Tu hogar es planeta suficiente si deseas ayudar a un extranjero que parece una liebre asustada, errabundo bajo cielos tormentosos, humildemente pidiendo ser parte de tu servidumbre. No escondas con temor las cosas que te pertenecen: él puede dar un soplo de vida a tus parajes de tanta escarcha.
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No llamo a dioses cuarteados que pasan gruñendo el santo día. Llamo al Jesús con su revolución de amor brujuleando mi tránsito en corto. Llamo al viviente profeta cuya revelación da otro rumbo a la existencia.
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Alabado seas cuando en vida ofrezcas flores a quien amas y festejes los logros de los que te rodean sin esperar un funeral para ser bueno hasta apagar tu lengua de fuego. En vida las flores, los abrazos… Así la muerte aún se quedará en la retaguardia.
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Viajamos hasta la raíz en el cohete del pensamiento, impulsados por la quintaesencia del sentir. Así cubrimos largas travesías sin atrapar ninguna insolación. Así desempolvamos entusiasmos y redobles del desasosiego. Así cumplimos el encargo que Dios pidió para que renombremos el mundo con la Palabra. Errantes, decididos vamos los poetas, por cualquier comarca.
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Dime, esposa mía, ¿cómo derivas tu cuerpo hasta el engarce de la ofrenda?, ¿cómo engulles savias de oración por las alturas del entusiasmo?, ¿cómo te doblas con urgencia? Tatuado con las ansias de amar, tu asomada entrega me incentiva.
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Pude refugiarme en el misterio y ver cosas inolvidables hundiendo mi espíritu en la Palabra
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Has borrado tus huellas para no quedarte sin aliento, estrujado boca abajo como una estatua indecisa, con las manos cortadas y hambrienta en su antigua orfandad.
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Esperabais tiempos de honra, de bondad soberana. Pero abristeis los ojos y descubristeis las vergüenzas de los que estaban delante. ¡Ay de vosotros, pues os expulsan para seguir perfeccionando sus mañas!
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Perdona, apártate de la hoguera del rencor, porque luego tendrás que alimentarla. Y no olvides que con el odio se edifica el infierno que salta de una memoria a otra apuntando con el índice los infundios inventados por el malvado sanedrín.
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Heredé el amor de mi madre y lo guardé -bajo llave- en medio del pecho. Sus consuelos echaron raíz en la temperatura de mi corazón. Tiene un largo presente, mi madre.
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El olvido sólo tiene un ojo con el que puede ver escombros o pirámides intactas. Por eso se equivoca con frecuencia: pone velos sobre obras memorables y asigna protagonismo a endebles aportes.
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Me hacen sonreír los listos que esperan la parición de las bombillas. Tropiezan sin luz, tienen miedo. Pero yo, de tanto estar desfatigado, estoy lleno de sueños, empezando a pertenecer, a decir: “Paciencia, hermano”. Sostengan mi antorcha, mientras siembro las semillas.
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De sol a sol hay que vivir prodigando amor, abrazando la voz de su consuelo para las llagas que en tu inocencia buscarán plantar los días de fuego. Hay que cantar entre los álamos aquello que emociona al ser humano. En tu voz avanzan las respuestas al bronco trotar de la existencia. Hay que sentarse junto al milagro que ante ti a diario se presenta. A veces no observas sus detalles por estar deslizándote entre los afanes. Hay que guardar los restos del plato que dejan los halcones peregrinos. No siempre persiste la bonanza ni vence el mandato del soberbio.
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Nadie me apagará tus estrellas. Nadie me contaminará sus oscuridades. Llevo tu radiación inventariándome la vida. Voy contigo, por el cielo de tu boca.
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Caerás en lo previsto y se helarán tus lamentos en las paredes de la desesperación. Serán días oscuros los que te vendrán. Enrolla tus llantos e ízalos al mástil que demarca los trances amargos. Arriba van enflaqueciendo las derrotas, si se reconocen.
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Del sol de tu mirada aún siento el calor que erradica lo gélido. ¡Enfiébrame colapsando este presente! ¡Trasmíteme el tuétano de todo lo que será!
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