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La moral de cada uno ¿se la impone cada uno?

Con esta frase sentenciaba el Presidente del Gobierno Español hace unos días en un mitin que, parece ser, no tuvo desperdicio. Yo que me considero bastante apolítica o, mejor dicho, que me meto lo justo en política, más bien tirando a poco, no puedo por menos que mojarme esta vez por las implicaciones de la frase ante las cuales, lo siento, no me puedo callar.
EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín Torralba 20 DE NOVIEMBRE DE 2010 23:00 h

Ojo y no sirva esto, insisto, para alinearme en ningún sentido con ninguna formación política, ya que probablemente todos lo hacen igual de mal o igual de bien. Pero sí he de ajustarme a lo que me dice mi moral, que desde luego, no es la de Rodríguez Zapatero.

Contextualicemos. La mencionada frase viene a cuento de la reciente visita del papa a nuestro país. Es lo que tienen estas cosas, que no damos abasto, ni antes, ni durante ni después, porque por muy laico y aconfesional que se sea, parece que las comparecencias y las visitas papales despiertan en cada cual sus propios fantasmas y tenemos colores para todos los gustos: desde los que le juran amor eterno y devoción absoluta hasta los que anticipan su visita con un “Nosotros NO te esperamos” (cuando uno no espera a nadie, por cierto, no le dice nada al respecto, y lo contrario da muestras de hasta qué punto la agresividad flota en el ambiente y hemos perdido la más elemental educación).

También están aquellos a los que la bilis se les viene a la boca y destilan “perlas” como las que nos ocupan hoy. Éste último fue el caso que tocamos hoy y la sentencia estaba inserta dentro de un discurso mucho más amplio, obviamente, en el que el Presidente hablaba en nombre de los españoles para decir que “no necesitamos que nadie venga a imponernos una moral porque la moral de cada uno se la impone cada uno”. Y se quedó tan ancho y tan contento.

Pues yo, desde luego, como española, no lo suscribo, al igual que otras tantas veces sucede cuando algún gobernante o figura pública se da el lujo de hablar en nombre de todos los españoles para expresar la que sólo es su opinión y la de algunos de los que le rodean. “Que todo el mundo lo sepa, que lo que más nos molesta es que venga alguien de fuera -o de dentro, o del más allá, o Dios mismo, si me apuran- que venga a decirnos lo que tenemos que hacer” –se lee entre líneas. Pues nada, sigamos cada cual a lo nuestro, a nuestra propia moral, que así nos luce y nos seguirá luciendo el pelo.

Me sorprendía sobre todo, la verdad, cuánto estaba tardando. Lo que inicialmente fue una estrategia pasivo-agresiva de despiste por la cual uno se ausenta en el momento “más oportuno” como quien no quiere la cosa (y espero que se note el ácido sabor de mi ironía, al margen de que me importe bien poco la visita del Papa como personalidad religiosa, aunque sigue teniendo un papel en la política internacional al frente de Estado Vaticano), al final se ha convertido en una más de las muchas manifestaciones de ese laicismo o anticlericalismo agresivo al que muchos ya se han acostumbrado y a cuyas filas se añaden sin dudarlo porque refleja, qué duda cabe, los más íntimos deseos de libertad absoluta del hombre.

Una libertad mal entendida, creo, en la que con tal de sentirse absolutamente dueños de su voluntad y movimientos han desplazado al Creador y Sustentador de sus vidas. Por si fuera poco con que los propios españoles de a pie se estuvieran espantando de que alguien viniera a hacernos reclamos o recomendaciones morales (¡a nosotros, que no las necesitamos, a la vista está!), sólo nos hacía falta que ahora el Presidente de la nación viniera a respaldar con una manifestación irresponsable una estupidez semejante. Para ponerlo en términos prácticos y que se entienda: que con la moral de cada uno basta, que cada cual sabe lo que tiene que hacer y si para esa persona lo que hace está bien, pues está bien y punto. Pues nada, a seguir improvisando discursos, que nos estamos cubriendo de gloria a base de incoherencias y si no, parémonos a considerar esto con sus consecuencias un poco más detenidamente.

Si la moral de cada uno es la moral de cada uno y nadie debe venir a imponernos lo que está bien o está mal (que por ahí van los objetivos de la moral), va a ser cuestión de empezar a considerar la inutilidad de las leyes, de legislar, que es al fin y al cabo parte de la labor de un gobierno. De la misma manera, nos tocará empezar a ver con otros ojos cuestiones tan de base como el tema del terrorismo en el que, no nos olvidemos, los señores de ETA o de AlQaeda tienen también su propia moral. ¿O nos pensamos que no la tienen? No hay diferentes morales entre partidos, tampoco entre políticos, ni entre empresarios y trabajadores, y así sucesivamente.

