Lejos ven los ojos iluminados y aquel festejante que se alumbra con relámpagos. Por las tierras más altas (entre brasas y espadas fosforescentes) están sembrados los símbolos y el rostro auténtico del milagro. Cojos y ciegos buscan el lugar donde no hay rechazadores. Allí sólo arriban quienes ven viejos cielos y revelaciones. ¡Cómo reverbera esta intuición!
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Hondo brota el canto nuevo y noble resulta la plena voluntad de acampar en la margen opuesta del terrible resentimiento.
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Se pierde o se gana con el silencio. Con el amor, si cuaja, sólo se obtiene provecho.
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Hablando de la vendimia, debería bastarnos el tacto de las redondas uvas, el oleaje de sudores en la faena, la elemental cosecha. Pero queremos más y -cuando el caldo- tratamos de oler el aroma que contiene a todos los demás.
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Está dentro de mí, transita por mis voluntades, el Cristo del amor que desmiente (en todas las lenguas) el silbido de serpientes propensas al mal. Pasó por la sala de mi reposo un Cristo que sangra, caído a este mundo como vaho de vida, como vendaval de amor para taponar las muertes. Ahora está dentro de mí, coronando la unidad de un tiempo sin apóstoles.
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Otra dimensión adquiere la palabra hecha pan, si es amasada en el hondón del alma. Olfateando su rastro -masticando palabras- vamos los hombres.
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Padre de mi sangre, tú estabas desde el principio, repartiéndome amor como un titán luchando porque nada me falte. Porque estoy aquí yo te nombro, padre de las verdes madrugadas: por ti me vive la vida y en mí vivo te aclimatas. Así viajo por tus sentidos, admirable hombre inmenso. Y aunque ahora tengo canas, tú ya estabas en mi principio.
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Así como la música del espacio no es un lujo innecesario para los ángeles que no saben sus propios nombres, así también la luz que respiro cuando deletreo tu nombre en medio de la limpia batalla con las manos en alto.
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De niño comprendí -viendo velar a un rico- que nadie se lleva propiedad alguna. No os rompáis el corazón por nuevos diamantes; hacedlo por cumplir con la cuota de justicia que nos debemos los humanos.
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No es luz de luna. Es ropa brillante que usan los adinerados la que destella al inclinarse para echar unos céntimos a los pordioseros (a los que piden por Dios).
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Existen un sinnúmero de arañas destejiendo nuestra fe tan frágil.
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No seas como el roedor que despelleja a sus congéneres con el colmillo robado a un coyote.
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La realidad no termina nunca si me intimo a tu destino y quedo traspasado por tu religiosa temperatura... Oh realidad que desciendes por esta senda que no olvida las promesas ni la triple flor que nace del corazón de Cristo. No se inventan las horas de guardia con fuerte pulsación, ¡oh Realidad!
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Aprendí de memoria –leyendo pasajes del Libro de los Libros- que debemos acoger al prójimo que llega. ¡Pero son muchos los mandatos que incumplimos los creyentes!
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Sobran los consejos para generales que, repasando el mapa, dan por vencido al enemigo. Así les fue; así les va. Una batalla puede perderse por enésima vez, pero el final de una guerra no siempre es de feliz victoria. Hay victorias que terminan volviendo locos a quienes desfilaron por el arco del triunfo.
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