tenía cierta esperanza de que el mensaje que contiene fuera algo diferente a lo que estamos acostumbrados. Con un título tal esperaba, al menos, referencias directas e inequívocas a Cristo ya que, como muchos muy bien saben, Jesús habló de sí mismo en estos términos.
EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín Torralba 27 DE NOVIEMBRE DE 2010 23:00 h

La sentencia más directa en este sentido fue “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que verá la luz de la vida” (Juan 8:12). Pero no fue la única, sino una entre varias, por ejemplo “Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo” (Juan 9:5).

A partir de que el Maestro marchara, se llamaba a Sus discípulos, a nosotros, a Su iglesia, que fuéramos luz en el mundo también reflejo de una luz mayor, de la luz por excelencia, la que vino a este mundo y que el mundo no reconoció, como relata Juan en su primer capítulo. Es la luz de Cristo mismo la que somos llamados a manifestar. “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder” (Mateo 5:14). Por eso, digo, Cristo no puede faltar de ninguna manera cuando se habla de la luz que alumbra al mundo. No hay otra posible por lo que, si falta Cristo, estamos a oscuras.

Pero de nuevo, la decepción es mayúscula. Tampoco sé de qué me extraño. Mi mente debe funcionar en cierto sentido como la de un afectado de Alzheimer, que conoce una realidad, pero rápidamente la olvida para encontrarse en breve con el mismo cuadro y una nueva y buena dosis de sorpresa en vez de, recordando, aprender de los errores y expectativas equivocadas anteriores. ¡Menuda sorpresa, que bajo un título tan precioso, que tiene la posibilidad de hablar por sí mismo con contundencia acerca de lo que significa Cristo y Su luz, se volvieran a tocar los temas de siempre! Véase, el uso del preservativo (para el cual se está contemplando, curiosamente y como excepción, el uso por parte de las prostitutas), la cuestión del sacerdocio femenino o la postura del Papa ante la pederastia en las filas de su iglesia, entre otros. Pero probablemente, me temo que de Cristo, ni rastro.

No digo que no esté bien que se manifiesten sobre lo que quieran, ya sea como iglesia católica, como Papa o como creyentes de a pie, pero que por favor, no se confunda a la gente, porque esto no es la Luz del mundo. A esto no vino Cristo. Claro que buena parte de Su luz alumbra al hombre en su pecado y ello produce conciencia de problema en el ser humano para acercarse a Él en busca de una salvación real a su ruptura respecto a Dios. Pero la “Luz que alumbra a todo hombre” no es ésta. Va mucho más allá de una moral impuesta que no se entiende y que no siempre se sabe sustentar con base creíble, más allá de la que propone cualquier iglesia como institución. Y lo siento en el alma, pero una vez más he de manifestarme con contundencia y espero no sorprenderme nunca más ante estas cosas: el mensaje de cualquiera que identifica a Cristo con lo que no es Cristo, responde a los intereses y cuestiones de la entidad que representa, pero lo siento, me sigue faltando lo fundamental: Cristo en estado puro, sin aditivos ni sucedáneos de ninguna clase.

La cuestión de las obras en el evangelio que Cristo vino a predicar, al vivir y morir entre nosotros, tiene dos papeles principalmente: una, poner al hombre frente a la realidad de que no puede acercarse a Dios por sus propios medios, que le es imposible cumplir la ley que ese Dios y nadie más establece y que ha de reconciliarse con el Padre por vías que no son exclusivamente las del cumplimiento de normas morales, ya que eso no es viable para nosotros en nuestra fuerzas; dos, son consecuencia de un corazón arrepentido que ha comprendido su situación de pecador, se ha acercado a Cristo en busca de auxilio y le sigue y obedece como respuesta a una deuda de gratitud, pero entendiendo que nada hay en nosotros que nos acerque mínimamente a Dios ni a Su favor, sino que TODO lo hizo Cristo en Su sacrificio por nosotros.

Lo demás son legalismos y religión, justificaciones propias o intentos de convencer a una población de su error en cuanto a su manera de vivir, pero sin que medie Cristo como la única forma de modificar el rumbo y el destino del hombre, no sólo en términos eternos, sino también humanos, mientras estemos aquí. Me sigue faltando Cristo y me sobran referencias repetidas al ejercicio de las obras como si eso nos llevara al corazón de la cuestión. No está en nosotros hacer buenas obras y las pocas o muchas que hacemos, no son suficientes para alcanzar lo que Dios demanda.

No se me malentienda cuando hago esta crítica y se piense equivocadamente que una servidora está en contra de distinguir entre lo bueno y malo, lo bien hecho y mal hecho. Nada más lejos de mi realidad. Pero sí creo que hemos de darle a las obras su justo lugar y entender que no podemos pedir a las personas que sigan una vida moral y recta cuando no entienden ni la esencia del evangelio. Mucho me temo que en el citado libro encontraremos lo que hasta ahora: insistencia en cuestiones de moralidad según quien lo escribe y lo suscribe, al margen de Quien estableció esa forma de vivir. Será un tipo de “luz” que no se aproximará ni mínimamente a la verdadera “Luz que alumbra a todo hombre”, tal como dice el evangelio de Juan, que “vino a lo suyo y los suyos no le recibieron”, justo como ocurre ahora, ni más ni menos. No hay forma posible ni aceptable de acercarse a Dios sin Cristo. No hay Luz del mundo sin Cristo. Él se ha acercado a nosotros para mostrarnos la senda a seguir. Nadie como Él conoce lo que somos, íntimamente, nuestra psicología al completo, nuestras luces y sombras, nuestras posibilidades y limitaciones, nuestros muchos fracasos y tentaciones. Se hizo uno de nosotros, se encarnó, como recordaremos próximamente en fechas navideñas, pero principalmente se sacrificó y pagó con sangre por nosotros, humillándose por nosotros y ofreciéndose para morir en muerte de cruz.

El camino, la verdad y la vida, con mayúsculas y sin medias tintas, siguen siendo Cristo y, por tanto, un mensaje cristiano sin Cristo es sólo un pseudo-cristianismo que, simplemente, yo me niego a seguir porque no se sustenta en nada más que en intentos humanos que son entendidos por Dios como una ofensa, como una nueva Torre de Babel que se alza en altura para igualarse a lo inigualable: Su gloria misma, la gloria de Cristo y su sacrificio, en quien manifestó absoluta complacencia.

Quiero oír hablar de Cristo, quiero ver y leer de Cristo. No hay cristianismo sin Cristo, aunque a muchos pueda parecerles una obviedad. Nos toca hacer a todos ejercicio de autocrítica y si en el análisis de nuestro discipulado y nuestra búsqueda de Dios Cristo no aparece por ningún lado, tengamos por seguro que no hay salvación posible ni luz del mundo posible, que estaremos dedicando nuestras fuerzas a intentar agradar a un Dios que no se agrada de nuestros intentos bienintencionados por lograr lo que Él pide, sino que sólo entiende como aceptable una rendición completa a Su Hijo JESÚS y Su obra.

Todo lo demás me sobra, pero que no me falte Cristo. Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. (Juan 12:46)
 

 


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