Igual, en el texto constitucional habría que ir pensando en que, además de que todos los ciudadanos seamos iguales ante la ley, habríamos de decir que todas las morales sean iguales ante la ley. ¿O no podemos? A lo mejor con tanto sarcasmo empezamos a entender que, mal que le pese a cada cual, hay cosas que están bien y otras están mal y que alguien ha de regular eso.

Creo, prosiguiendo por el mismo camino, que ahora empiezo a entender la postura de España ante la grave problemática en el Aaiún. O, más que de España y para ser exactos (porque decir lo contrario no me lo permite mi moral, que no es sólo la mía propia, es otra mucho más allá de mis propias fronteras intelectuales o corporales), la postura del gobierno español, que muy preocupado por lo mucho que podríamos perder ahora y en el futuro en cuanto a intereses relacionados con Marruecos, está dispuesto a vender sus muchos “principios morales” para salvaguardar los principios pragmáticos, véase, principalmente los económicos.

No sé si se puede ser más tibio y más incoherente. Quizá sí, pero me tiemblan las piernas sólo de pensarlo y no sé qué me preocupa más, si el “apagón informativo” del Aaiún, que es grave, o el “apagón moral” en el que nos encontramos nosotros como nación, tan laicos como queremos ser. No resto dificultad ni complicación al conflicto o al papel del gobierno ante una situación tal porque, efectivamente, las tienen. Lo que no tolero es que se me venda “la burra” de una moral maravillosa porque es laica y de una moral que es una basura para algunos por tener que ver con los principios cristianos. A ver si nos lo hacemos mirar, que ya va siendo hora.

¿Qué al señor Zapatero no le gusta que quien dé clases de moral sea el Papa? Me parece bien. Yo tampoco dejo que sea el Papa quien me imponga moral ya que, ni es mi punto de referencia ni se acerca mínimamente a serlo. Pero hay una moral por encima de toda otra moral, por encima de cualquier gobierno, aunque a estos gobiernos laicos no les guste que se referencie a ninguna autoridad por encima de ellos. Y es que Dios no es el Papa ni el Papa es Dios, nada más faltaba.

Dios y Su moral, Su ley, la manera en que Él ha establecido que sean las cosas, Su distinción entre el bien y el mal, no dejan de ser por el hecho de que el ser humano (llámese Zapatero, gobierno laico, sociedad anticlericalista o Periquito el de los Palotes) quieran ignorarlo y vivir al margen de ello. Y es en base a esa ley y esa moral es que seremos todos juzgados un día, incluidos los que la rechazan. Posicionarse en contra o ignorarla sólo favorece la pérdida de un tiempo precioso para reconciliarse con Dios y no sabemos de cuánto tiempo más disponemos.

¿Nos hemos preguntado si la moral de cada uno, por muy buena y completa, justa y equitativa que nos parezca, nos salvará ante Quien juzgará todas las cosas? Cuando se nos pidan cuentas en función de la moral que despreciamos, ¿qué argumentaremos? ¿Qué vivíamos en un estado laico en el cual “la moral de cada uno es la moral de cada uno”? Bueno, yo sinceramente no pienso jugármela ni tampoco perder el sueño por quien una y otra vez se rebela consciente y alevosamente contra Dios, haciendo un mal uso de un poder que, no perdamos nunca esto de vista, le ha sido otorgado no tanto y exclusivamente por los ciudadanos, sino por Dios mismo en primera y última instancia.

Él y sólo Él es Quien le permite ostentar el cargo que ocupa. Todos estamos, seamos cristianos o no, sujetos a las autoridades, a los gobiernos que en cada país desarrollan su labor. A ello somos llamados porque es Dios quien permite que ostenten ese lugar (Romanos 13: 1 y 2). Pero de la misma manera y por el mismo principio, se llama a esas autoridades a ejercer su labor responsablemente y en el temor de Aquel que la ha depositado en ellos, por mucho que quieran mirar para otro lado o desvincularse de ello.

Tener poder y autoridad implica una seria responsabilidad y no debiera usarse esto como forma de tropiezo para los gobernados en lo realmente importante que no es, por cierto, la moral de cada uno como valor absoluto, sino relativo por definición. Sólo la ley que Dios establece tiene carácter absoluto y no cambia aunque muden los tiempos. Por tanto, lo que es inapelable es que ante Él, la responsabilidad de cada uno SÍ es la responsabilidad de cada uno.
 

 


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